Mostrando entradas con la etiqueta provincia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta provincia. Mostrar todas las entradas

jueves, 29 de mayo de 2025

rosas caseras

Acerca de Pará de contar de Daniela Godoy. Paraná. La Ventana ediciones. 2025. Con una foto balcón florido del libro tomada por Gretel, su editora, y dos postales de la primer helada de este año tomadas por Glenda. La helada vino a nosotros justo, justo el día de hoy. 


Pongo el título y me acuerdo, claro que me acuerdo, de la “Canción final” que cierra la poesía de Jaime Gil de Biedma en un gesto tanto de asunción como de rechazo a la propia escritura: “Las rosas de papel no son verdad / y queman / lo mismo que una frente pensativa / o el tacto de una lámina de hielo”. Suelo preferir la atención concentrada sobre lo que tenemos con nosotros, el libro recién llegado, el establecimiento de algunas relaciones que esa obra comparte con la biblioteca y las preguntas, por supuesto, las preguntas que el presente de esa escritura, la presencia de esa escritura en nuestro presente provoca. Sin embargo, la alusión a “rosas caseras” que Daniela despliega a poco de comenzar Pará de contar (La Ventana, 2025) trae hacia mí esa imagen lejana en el tiempo y el espacio, las rosas de Jaime Gil de Biedma. Porque, ¿qué sería una rosa casera? (La otra alusión que está aquí es el pan casero, claro, que sabemos mejor de qué se trata). Las rosas de papel no son verdad y queman… ¿éstas si? Las rosas caseras son caseras en este libro porque provienen de la propia casa, rosas domésticas, hogareñas, utilizadas para una tarea de entrecasa:

“Corté flores de un rosal que él cuidaba; cuando las puse en el cajón arriba del cuerpo de mi padre tenían el perfume de las rosas caseras. La lluvia había dejado gotas frías en los pétalos”.

Rosas caseras. Si rebusco en mi léxico no sé si es un pleonasmo o un oxímoron. El pleonasmo, la saturación innecesaria de un sentido: no es necesario aclarar que la rosa es casera, pero igual se aclara. El oxímoron, la convivencia armónica de elementos contradictorios: las rosas no pueden ser caseras, como el pan, pero igual se dice que son. No, claro, no es lo uno ni lo otro. La metonimia, el desplazamiento delicado de un sentido, de partes de un sentido, a otro, sin llegar a hacer metáfora. Pero también, la pregunta. ¿Puede una rosa natural, una rosa que no es de papel, una rosa que es verdad, ser casera? ¿Qué haría más o menos casera a una rosa? Aquí la rosa es casera por pertenecer a un rosal del propio hogar, por no venir de fuera, como esas tantísimas flores que aparecen, cultivadas quién sabe dónde y cómo, cuando alguien muere y que, aunque no son plástico ni papel, de todos modos son artificiales. Porque entonces, ¿cómo? ¿Puede lo que está vivo también ser artificial? ¿Puede ser la vida más o menos casera, más o menos artificial? Ese es el tema de este libro. El tema de una colección en prosa de recuerdos, anotaciones del presente, registros del proceso de escritura. Y también, asociaciones que suceden entre esos recuerdos, este presente y ese proceso.



En esa línea, me resulta agradable que los recuerdos no remitan solamente a la infancia. Si bien la infancia elige el título del libro (la frase proviene, nos vamos a enterar al final, de un recuerdo de infancia), selecciona la ilustración de tapa, abre el libro y ocupa buena parte de él, no es omnipresente ni omnisciente. Esa infancia se sabe menoscabada por el paso del tiempo, por un lado, y por otro se sabe en transformación por el propio presente del que no pocos sucesos también se nos relatan. A su vez, los recuerdos provienen tanto de aquel entonces como de hace pocos años. Un corte amoroso reciente, y decimos reciente pero en verdad no hay fechas aquí, marca por ejemplo un arco temporal más cercano que tiene sitio junto a otros: cuando acompañé a, cuando conocí el, cuando trabajé en. Hay superposición y continuidad de tiempos, no clausura. Me agrada ese gesto porque en la recordación cercana y presente hay una pregunta por la vida que estamos viviendo:

“Pasé casi tres años acá. En el primero apenas salí. Armé un rincón luminoso, compré un sillón negro y me tiraba a leer en él. Tenía el balcón lleno de flores.

