Durante este verano, Fernanda grabó junto a Luciana Insfrán, Nicolás Montaña y Zotake algunas de los poemas-canciones que conforman el libro que meses después salió en la colección de poesía de La Ventana ediciones. El acontecimiento quedó subido a youtube y se repitió en algunos eventos, incluyendo las presentaciones del libro. La escritura de los poemas y el interés por cantar y tocar vienen de antes, pero se juntan en esta línea y coinciden haciendo que difícilmente podamos separar el libro que recibimos de las canciones que oímos.
Fernanda ya había hecho esto antes con Cáscaras (Abrazo ediciones, 2016), un poemario que no solo reeditó y amplió, sino que convirtió en una obra de danza-teatro que llevaba el mismo nombre y ponía en escena muchos de los textos que ya conocíamos por el libro. Como en el “Pequeño recital de poesía” de este verano, en la obra “Cáscaras” intervenían otras personas reunidas alrededor de los textos que ella había escrito. Algo se volvía comunitario en ese gesto, entonces y ahora, tensado entre las sensaciones íntimas que los textos recorrían y su puesta al día a través de los cuerpos, las voces y los instrumentos de otras personas.
También había hecho algo similar con la filmación de sus textos en prosa de manera individual y casera. “Yanomora” y “Milhojas” están en youtube, con su voz y sus imágenes para que podamos oírlos mejor. ¿Se trata de volver a usar el poema como una ropa que nos queda bien? ¿O de intentar que llegue mejor el mensaje que los poemas quieran dar? Pienso en la prolífica frontera entre poemas y canciones que lleva adelante Luciano Mete entre sus poemarios y Hermanos del espíritu libre, pero también en las performances e instalaciones de Flor Kimono que vuelven una y otra vez sobre las pequeñas piezas textuales de hace unos años. ¿Se trata de tiempo que no pasa y los poemas conservan?
Fernanda también habitó cada una de esas disciplinas sin tocarlas con sus poemas. Si ahora escribe canciones por fuera de los poemas que ya escribió, ya antes había escenificado obras sin su autoría o filmado cortometrajes que no son sus prosas. En cada desplazamiento del poema a la canción, del texto a la danza, de la prosa a la imagen, ella puede quedarse al otro lado. ¿Pero nunca en la escritura? Pienso qué distinta esa manera de conformarse como poeta en la escena local. En este caso, la escritura parece ser cada vez más difícil de ser compartida, y por eso se recurre a otras señas con las que abrir los poemas. La sensación que recorre esta trayectoria es la de apertura, del sentimiento íntimo al comunitario, del género del poema, de la autoría y de la puesta en público de la pieza. Contra lo que dice en uno de sus poemas, con escribirlos no parece ser suficiente.
¿Entonces qué tenemos con nosotros? Ahí está la Fer, poniendo cara de pudor cuando ya la hemos visto atravesar cientos de valles y plazoletas. Están cada uno de sus versos, que nos llevan a quienes la conocemos a pensar en los nombres propios, las situaciones, las personas, los sentimientos que los compusieron: “la vida que te pone ahí”, como ella bien dice en uno de los poemas, mezclando lo que sentía con las canciones del barrio (“esas canciones me hablaban”) y los pescados que cuelgan de la orilla. En ese poema, donde trabaja sobre el duelo como enfrentamiento y entierro, es donde más lee el estribillo que conforma nuestra vida y su entorno.
Se trata de mirar el horizonte como si fuese algo que no se come, “pero sirve y embellece”, tal el dosel que se vende en la verdulería. Los artefactos que acompañan nuestra vida pueden ser desde los árboles deletreados hasta los amores que quisimos para siempre, pasando por los hijos incluso: en El amor es un bosque (Camalote, 2019) ya el hijo aparecía, como en los poemas de Roberta Iannamico, como un fragmento del paisaje.
Aquí se traduce por paisaje todo lo que podemos convocar a nuestro alrededor. Hay una pregunta incesante (“murmullo de labios entreabiertos” decía ya antes en Cáscaras…) que implica nuestras vidas como duda, inestabilidad, desconfianza, aburrimiento, fascinación. ¿Cómo podríamos cuidar lo que no conocemos? ¿Cómo seríamos capaces de abarcar un territorio, nuestra vida, que jamás hemos visto por completo? La poética actúa aquí como si en todo sitio pudieran estarse partes del tesoro. Adivinanzas que se buscan en sueños, parejas, hijos, horizontes, parlantes. Junto al alivio, la renuncia (“el amor se nos dará cual un regalo / no algo que haya que robar exigir pedir extraer”) está el testimonio de lo que hay nuestro alrededor, lo que sirve y embellece. Junto al testimonio, en puntos suspensivos una indicación acerca de lo que podríamos hacer con eso que está ahí. Junto al cuidado, entonces, el desconcierto. Como en el tiempo, que todo lo confunde, los poemas abren para nosotros cuidado y desconcierto.
Noelia dice, al comienzo del libro y yo suscribo que “la poesía alivia” porque “es la línea que a contraluz nos delimita únicos y preciosos bajo el sol, contra el sol, a salvo del sol”. Como también dice Noe, el poema intenta aquí hacer inventario, cartografiar algunas prácticas de nuestras vidas… ¿que qué serán nuestras vidas? ¿tiempo o espacio? ¿poema o canción? Sirve y embellece se une entonces a una lista de poemarios que en este presente y en esta lengua intentan delimitarnos únicos y preciosos para que tenga algún sentido cuidarnos a nosotros y nuestros entornos. Guardando el equilibrio entre lo que sabemos y lo que no, lo que vuelve y lo que no, lo que dura y lo que no… Ningún amor podrá hacer que sepamos estar aquí, pero sirve y embellece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario