Porque todas las veces elegir dónde se sientan cuando llegan al aula resulta un problema, esta vez los espero afuera y les voy señalando un costadito para hacer una ronda. En la ronda les pregunto cuál juego conocen, y yo ya sé porque con un 4to aprendí ese que ellos también deben de conocer. Entonces jugamos al cole colectivo, y repetimos la canción muchas veces hasta que son eliminados uno por uno los jugadores, conmigo incluido. Y después les digo que ese era un poema, y leemos otro poema, todo ilustrado a un verso por página porque les digo, y eso es todo lo que puedo enseñar este día, que los poemas tienen muchas formas de vida. Pero más que nada lo que aprendo es que por lo que duró esa ronda sentí que podían tratarse bien, que querían estar juntos y estaban juntos. Y ese momento suaviza otros en que me preocupa la manera en que se tratan.
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Hay un 4to que siento demasiado demandantes. Les conté un día sobre cuando trabajaba con niños más pequeños y me sorprendía que cuando estaba consolando a alguien que se cayó y lloraba abrazado a mí, otro niño pudiera venir soberanamente a pedirme, a reclamarme, que lo hamacase sin darse cuenta que no podía en ese momento y sin inmutarse mucho porque le dijese que estaba ocupado consolando a tal, ¿viste que se cayó? Entonces aprendí, les conté, que los niños pequeños no saben aún acerca de esas esperas y es parte de lo que aprenden junto a nosotros en esos momentos. Pero ustedes, les dije, ya son un poco más grandes... ¿pueden esperar si paso banco por banco? Son muchos, además.
Y es cierto que son muy poco autonómos ahí, y ese es un vicio escolar, pero también me di cuenta que se ponen un poco más así conmigo porque lo que les llevo no se ajusta a lo que más los calmaría. Consignas más lineales, unas oportunas fotocopias, preguntas y respuestas podrían apaciguarlo todo pero yo no quise. Entonces se ponen más molestos, claro, porque estamos haciendo algo nuevo.
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La novedad incómoda en las rutinas. El otro día hice un encuentro más común y corriente con un 5to porque ya estamos llegando al final y quiero que tengan apuntando en la carpeta algo de todo lo que hemos ido tratando y explorando de otro modo hasta aquí. Entonces copiamos un poema del pizarrón, y puedo notar, es increíble, cómo hacerlo tranquiliza mucho a algunos de ellos. Hasta los tríos más terribles de los últimos encuentros se ponen a copiar lo más panchos, y eso me explica también cómo fueron llegando hasta este grado. J., que no suele hablar ni tampoco escribir en el taller, se muestra hábil como copista. Y yo ya sé que enseñar a copiar -que sería casi decir simular escribir- es algo que sucede, y que buena parte de mis consignas y prácticas apuntan a desnaturalizar es hecho e intentar otro camino... pero no deja de sorprenderme atestiguarlo. Me quedo pensando en aquello que los calma de la actividad, y me hace pensar que quizás a veces es necesaria... pero también en el engaño de esa calma. Y así, en bucle, me pregunto, una vez más, por dónde era que era.
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No fui al campamento de la otra escuela porque me desvelé la noche anterior. Me dio vergüenza decirle la verdad a mi superior, pero se la dije. Cuando la vea, le explicaré cuánto me ha llevado en la vida aprender a cuidarme. No puedo estar con niños, cuidarlos, si no estoy bien. Después me dio cosa, como decía el Dr. Chapatín, cuando vi las fotos tan hermosas del campamento. Fui sintiéndome culpable de a ratitos, pero también otros pensando que había otras personas para atender lo que allí sucedía. También que pasaron ya algunas instancias donde tuve que poner de mí para que algo maravilloso suceda -un acto, un festejo- y todavía habrá otras en que así se requiere de mí -una muestra, una colación-.Entonces está bien que si no estaba bien no haya estado... Cómo detesto esos videítos en que funcionarios explican que nuestro sueldo es bueno porque podemos tomar más horas o dobles jornadas para multiplicarlos y que se asimilen a los de otros trabajos porque a nosotros nos queda un montón de tiempo en el día, como si estar con niños o adolescentes fuese lo mismo que estar con maquinitas o llenar cajas. ¿No saben todavía que todo ese tiempo que queda después de las horas que trabajamos está ocupado por recomponernos, por pensar en los gurises, por planificar qué hacer?
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También está el límite de lo que la institución permite, la pena de la vida que viven algunos de nuestros niños y el cansancio de la transmisión. Los niños son vampiritos, como cualquier que trabaje con ellos sabe. Por eso ni es algo que pueda hacer toda la vida ni es algo que pueda hacer todo el tiempo. ¿Será que trabajamos en la frontera o en el extranjero? Ni ellos ni nosotros nos quedamos a vivir aquí.
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