Del segundo año no tengo demasiado registro. Vino muy poca gente.

Después dejé de interesarme por los arreglos y el orden. Utilizo poco el sillón. No hay flores en el balcón, el gato del vecino usa las macetas como baño. Pero es tan lindo el gato que no me enoja su actitud”.

Puesto en serie con los demás recuerdos, este episodio permite mirar el presente a trasluz, con preguntas que provienen de otros tiempos. Las macetas siguen el hilo de los árboles del campo, y el gato, claro, el de los caballos. Quiero decir. Los recuerdos permiten hilar lo que permanece vivo, lo que es casero y lo que no. Los recuerdos funcionan entonces como un tamiz que nos permite encontrar qué está vivo acá, mirar un departamento pensando en una casa, y entonces saber qué es una casa por preguntarnos cómo era una casa, cómo podría ser, qué era enamorarse, cómo esperamos que sea, cómo es el frío, cómo era. Esa actitud se corre de la evocación, figura que ha hecho mal leer tantos libros de recuerdos escritos en nuestra provincia donde, efectivamente, el recuerdo constituye una poética de vivaz pervivencia temática: la edición de este libro por estos días, la insistencia del gesto de una autora que vuelve sobre una infancia para contarla y al contarla, provoca un desfasaje entre tiempos, términos y procesos, da cuenta de ello. Tal como sucede con Niños (2005) de Selva Almada, su relato en dupla entre el yo y el Niño Valor que hace novela breve para dar comienzo a una narrativa (¿por qué tenía que ser ese su primer relato extenso, por qué su pasaje de la poesía a la narración iba a tener que pasar, justamente, por ahí?); o como pasa en el precioso poemario Como una luz los patios (2019) de Camila Cirigliano, antes Lisandro Gallo, donde recuerdos, jardines y pueblo se confunden con otros amores, otros jardines y otras temporalidades del presente: en ese poemario unas bolsas de plástico repletas de frutillas reponen las huertas de la infancia, sin dramas, con alegría. Estas situaciones en el presente nos permiten encontrar la reescritura del recuerdo como una reescritura del territorio y la temporalidad de nuestros campos y ciudades: “una ciudad extraña”, dice el Manu Podestá en Valiant (2011) respecto a la misma ciudad en que Daniela vive e intenta rearmar el amor ante un angelito de fuente de plaza (será la del Bombero, ¿no?). Quiérase o no, lo que allí podemos leer críticamente es la vuelta sobre un procedimiento, el tratamiento formal de los recuerdos, que desde Mastronardi hasta aquí hace pie en la literatura provincial, la que ahora estudio, y desde la que leo estas memorias de adultez, estas memorias en presente. Pienso, claro, en el tratamiento del recuerdo en la poesía de Juan Manuel Alfaro o Elio Leyes, en la narrativa de Emma de Cartossio, en la prosa de Reinaldo Ross. Libros que buscan hacer archivo desde el yo, y en ese intento provocan, ellos también, desplazamientos y transformaciones de esos recuerdos que, por suerte, se salen del lamento para interrogar a la vida por su condición de vida.

Porque, claro, las rosas artificiales pueden confundirse con las caseras. Las rosas sin recuerdos pueden hacernos creer que son lo mismo que estas, con recuerdos. Pero no, hay una diferencia sutil que la escritura trata de apuntar. Ese es el verdadero debe y haber de esta libreta de almacenero, porque los recuerdos son la vida, como el pan, que hicimos con nuestras propias manos. Como aquí se dice varias veces sobre la escarcha, como se tiene en cuenta sobre los síntomas provocados por la angustia, como se observa en la espera del amor, como se anota en la insistencia de lo que nos acordamos (una fecha, un episodio, una frase, un detalle): las rosas de papel, los textos, no son verdad y queman, lo mismo queman.

