miércoles, 20 de noviembre de 2024

escalas improvisadas


Me hago un mate con las últimas migajas del día. Corro de mis ojos el pdf que leo, y tomo apuntes. Siempre nos gustaría todo sea de otra forma.

Pocas veces corrijo los errores ortográficos al empezar. Intento ser cauteloso, ver por dónde vamos, tantear cuán lejos estamos de donde quisiera que estemos. Para esto último alcanza en varias ocasiones con solo mirar la hoja, el párrafo. Entonces me fijo, fijo y fijo por dónde empezar. Si ya es un logro que esté escribiendo solo, autonomamente, con alegría... entonces me guardo las correcciones para después, y me detengo sobre otros estamentos de esa escritura.

Después, cuando ya es después, trato de concentrarme en una palabra si las que están mal escritas son muchas, o en la concurrencia de una confusión. Si la situación me lo permite, si estamos tranquilos, entonces trato de acercar una explicación sobre el por qué de ese error. Por ejemplo, una práctica pedagógica desafortunada sostiene que en español pueden diferenciarse fonéticamente b y v, cuando en verdad no es así, como en tantos otros de nuestros fonemas. Además de errónea, esa suposición piensa la escritura en continuidad con la oralidad, y sin embargo la ruptura entre oralidad y escritura es el aspecto más rico de la enseñanza ortográfica en el aula: la ortografía es una buena instancia para entender, adultos y pequeños, que la escritura es una tecnología diferente al habla. No solo en términos fonéticos, sino también psiquícos, culturales, simbólicos... 

De manera que si podemos, con el pizarrón a mano, colocando varios ejemplos, mirando la repetición -la lengua, sí, es un sistema-, invitando a reflexionar. 

Hay otros estudiantes que pueden tomar más correcciones. Entonces las voy dejando con un color distinto, pero no el rojo porque tampoco voy a ser tan tonto, cada término a un costado. Dejo para lo último, cuando estamos en más confianza, las tildes.

Y dentro de esas escalas improvisadas en el aula al corregir las hojas, una gama de posibilidades. Niñas que se molestan por el señalamiento de los errores, por más tacto con que la operación se haga, e insisten en volver a pasar todo: entonces toca insistir en que a la escuela venimos a aprender, porque si ya supiéramos todo entonces qué chiste. Niños que me preguntan, sabiendo que puedo estarme guardando algo, ¿está todo bien escrito, seguro profe? Niños que cuentan cuántos errores tienen, o que sabían se escribía de otro modo pero dudaron a último momentos. Una niña que logró colocar las tildes a los verbos conjugados en tercera persona singular del pretérito imperfecto, pero se le olvidó en dos o tres de la hoja. Me quedo tranquilo porque ya lo sabes, le digo.

La lengua admite distintos grados de interiorización dentro suyo. El denso bosque de la comprensión lectora y la escritura así nos lo muestran. Esto quiere decir que podemos quedarnos en las orillas, o podemos entrar en su murmuraje incesante. La escuela no puede ser por sí sola el sitio donde lleguemos a cartografiar toda la lengua. Niños y adultos deberemos explorarla a solas, por nuestra cuenta, las veces que sea necesaria hasta adquirir confianza, ciudadanía, costumbre en ella. Mientras tanto podemos mostrar líneas de acceso, visajes, pasajes. Custodias también, como si ayudasemos a recién llegados a conocer qué se suele hacer aquí.

