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viernes, 14 de marzo de 2025

Canciones por wasap. Algunos mensajitos después de escucharlas.

 


En el afiche de la presentación figuran dos cabinas telefónicas sostenidas por un palo que parece de alambrado. Las cabinas tienen capuchas que tapan los rostros de quienes dentro suyo hablan ya sea entre sí o a otras latitudes. Las cabinas recrean una de las formas de la comunidad de décadas atrás. Son teléfonos públicos, como ahora un grupo de verduras agroecológicas, de la organización de una marcha o los chismes de una escuela son formas públicas del wasap. Tan distintas esas cabinas a la telefonía del hogar, tan distinto lo que circula -lo que hacemos circular- en los wasap públicos a los del hogar. 

 Además las cabinas están sobre el cielo, haciendo hincapié en ese cáracter de teletransportación de la voz que posee la telefonía. Ese ámbito etéreo en que intervenimos al hablar a través de esos aparatos, tanto antes en esas cabinas como ahora. 

Este afiche lo crearon Tere González, cantautora chilena que visitó Paraná en estos días, y Fernanda Álvarez, creadora de nuestra ciudad que explora en los últimos años la composición musical. Ambas se hicieron amigas por wasap, y quisieron reponer partes de esa poética en el encuentro. Empezando por esa imagen que compartian. Recurrir a las cabinas, menos abundantes y más precarias que nuestro acceso cotidiano a los mensajitos, no es solo un gesto retrospectivo sino de huamanización de la técnica. Mandamos mensajitos, enviamos canciones por wasap, de la misma forma que en otro rato de nuestras vidas lo hacíamos en los teléfonos públicos. El gesto quiere decir que nosotros somos los mismos o que aún podemos ser los mismos. ¿Qué nos llevaba entonces a querer comunicarnos? ¿Qué nos llevaría ahora?


Así como las cabinas telefónicas reponían una forma pública de la comunicación a distancia, el grupo de wasap con que contó la presentación de Fernanda Álvarez y Tere González junto a Nicolás Montaña, Zotake y Luciana Insfrán fue una de esas maneras públicas de la app. Proyectado sobre el escenario mientras se esperaba, en uno de los intervalos y al final tuvo su momento de esplendor cuando comenzamos a mandarnos stickers que, sí los teníamos guardados, es porque en algún momento nos parecieron bellos, graciosos o picantes. Para mí ahí huo un momento precioso y encatador de la música. Compartirnos esos stickers entre personas medianamente conocidas fue una picardía en la cual abríamos, desde la risa, pedacitos de nuestro intimidad. Quiero decir, fue una forma de compartirnos intimidades que no sé si nos habríamos compartido de otro modo. 

En esos stickers había referencias a dibujitos animados que alguna vez vimos o que miramos de reojo pero con agrado y por eso los guardamos en nuestras pantallas. Los ositos cariñositos, Bob Esponja y Patricio Estrella, el protagonista de La historia sin fin montado a su dragón. Pero no eran las únicas referencias a la infancia porque también abundaron los niños bailando, sonriendo o subiendo y bajando anteojos. Y tampoco fueron las únicas referencias a la televisión, puesto que Mirtha, La Niñera y Moria también aparecían. Alguin compartió uno de Cristina con uns congas en la mano, y otros algunos más abstractos con gatitos, chistes, Luis Miguel, el Chapulin o perritos saltando. Compartir un sticker, como una canción, supone subvertir los registros y mostrar algo que nuestra intimidad decodificó de manera particular y ahora nos da transformado. Pensaba qué tipo de organización tan diferente nos proponía esa travesura frente a otras que podíamos tener. Por estos días que tanto pensamos que debiéramos organizarnos para ir contra a, nuestra presencia ahí algo aletargada del día y sus pesadumbres, proponía que hay restos de fuerza, alegría o deseo que pueden todavía crear mundillos.


Tanto Fernanda como Tere se refirieron a esto al comenzar leyendo textos escritos por otras personas que aludian directamente a los conflictos políticos y ambientales en que ahora vivimos. Al hacerlo, Fer se corrigió dos veces mientras decía "estamos como tristes" para decir más bien "estamos tristes" y creemos que estos espacios "como que nos sirven" para decir "nos sirven". Esa corrección fue uno de los gestos políticos más altos de la noche porque se atrevía a decir que algo nos pasa y vence y que algo hacemos con eso aunque no sea en línea directa. Ambas realidades, la tristeza y nuestros mundos, la injusticia y nuestras canciones pasan, a la vez, como por líneas inalámbricas que asemejan las cabinas telefónicas. 

En este momento alguien en el público dijo que Bullrich, la ministra de seguridad de nuestro país, responsable política de la represión policial de anteayer, renuncie a su cargo. Si bien el pedido estuvo, no fue secundado porque hace tiempo fuimos sacando las consignas de muchos, muchísimos, espacios comunitarios que habitamos. En algunos todavía perviven -como en el ciclo "El teatro argentino celebra su público" donde al final de las funciones se pide que en Instituto Nacional del Teatro no sea cerrado-, pero en tantos otros el idioma para referirnos a lo que sucede se vuelve más abstracto. Hemos tenido nuestros argumentos para hacerlo así, pero se extrañan las consignas, la claridad de poder decir con esto, acá sí, aquello de más allá no me parece. ¿Qué quisiéramos pedir? ¿Qué consigna enviaríamos por télefono? ¿Qué mensajito hariamos circular? ¿Qué consigna proyectaríamos sobre la pared? ¿Cuál cantaríamos? No tiene que ver con la presentación de nuestras artistas, sino con lo que como comunidad estamos pudiendo.