 

*

 

Como verán, solo me concentré en dos recuerdos, dos episodios de los muchos que el libro recorta para nosotros. Quizás tendría que haberles mostrado más cómo el libro hace este mismo procedimiento que traté de señalar en muchos otros momentos o cómo las rosas conviven con otras flores y otras intenciones en esas flores a través de los textos. Sin embargo, me alcanza con que sepan que estas ideas se sostienen como reflexión luego de lo que el libro en sí hace y que la invitación es a recorrerlo. También que cuando escribo sobre libros recientes y cercanos, acá que más o menos nos conocemos todos, trato de evitar la primera persona para que la distancia nos permita mirar mejor. Acá en cambio me salió en primera, y eso también tómenlo como un efecto de la lectura.





martes, 1 de abril de 2025

el andén provinciano

 


Me acomodo a escribir en el calor reciente de la cocina. Los últimos días hago panes por la noche, cuando voy cerrando la jornada y la tibieza se vuelve necesaria y amena. Por estos días leo, con fascinación y hermosura, una novela escrita hará setenta años en la ciudad donde vivo. Por el cuidado con que allí todo está escrito y detallado, por la profundidad de cada uno de los recuerdos congregados, me muevo despacio dentro suyo. "Dentro suyo", como corresponde la expresión, puesto que Historia de una expresión (1947) está hecha con innumerables capas de interioridad. Por un lado la de la provincia, por cuyo motivo la leo en el marco de las conversaciones públicas acerca de la narrativa entrerriana que con Matias e Ivana venimos desarrollando en nuestra querida Biblioteca provincial, con ese adjetivo, provincial, y que Ana María Garasino no olvida en ninguno de los momentos. Como un término que se explica a sí mismo, a veces llega su límite expresivo: contemplando el campo y sus quehaceres, exclama, conmovida: "¡Entre Ríos!". Y dentro suyo, el pueblo que separa en sílabas, el pueblo que califica cada vez como provinciano y que cree, en muchos momentos, capaz de sentir todo él lo que en su casa se siente. Las penas y alegrías solariegas que ella percibe tomadas de todo el pueblo o expandidas a todo el pueblo no solo en un cortejo de rumores y murmullos sino también de sensaciones. La casa, claro, como interior del interior y dentro suyo las huertas, las casas de muñecas, los cuadros, el bordado de los balcones. Capas de interioridad donde se concibe la profusa vida interior de la niña, la protagonista que ahora escribe sus memorias, las memorias de su imaginación.

Como Habitaciones (2002) de Emma Barrandéguy, Historia de una expresión piensa fuertemente la interioridad como motivo de provincias y desde ellas trata de pensar cuál intimidad pudimos conocer. Mujeres deseosas ambas, escritoras las dos, cada una de sus autobiografías contiene los oblicuos recorridos por medio de los cuales se convirtieron en tales.

Pero no es eso, todo aquello que con tiempo y espacio se hará como lectura crítica de este tomo precioso, lo que quería apuntar antes de terminar el pan y cerrar los párpados. Más bien quería volver un tanto sobre lo que estos días siento mientras leo este precioso tesoro olvidado. ¿Cómo medir los olvidos? Ana María no se queja en su texto de las costumbres idas, y es medida tanto en el elogio como en el rechazo hacia los cambios y transformaciones. Parece conservar, merced su vida interior, todo el vínculo continuo que deseaba con lo que deseaba. Por eso no, no es a ese olvido al que me refiero sino a otro, el que hizo que no conociese antes esta novela. ¿Cuánto tiempo se precisa para que una lectura se olvide? Bien recibida por sus contemporáneos, impulsada por algunos que le soñaban futuros promisorios incluso, ¿las operaciones editoriales, las operaciones críticas, las imágenes de autor alcanzan para explicarnos la configuración de un campo? El campo al que me refiero, Ana María, no es al que tú te referías... aunque campos, si decimos campos, tampoco creo conocer el que conociste y que, aunque intento imaginarme, tampoco puedo saber dónde habrá estado ubicado. Tus precisas marcas topográficas, tan elocuentes cuando hablas de Paraná, se pierden un poco en nuestro presente cuando sales a las afueras. Conocí otros campos, pero no tenían los inmigrantes que mencionas, ni llevaron en mí las sensaciones que entonces me dices llevaron en tí.