No se buscan ni se pretenden tips o protocolos. Cada aula merecerá sus tanteos, y cada hoja a veces nos impone un ahora cómo hago. Pero como se verá, tantísimo tacto se vincula a una degradación amplia de nuestros vínculos con el saber. En sus discursos acerca de su desempeño, oigo en los niños últimamente mucha cristalización (un "eso yo no lo sé hacer" al que intento responder con un "para eso estamos acá"), acompañada de disgusto ante cualquier intento de enseñar algo: corregir es una manera de enseñar. "¡No!", "¡ah, dejá nomás!", hacer un bollo con la hoja y ya. Entonces, aunque estemos en el último año de la escolaridad primaria, debo ponerme a esperar a que las espumas bajen, las confianzas lleguen, para intentar enseñar algo, pudiendo incluso que el intento se pierda en el entremedio. Esto último, el carácter fragmentado y meticuloso que tiene una práctica de corrección llevada adelante así, se vincula al descuido que hemos sufrido escuelas, seños y niños en cualquier orden de esa fórmula en que querramos pensarlo.


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Hoy leímos con ambos sextos sendos relatos de Edgar Allan Poe. Hace unas semanas tuvimos un desencuentro entre su ánimo y mi propuesta, por lo cual la semana pasada fui sin muchos planes a preguntarles qué estaban dando en Lengua, qué les gustaría que hiciéramos, qué dudas tenían y así. Ahí acordamos trabajar cuentos de terror, de modo que ese día les fui tirando títulos de los relatos que conozco del género para que ellos elijan sobre cuales escribir. Entre esos títulos estaban los que hoy leímos, "El gato negro" y "El corazón delator".

Mientras hablaba acerca de Poe una nena quiso anotar los años en que vivió. Otro me preguntó qué significa "titubear", y otro cuestionó la forma en que se escribía el terror en esa época. Me pidió que otro día les lleve uno contemporáneo para ver qué pasa. Como los relatos son algo más largo que lo que acostumbran a leer en su grado, decidí saliéramos afuera a leerlos y llevásemos una hoja sobre la que dibujar mientras leía. Hubo momentos de clara, simple y profunda escucha en ambas rondas, y también pude llevarme para mí todos los vínculos y relaciones que entre esos dos relatos puede haber: no me acordaba del ojo del gato y su maullido delator, tan parecido al ojo de buey -la traducción es de Cortázar- del viejo cuyo corazón hace que confiese el crimen. Son mucho más similares de lo que recordaba.

Tomamos un apunte sobre lo que leímos y ya está. Como cada semana solemos escribir cuentos y poemas, me pareció muy bien esta semana no escribiéramos. Tomo estos apuntes por mi parte porque en unas semanas será en las escuelas la Maratón de lectura y asistiremos una vez más a la espectacularización de la lectura y su demostración casi como si de una destreza física se tratara. Una manera de "acompañar" la lectura bastante lejana a la lectura. Me quedo en cambio con cuanta simpleza y sencillez puede haber en una exploración de lectura acompañada, construida sobre acuerdos previos, habilitando una escucha de por medio. Sin grandes expectativas, centrada en lo que hoy leeremos, poniendo en primer lugar esa experiencia y abriendo a los niños a todo eso tan entramado que la lectura de literatura tiene consigo. Abriendo pasajes por la extrañeza, sin la cual ninguna lectura literaria es posible. Cuando leemos cuentos no entendemos todo, y sin embargo entendemos de otro modo, Ahí hay algo poderoso de leer literatura que siento muchas veces fallamos en transmitir.

Por eso cuando la alharaca maratónica pase las aulas podrán, podremos, sostener los caminos lectores que con más sencillez y a la sombra podamos tener. Para leer esos cuentos, de hecho, una decisión didáctica que tomé fue alejarnos del edificio escolar que con su mucho ruido no permite llegar al fondo del pozo. Nos fuimos lejos de allí, y acordamos que el recreo suyo se los empezaría a contar desde cuando termine de leer el cuento. De todos modos una profe llegó hasta allá para preguntar quién baila chacarera en el acto del viernes. 

