domingo, 3 de noviembre de 2024






Sigo equivocándome en aprontar el mate antes de dormir. Lleno de yuyos o coco para no desvelarme, pero sin darme cuenta que estoy a punto de quedar dormido. Lo dejo intacto mientras sueño, como ofrenda en día de muertos, para que vigile con tibieza los pasajes del más allá. Se asemeja a una vela encendida.

    Dedico el último día de octubre a leer una novela latinoamericana de fines del siglo pasado. Pienso mucho últimamente en aquellos años, en los que nací, y en los que mis padres tomaron algunas decisiones importantes por mí. ¿En qué creía aquella gente entonces? Ahora que doy clases en mi pueblo algunos días, más pienso en todo eso, porque esos años fueron mi jardín, mí primer grado. Iba a la primaria cuando fue la Cumbre del ALCA y hacíamos en 6to grado unas líneas del tiempo con todos los presidentes de la Argentina. Me acuerdo poco de todo aquello, aunque estoy seguro está dentro mío. ¿Qué evaluar? ¿Cómo comprender un trayecto? ¿A qué prestarle más atención? Ahora estoy del otro lado, y trato de mirarme como los niños nos ven. Trato de acordarme qué veía cuando veía estando en su lugar. Ayer y hoy hice informes, capaz por eso.

    Este año casi todo lo que escribí termina atravesado por la escuela. Leer y escribir, hacerle galletitas a mis papás y mi sobrina, regar las plantas y trabajar en la escuela. No creo me importe mucho más aquí, en este momento. Me siento en un compás, no sé si de espera, pero si unívoco, pausado, despacioso. No movería un dedo por ninguna lucha ni ninguna resistencia. Todo lo que puedo es tratar de enseñar, y ya bastante trabajo me cuesta.

    Las galletitas que hago están llenas de ingredientes poco nobles. A veces un poquito de azúcar mascabo, el extracto de vainilla de la Fer, mí amor puesto al amasar. No puedo más, no puedo más. Hace unas semanas me enojé mucho porque no me salió todo un largo teje para poder traerme frutas y verduras agroecológicas para acá. Sé que suena tonto, pero agarrarse de alguna costumbre, algún hábito que hayamos podido robar a la vida deshumanizada que vivenciamos nos resguarda aunque sea un poquito. No sin dudas, claro, ni contradicciones. 

    Qué difícil resultó cuidar este mundo. En la noche de brujas la foto que más me asustó fue un mapa enrojecido que prometía cincuenta grados para mí país la semana próxima. Un sol que arrasa, como los sicarios de Medellín en la novela que leo. Cuando vi esa imágen pensé que mejor hubiera sido no verla, ya que de todos modos tendré calor cuando haga calor. Pero también qué de mis planes para la semana próxima puedo suspender para quedarme en casa. También, un poco iluso, que ojalá no sea cierto.

    Pensamientos mezcladitos, cada día, como mojarras sin sueño. Se achican mis pretensiones del mundo, no sé si para bien o para mal, pero las veo empequeñecerse. En el fondo creo que está bien porque sé no habrá manera si no empezamos a dejar algunas expectativas de lado. Si cada uno quiere todo el mundo para sí, será difícil, puesto que cada vez hay menos mundo. Creo que es válido que queramos haya más, pero eso no pasará si no detenemos la voracidad sobre la superficie en que nos encontramos. Tal vez al empequeñecerse los mundos permitan dar sitio a otros mundos a partir suyo. Ya que no sabemos cómo se originó el mundo, al menos podemos no pasar por tontos con creerlo así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

el andén provinciano

  Me acomodo a escribir en el calor reciente de la cocina. Los últimos días hago panes por la noche, cuando voy cerrando la jornada y la tib...