Lecturas y escrituras suceden en un marco ordenado y puntual que son las 'estructuras de sentimiento', pero ellas son afectadas por el tiempo y resulta difícil recobrarlas. Trato de entender la sentimentalidad que llevó a esta mujer hace tantos años a habitar, el verbo es adecuado, esta ciudad de la forma en que lo hizo. Haciendo esos usos imaginativos de su alrededor que ahora, tantos años después nos cuenta. ¿Cuántas capas de tiempo soporta un libro? Unas décadas después de vivir aquello que ahora recuerda, Ana María escribe y otras décadas luego yo leo aquellos recuerdos que ella tiene a bien acercarme. Roger Chartier decía que leer es oír a los muertos con los ojos.... ¿sin embargo algunas voces se pierden en entre tanto? Siendo ‘tanto’ no solo el tiempo, sino también el espacio y los nombres. ¿Cada cuánto se pierden? ¿Cada cuánto se recobran?

Quiero decir, ¿en qué momento de la transmisión cultural cayeron tantos objetos de nuestro quehacer local en desuso? Trabajamos en este grupo sobre textos que tuvieron relevancia en sus contextos de producción, tanto temporales como espaciales, incluso con algunos que merecieron de sus contemporáneos tanto el aplauso crítico como el respaldo económico y la reedición. Comprendo que nosotros variamos puesto que ya no somos sus contemporáneos, y como tales podemos ya no pensamos como pensaron aquellos. ¿Eso alcanza para entender un olvido? ¿Con cuántos tiempos está hecho un tiempo? Esos textos, esos casos a nuestro alrededor son muchos. ¿Componen una tradición? ¿Un sistema? ¿Una escuela? ¿Compusieron alguna vez una estructura del sentir? ¿Varias de ellas?

Sobre la señal sonora de un tren que parte o llega, la pequeña Ana María Garasino aferrada a su padre nos dice, sobreimpreso a su recuerdo, no saber, no poder acordarse qué hacían allí: "No lo sé. Ni sé, tampoco, si fuimos a alguna parte, o si estábamos aguardando a alguien que no llegó; ahí mismo, donde junto a la caldera infernal o a los rasgos inocentes del musgo, podían reunirse a deliberar los grandes reformadores u ordenadores sociales, desde un descontento tan lejano y tan viejo como el mundo. Aquí también, bajo el techo sombrío e inclinado del humilde andén provinciano, surcado de esperanzadas muchachas, habría lugar (...)". Vuelta del tiempo, la escritora viaja hasta su recuerdo para que allí, en ese sitio donde ella y las esperanzadas muchachas estaban, haya lugar para los autores que ella luego conocería, las discusiones filosóficas de las que, lejitos y en silencio paranaense, participaría. Ahí donde puse el paréntesis suspensivo los cita, y antes también bien venía dando cuenta de ellos. Vuelve hacia atrás para hacerles lugar en un sitio que, por no ser el de la partida ni el del encuentro, se vuelve simplemente el testimonio del pasaje, del tren que parte. ¿Cómo se permanece en un andén? ¿Cómo se permanece en una provincia? La imagen es paradigmática, puesto que en ese sitio de pasaje (¿qué esperanza esperan las muchachas esperanzadas?), se pretende hacer lugar, hacer caber a todo aquello que luego se conocerá y que no parece, de natural, tener sitio allí.

Ahora mismo, cuando a la vuelta del siglo que Ana María está narrando, nuestras condiciones de vida, las formas de la organización social, vuelven a ponerse en debate, antiguas imaginaciones todavía no oídas vuelven a visitarnos. Todo este tiempo que vuelvo sobre trozos de una literatura olvidada o poco atendida, en nuestras charlas, en los encuentros que hemos compartido, en los márgenes de mi lectura, me pregunto si estos textos no habilitan la pregunta acerca de qué es una provincia, cómo se la habita, cómo se la escribe. Las imágenes que los textos me devuelven son elocuentes, y hacen de ese margen, de ese andén en que la escritura y la lectura se recobran y olvidan una provincialidad posible, una delimitación interior para la vida de quienes no partimos.



-------

Fotografía de Marisa Negri en el jardín de otro escritor, otras provincias, otros olvidos.

me llené de mocos

Me llené de mocos. No deben haber aparecido mágicamente, pero los noté con claridad el viernes a la tarde, en el exacto compás en que acabab...