Lagunas de silencio material, cúmulos de escucha, presencia física, continuidad, disponibilidad poética y cuentos, poemas y novelas que nos importen, nos parezcan preciados de ser abiertos delante de otros. Confianza, también, por qué no.

la vida breve


Me lleva tiempo achicar cada deseo, pero lo disfruto. Me toma días y días mientras las ideas, siempre las ideas, se hacen más pequeñas. No es una tarea dolorosa, tampoco se vincula a la renuncia ni al castigo. Creo que es una tarea relacionada, aunque suene contradictorio, con el deseo. O con algo más profundo que él y su señorío a lo que podríamos llamar cuidado, bienestar, presencia, no sé. Toda esa cáscara material sin la que la vida no sucede en la vida.

Experimento la sensación con grandes y pequeños planes. Está conmigo cada jornada, mostrándose en diferentes facetas. Todo deseo puede ser más pequeño, sin por ello dejar de ser profundo ni grandioso. Sus efectos, su sitio en mi vida, quiero decir, pueden ser igual de maravillosos que antes, cuando lo creía todopoderoso. En cambio cuando sé de la debilidad del deseo, la maravilla no se pierde pero gano espacio, tiempo, tranquilidad en sus alrededores. 

No se trata tampoco de una tarea que realice únicamente para mí. De veras creo que el mundo precisa deseos y planes más pequeños, palmas de la mano. Empequeñecer cada deseo para que no rompa nuestras vidas, para que quepa en ellas tal y como son. Nuestras vidas son territorios, siglos magníficos que no precisan resquebrajarse para que sucedan nuestros planes. Y hay belleza, todavía hay belleza, cuando las alharacas que armamos alrededor de nuestros planes-deseos van cayendo y queda algo más a mano. Que sea vivible lo hace aún más bello.

Otras veces se trata, claro, también, de renuncias, de decisiones. Tomar una decisión clara, un ejercicio de voluntad, acerca de los caminos que no transitaremos. ¿A qué puedo renunciar en este tiempo? Porque evidentemente nuestro mundo precisa más liviandad, si a veces parece que no cupiera en él otro alfiler. Hacernos lugar en el mundo no quiere decir correr a los demás y plantarnos sino despejar el sitio que ya ocupamos para decidirnos a pasar, de una vez por todas, allí el resto de nuestras vidas que son siempre toda la vida, todas las vidas.



domingo, 17 de noviembre de 2024

nuestras calesitas




La vida no puede cuidarse. Ocurre de maneras tangibles, pero imprecisas. Se arraiga profundamente, pero en demasiadas extensiones, lenguas y oficios como para poder encontrarla donde la dejamos. Podemos sentirla, pero está hecha de lo que no vemos cómo el interior de nuestras gargantas, las cáscaras del huevo, el terciopelo debajo de nuestra piel. 

No hay manera, por más laboriosas y tercas que nos empeñemos, de labrar sobre geografía muda y gigante, sobre un mapamundi que se diluye entre los cajones de cómoda. Nos quedamos dormidas media vida, ¿qué vigilia sería suficiente? 

La vida no puede cuidarse, puede sostenerse, puede atravesarse, puede observarse. Puede que cada una de esas tareas nos arroje cuidado a cambio, pero también puede que no, que no hayamos sabido nunca cómo era. Quiero estar aquí, pero no quiero que ese deseo me haga temer. Quiero estar aquí, pero no quiero temblar ante el más allá. Quiero los pasos vaporosos, los rocíos persistentes, las noches en el tenue instrumento -la metáfora es de Borges- de nuestros ojos.

Quiero un aquí donde los cuidados se hayan hecho vivencia, pasen a ese idioma secreto y murmurante con que los días atraviesan nuestras calesitas.

Al caer el día, corazón y yo intentamos reparar los daños.





Al caer del día, corazón y yo intentamos reparar los daños mezclando azúcar, leche tibia, naranjas y harinas para hacer un bizcochuelo. El azúcar mascabo pone color chocolate al mengunje, así que parece revoque en la casa de la bruja que quiere comerse a Hansel y Gretel. Incluso algunas de sus esquirlas no se disuelven, y permanecen en la masa como estrellas resplandeciendo en esa marea antes de envolver el molde.

Cuán poco aprendemos las personas acerca del tiempo, pese a ser los únicos sobre la faz de la tierra que lo experimentamos en su densidad. Cuánto menos aprenden las instituciones que transitamos. Qué poco sagaces somos para alimentar, esperar, convocar tiempos en nosotros, nuestros trabajos, nuestras prácticas.

Algo que aprendí, la enfermedad mediante, es que cuando voy a hacer algo puedo detenerme antes a pensar qué dejaré de hacer para hacerlo. O si no quiero o no puedo dejar de hacer algo para darle lugar, qué esperaré acabe para poder hacerlo. sto tiene formas cotidianas. Cuando deje de estudiar y preparar mi didáctica, cuando se vaya el atardecer que me tiene contenido aquí afuera, entonces iré adentro a prepar el bizcochuelo que imaginé este día, cuando sean mis manos y no mis pensamientos quienes quieran estar ocupados. 

Pero también formas más extensas y largas, abiertas a la polisemia de la vida. Cuando haga frío leeré teoría, ahora que hace calor no tengo ganas. No logro entrar a esta novela, quizás será después. Cuando esté en Seguí jugaré con Mía. Cuando esté en Paraná visitaré a Noe. Y eso quiere decir, cuando esté allí, estaré allí. La presencia puede, como el alimento, dejarnos satisfechos. 

Cuando acaben las clases, daré taller. Cuando sea verano veré películas. Cuando vaya a la cama, oiré a Gasalla. Cuando baje a poner los pies en la tierra, no llevaré el celular. Cuando abra tu mensaje, lo contestaré. Trato de rastrear y comprender, trato de observar, mis modos del tiempo. Son los míos, y son tan falibles como la vida, pero en verdad quiero pensar que todas las personas debemos tener tiempos, y también nuestras comunidades y las instituciones que habitamos. Los días que hace mucho calor, planifico actividades distendidas para los niños. Hay cosas que nunca tenemos tiempo de hacer, entonces no las planifico sino que vuelvo a mirar lo que sí alcanzamos a hacer. Intento ir más hondo, más presente, en el tiempo en que estoy en lugar de querer implantar otro dentro suyo. Puedo sí, hacer germinar otras temporalidades modulando la voz de cierto modo para leer un cuento o un poema. Puedo tratar de llevar conmigo otra temporalidad y volcarla a mi alrededor. Pero no forzar el tiempo que la institución me da para hacerlo. Tomar este ratito, como les digo con sinceridad a los niños, ahora estamos acá, intentemos estar acá, porque después llueve o no hay colectivos o no hay maestros porque cobramos una miseria o la escuela está cerrada porque no hay agua y entonces podremos descansar, no venir, hacer otra cosa. Pero para que tenga sentido, necesitamos estar acá cuando estamos acá.

¿Qué sentido tiene descansar si no trabajamos? ¿Cómo puede existir un recreo si no existe una clase? Son términos escolares, pero trato de llevarlos más lejos, a la vida con que están tratando de verselas. 

Claro que cada uno de esos tiempos lleva consigo la posibilidad de que no estemos, de que nunca más abra esa novela o que no llegue a dar taller este verano... pero tratar de superponer una actividad a otra, fragmentar todavía más nuestro mundo ya fragmentando, no, por favor, aprendamos algo de nuestras penas, de nuestros malestares, de nuestros cuerpos. 

Cada vez que me hago el mate, anclo un tiempo entre el tiempo. Trato de elegir moneditas de tiempo, y ser precavido en cómo las gasto. Digo que no a varios planes, cada semana y otros han huído lejos, porque ya no forman parte de mis sueños. Sueño, en cambio, con el tiempo que cuando era pequeño presencié en las mujeres de mi pueblo, cuando jugabámos a las visitas, tomábamos fresco o nos quedabamos en silencio. Todo ese tiempo que arremolinándose me dió forma, y al que vuelvo desde mi cuerpo, el único recinto, la única institución, desde el que puedo conocerlo.


primera semana de noviembre

Porque todas las veces elegir dónde se sientan cuando llegan al aula resulta un problema, esta vez los espero afuera y les voy señalando un costadito para hacer una ronda. En la ronda les pregunto cuál juego conocen, y yo ya sé porque con un 4to aprendí ese que ellos también deben de conocer. Entonces jugamos al cole colectivo, y repetimos la canción muchas veces hasta que son eliminados uno por uno los jugadores, conmigo incluido. Y después les digo que ese era un poema, y leemos otro poema, todo ilustrado a un verso por página porque les digo, y eso es todo lo que puedo enseñar este día, que los poemas tienen muchas formas de vida. Pero más que nada lo que aprendo es que por lo que duró esa ronda sentí que podían tratarse bien, que querían estar juntos y estaban juntos. Y ese momento suaviza otros en que me preocupa la manera en que se tratan.

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Hay un 4to que siento demasiado demandantes. Les conté un día sobre cuando trabajaba con niños más pequeños y me sorprendía que cuando estaba consolando a alguien que se cayó y lloraba abrazado a mí, otro niño pudiera venir soberanamente a pedirme, a reclamarme, que lo hamacase sin darse cuenta que no podía en ese momento y sin inmutarse mucho porque le dijese que estaba ocupado consolando a tal, ¿viste que se cayó? Entonces aprendí, les conté, que los niños pequeños no saben aún acerca de esas esperas y es parte de lo que aprenden junto a nosotros en esos momentos. Pero ustedes, les dije, ya son un poco más grandes... ¿pueden esperar si paso banco por banco? Son muchos, además.

Y es cierto que son muy poco autonómos ahí, y ese es un vicio escolar, pero también me di cuenta que se ponen un poco más así conmigo porque lo que les llevo no se ajusta a lo que más los calmaría. Consignas más lineales, unas oportunas fotocopias, preguntas y respuestas podrían apaciguarlo todo pero yo no quise. Entonces se ponen más molestos, claro, porque estamos haciendo algo nuevo.

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La novedad incómoda en las rutinas. El otro día hice un encuentro más común y corriente con un 5to porque ya estamos llegando al final y quiero que tengan apuntando en la carpeta algo de todo lo que hemos ido tratando y explorando de otro modo hasta aquí. Entonces copiamos un poema del pizarrón, y puedo notar, es increíble, cómo hacerlo tranquiliza mucho a algunos de ellos. Hasta los tríos más terribles de los últimos encuentros se ponen a copiar lo más panchos, y eso me explica también cómo fueron llegando hasta este grado. J., que no suele hablar ni tampoco escribir en el taller, se muestra hábil como copista. Y yo ya sé que enseñar a copiar -que sería casi decir simular escribir- es algo que sucede, y que buena parte de mis consignas y prácticas apuntan a desnaturalizar es hecho e intentar otro camino... pero no deja de sorprenderme atestiguarlo. Me quedo pensando en aquello que los calma de la actividad, y me hace pensar que quizás a veces es necesaria... pero también en el engaño de esa calma. Y así, en bucle, me pregunto, una vez más, por dónde era que era.

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No fui al campamento de la otra escuela porque me desvelé la noche anterior. Me dio vergüenza decirle la verdad a mi superior, pero se la dije. Cuando la vea, le explicaré cuánto me ha llevado en la vida aprender a cuidarme. No puedo estar con niños, cuidarlos, si no estoy bien. Después me dio cosa, como decía el Dr. Chapatín, cuando vi las fotos tan hermosas del campamento. Fui sintiéndome culpable de a ratitos, pero también otros pensando que había otras personas para atender lo que allí sucedía. También que pasaron ya algunas instancias donde tuve que poner de mí para que algo maravilloso suceda -un acto, un festejo- y todavía habrá otras en que así se requiere de mí -una muestra, una colación-.Entonces está bien que si no estaba bien no haya estado... Cómo detesto esos videítos en que funcionarios explican que nuestro sueldo es bueno porque podemos tomar más horas o dobles jornadas para multiplicarlos y que se asimilen a los de otros trabajos porque a nosotros nos queda un montón de tiempo en el día, como si estar con niños o adolescentes fuese lo mismo que estar con maquinitas o llenar cajas. ¿No saben todavía que todo ese tiempo que queda después de las horas que trabajamos está ocupado por recomponernos, por pensar en los gurises, por planificar qué hacer?

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También está el límite de lo que la institución permite, la pena de la vida que viven algunos de nuestros niños y el cansancio de la transmisión. Los niños son vampiritos, como cualquier que trabaje con ellos sabe. Por eso ni es algo que pueda hacer toda la vida ni es algo que pueda hacer todo el tiempo. ¿Será que trabajamos en la frontera o en el extranjero? Ni ellos ni nosotros nos quedamos a vivir aquí.

Hice panqueues de avena, naranja, banana y miel.




Ahorita voy a dormirme, pero tus ojos celular seguirán abriéndose durante la noche, cuando nadie te vea, para recibir mensajitos, mascaritas de grindr, burbujitas de chat, mayúsculas de mail. Pescaras en la noche animalillos invisibles que tomarás del aire para mí. Me traduciras telegramas invisibles que pasarás, como un portal, de lo invisible a lo visible. Encontraras peces en el aire, y los alimentaras por mí hasta que los vea.


Tendrás que cuidar y acariciar con tus propios ojos, a falta de los míos, senos y nalgas de influencers hermosas, bóxer y piernas de preciosos desconocidos que agregué uno por uno, programas enteros de televisión cuyo orden solo yo conozco, entrevistas antiguas y recientes, todas las noticias mismas del mundo. Tendrás que acumular, la noche te custodia, el innumerable montoncito del mundo para que yo pueda desdeñarlo, para que habiéndolo descansado en ti pueda entonces comenzar, por mi parte, otro mundo más distinto al que te dejé.

un poema




Mi cuerpo compone 

para mí

una extensa 

adivinanza.


Permanezco dentro suyo 

sin saber por qué.




domingo, 3 de noviembre de 2024






Sigo equivocándome en aprontar el mate antes de dormir. Lleno de yuyos o coco para no desvelarme, pero sin darme cuenta que estoy a punto de quedar dormido. Lo dejo intacto mientras sueño, como ofrenda en día de muertos, para que vigile con tibieza los pasajes del más allá. Se asemeja a una vela encendida.

    Dedico el último día de octubre a leer una novela latinoamericana de fines del siglo pasado. Pienso mucho últimamente en aquellos años, en los que nací, y en los que mis padres tomaron algunas decisiones importantes por mí. ¿En qué creía aquella gente entonces? Ahora que doy clases en mi pueblo algunos días, más pienso en todo eso, porque esos años fueron mi jardín, mí primer grado. Iba a la primaria cuando fue la Cumbre del ALCA y hacíamos en 6to grado unas líneas del tiempo con todos los presidentes de la Argentina. Me acuerdo poco de todo aquello, aunque estoy seguro está dentro mío. ¿Qué evaluar? ¿Cómo comprender un trayecto? ¿A qué prestarle más atención? Ahora estoy del otro lado, y trato de mirarme como los niños nos ven. Trato de acordarme qué veía cuando veía estando en su lugar. Ayer y hoy hice informes, capaz por eso.

    Este año casi todo lo que escribí termina atravesado por la escuela. Leer y escribir, hacerle galletitas a mis papás y mi sobrina, regar las plantas y trabajar en la escuela. No creo me importe mucho más aquí, en este momento. Me siento en un compás, no sé si de espera, pero si unívoco, pausado, despacioso. No movería un dedo por ninguna lucha ni ninguna resistencia. Todo lo que puedo es tratar de enseñar, y ya bastante trabajo me cuesta.

    Las galletitas que hago están llenas de ingredientes poco nobles. A veces un poquito de azúcar mascabo, el extracto de vainilla de la Fer, mí amor puesto al amasar. No puedo más, no puedo más. Hace unas semanas me enojé mucho porque no me salió todo un largo teje para poder traerme frutas y verduras agroecológicas para acá. Sé que suena tonto, pero agarrarse de alguna costumbre, algún hábito que hayamos podido robar a la vida deshumanizada que vivenciamos nos resguarda aunque sea un poquito. No sin dudas, claro, ni contradicciones. 

    Qué difícil resultó cuidar este mundo. En la noche de brujas la foto que más me asustó fue un mapa enrojecido que prometía cincuenta grados para mí país la semana próxima. Un sol que arrasa, como los sicarios de Medellín en la novela que leo. Cuando vi esa imágen pensé que mejor hubiera sido no verla, ya que de todos modos tendré calor cuando haga calor. Pero también qué de mis planes para la semana próxima puedo suspender para quedarme en casa. También, un poco iluso, que ojalá no sea cierto.

    Pensamientos mezcladitos, cada día, como mojarras sin sueño. Se achican mis pretensiones del mundo, no sé si para bien o para mal, pero las veo empequeñecerse. En el fondo creo que está bien porque sé no habrá manera si no empezamos a dejar algunas expectativas de lado. Si cada uno quiere todo el mundo para sí, será difícil, puesto que cada vez hay menos mundo. Creo que es válido que queramos haya más, pero eso no pasará si no detenemos la voracidad sobre la superficie en que nos encontramos. Tal vez al empequeñecerse los mundos permitan dar sitio a otros mundos a partir suyo. Ya que no sabemos cómo se originó el mundo, al menos podemos no pasar por tontos con creerlo así.

cuidado y desconcierto


Durante este verano, Fernanda grabó junto a Luciana Insfrán, Nicolás Montaña y Zotake algunas de los poemas-canciones que conforman el libro que meses después salió en la colección de poesía de La Ventana ediciones. El acontecimiento quedó subido a youtube y se repitió en algunos eventos, incluyendo las presentaciones del libro. La escritura de los poemas y el interés por cantar y tocar vienen de antes, pero se juntan en esta línea y coinciden haciendo que difícilmente podamos separar el libro que recibimos de las canciones que oímos. 

Fernanda ya había hecho esto antes con Cáscaras (Abrazo ediciones, 2016), un poemario que no solo reeditó y amplió, sino que convirtió en una obra de danza-teatro que llevaba el mismo nombre y ponía en escena muchos de los textos que ya conocíamos por el libro. Como en el “Pequeño recital de poesía” de este verano, en la obra “Cáscaras” intervenían otras personas reunidas alrededor de los textos que ella había escrito. Algo se volvía comunitario en ese gesto, entonces y ahora, tensado entre las sensaciones íntimas que los textos recorrían y su puesta al día a través de los cuerpos, las voces y los instrumentos de otras personas. 

También había hecho algo similar con la filmación de sus textos en prosa de manera individual y casera. “Yanomora” y “Milhojas” están en youtube, con su voz y sus imágenes para que podamos oírlos mejor. ¿Se trata de volver a usar el poema como una ropa que nos queda bien? ¿O de intentar que llegue mejor el mensaje que los poemas quieran dar? Pienso en la prolífica frontera entre poemas y canciones que lleva adelante Luciano Mete entre sus poemarios y Hermanos del espíritu libre, pero también en las performances e instalaciones de Flor Kimono que vuelven una y otra vez sobre las pequeñas piezas textuales de hace unos años. ¿Se trata de tiempo que no pasa y los poemas conservan? 

Fernanda también habitó cada una de esas disciplinas sin tocarlas con sus poemas. Si ahora escribe canciones por fuera de los poemas que ya escribió, ya antes había escenificado obras sin su autoría o filmado cortometrajes que no son sus prosas. En cada desplazamiento del poema a la canción, del texto a la danza, de la prosa a la imagen, ella puede quedarse al otro lado. ¿Pero nunca en la escritura? Pienso qué distinta esa manera de conformarse como poeta en la escena local.  En este caso, la escritura parece ser cada vez más difícil de ser compartida, y por eso se recurre a otras señas con las que abrir los poemas. La sensación que recorre esta trayectoria es la de apertura, del sentimiento íntimo al comunitario, del género del poema, de la autoría y de la puesta en público de la pieza. Contra lo que dice en uno de sus poemas, con escribirlos no parece ser suficiente.

¿Entonces qué tenemos con nosotros? Ahí está la Fer, poniendo cara de pudor cuando ya la hemos visto atravesar cientos de valles y plazoletas. Están cada uno de sus versos, que nos llevan a quienes la conocemos a pensar en los nombres propios, las situaciones, las personas, los sentimientos que los compusieron: “la vida que te pone ahí”, como ella bien dice en uno de los poemas, mezclando lo que sentía con las canciones del barrio (“esas canciones me hablaban”) y los pescados que cuelgan de la orilla. En ese poema, donde trabaja sobre el duelo como enfrentamiento y entierro, es donde más lee el estribillo que conforma nuestra vida y su entorno. 

Se trata de mirar el horizonte como si fuese algo que no se come, “pero sirve y embellece”, tal el dosel que se vende en la verdulería. Los artefactos que acompañan nuestra vida pueden ser desde los árboles deletreados hasta los amores que quisimos para siempre, pasando por los hijos incluso: en El amor es un bosque (Camalote, 2019) ya el hijo aparecía, como en los poemas de Roberta Iannamico, como un fragmento del paisaje. 

Aquí se traduce por paisaje todo lo que podemos convocar a nuestro alrededor. Hay una pregunta incesante (“murmullo de labios entreabiertos” decía ya antes en Cáscaras…) que implica nuestras vidas como duda, inestabilidad, desconfianza, aburrimiento, fascinación. ¿Cómo podríamos cuidar lo que no conocemos? ¿Cómo seríamos capaces de abarcar un territorio, nuestra vida, que jamás hemos visto por completo? La poética actúa aquí como si en todo sitio pudieran estarse partes del tesoro. Adivinanzas que se buscan en sueños, parejas, hijos, horizontes, parlantes. Junto al alivio, la renuncia (“el amor se nos dará cual un regalo / no algo que haya que robar exigir pedir extraer”) está el testimonio de lo que hay nuestro alrededor, lo que sirve y embellece. Junto al testimonio, en puntos suspensivos una indicación acerca de lo que podríamos hacer con eso que está ahí. Junto al cuidado, entonces, el desconcierto. Como en el tiempo, que todo lo confunde, los poemas abren para nosotros cuidado y desconcierto.

Noelia dice, al comienzo del libro y yo suscribo que “la poesía alivia” porque “es la línea que a contraluz nos delimita únicos y preciosos bajo el sol, contra el sol, a salvo del sol”. Como también dice Noe, el poema intenta aquí hacer inventario, cartografiar algunas prácticas de nuestras vidas… ¿que qué serán nuestras vidas? ¿tiempo o espacio? ¿poema o canción? Sirve y embellece se une entonces a una lista de poemarios que en este presente y en esta lengua intentan delimitarnos únicos y preciosos para que tenga algún sentido cuidarnos a nosotros y nuestros entornos. Guardando el equilibrio entre lo que sabemos y lo que no, lo que vuelve y lo que no, lo que dura y lo que no… Ningún amor podrá hacer que sepamos estar aquí, pero sirve y embellece. 


el andén provinciano

  Me acomodo a escribir en el calor reciente de la cocina. Los últimos días hago panes por la noche, cuando voy cerrando la jornada y la tib...