En el público había músicos, editores, cineastas, profes. Adolescentes, jóvenes, viejas. Más o menos nos conocemos, y también tenemos la confianza suficiente para compartirnos stickers y criticar lo que está pasando asumiendo todos que está pasando. También coincidimos en ir a buscar ese encuentro que sucedió, oír eso que pasó. Son plataformas comunes desde las que algo se sostiene.



Después están las canciones que, claro, anidadas por estas levedades se asemejan y emparentan en sus búsquedas. Sobre los padres, las sensaciones personales, los territorios habitados. Con muchísima dulzura y ganas de llenar de "magia el templo que habita mi mente". Las canciones de ambas, pero también las melodías que Nico, Zotake y Luciana hacian para acompañarles, se enuncian como pensamientos dulces. No dicen que estará todo bien, pero casi. En ese sentido son un mensaje, como un envío teledirigido que salta por sobre las precariedades afectivas y políticas de este presente para pulsar en un más allá inalámbrico donde no estamos, pero con el que nos comunicamos. 



domingo, 3 de noviembre de 2024

cuidado y desconcierto


Durante este verano, Fernanda grabó junto a Luciana Insfrán, Nicolás Montaña y Zotake algunas de los poemas-canciones que conforman el libro que meses después salió en la colección de poesía de La Ventana ediciones. El acontecimiento quedó subido a youtube y se repitió en algunos eventos, incluyendo las presentaciones del libro. La escritura de los poemas y el interés por cantar y tocar vienen de antes, pero se juntan en esta línea y coinciden haciendo que difícilmente podamos separar el libro que recibimos de las canciones que oímos. 

Fernanda ya había hecho esto antes con Cáscaras (Abrazo ediciones, 2016), un poemario que no solo reeditó y amplió, sino que convirtió en una obra de danza-teatro que llevaba el mismo nombre y ponía en escena muchos de los textos que ya conocíamos por el libro. Como en el “Pequeño recital de poesía” de este verano, en la obra “Cáscaras” intervenían otras personas reunidas alrededor de los textos que ella había escrito. Algo se volvía comunitario en ese gesto, entonces y ahora, tensado entre las sensaciones íntimas que los textos recorrían y su puesta al día a través de los cuerpos, las voces y los instrumentos de otras personas. 

También había hecho algo similar con la filmación de sus textos en prosa de manera individual y casera. “Yanomora” y “Milhojas” están en youtube, con su voz y sus imágenes para que podamos oírlos mejor. ¿Se trata de volver a usar el poema como una ropa que nos queda bien? ¿O de intentar que llegue mejor el mensaje que los poemas quieran dar? Pienso en la prolífica frontera entre poemas y canciones que lleva adelante Luciano Mete entre sus poemarios y Hermanos del espíritu libre, pero también en las performances e instalaciones de Flor Kimono que vuelven una y otra vez sobre las pequeñas piezas textuales de hace unos años. ¿Se trata de tiempo que no pasa y los poemas conservan? 

Fernanda también habitó cada una de esas disciplinas sin tocarlas con sus poemas. Si ahora escribe canciones por fuera de los poemas que ya escribió, ya antes había escenificado obras sin su autoría o filmado cortometrajes que no son sus prosas. En cada desplazamiento del poema a la canción, del texto a la danza, de la prosa a la imagen, ella puede quedarse al otro lado. ¿Pero nunca en la escritura? Pienso qué distinta esa manera de conformarse como poeta en la escena local.  En este caso, la escritura parece ser cada vez más difícil de ser compartida, y por eso se recurre a otras señas con las que abrir los poemas. La sensación que recorre esta trayectoria es la de apertura, del sentimiento íntimo al comunitario, del género del poema, de la autoría y de la puesta en público de la pieza. Contra lo que dice en uno de sus poemas, con escribirlos no parece ser suficiente.

¿Entonces qué tenemos con nosotros? Ahí está la Fer, poniendo cara de pudor cuando ya la hemos visto atravesar cientos de valles y plazoletas. Están cada uno de sus versos, que nos llevan a quienes la conocemos a pensar en los nombres propios, las situaciones, las personas, los sentimientos que los compusieron: “la vida que te pone ahí”, como ella bien dice en uno de los poemas, mezclando lo que sentía con las canciones del barrio (“esas canciones me hablaban”) y los pescados que cuelgan de la orilla. En ese poema, donde trabaja sobre el duelo como enfrentamiento y entierro, es donde más lee el estribillo que conforma nuestra vida y su entorno. 

Se trata de mirar el horizonte como si fuese algo que no se come, “pero sirve y embellece”, tal el dosel que se vende en la verdulería. Los artefactos que acompañan nuestra vida pueden ser desde los árboles deletreados hasta los amores que quisimos para siempre, pasando por los hijos incluso: en El amor es un bosque (Camalote, 2019) ya el hijo aparecía, como en los poemas de Roberta Iannamico, como un fragmento del paisaje. 

Aquí se traduce por paisaje todo lo que podemos convocar a nuestro alrededor. Hay una pregunta incesante (“murmullo de labios entreabiertos” decía ya antes en Cáscaras…) que implica nuestras vidas como duda, inestabilidad, desconfianza, aburrimiento, fascinación. ¿Cómo podríamos cuidar lo que no conocemos? ¿Cómo seríamos capaces de abarcar un territorio, nuestra vida, que jamás hemos visto por completo? La poética actúa aquí como si en todo sitio pudieran estarse partes del tesoro. Adivinanzas que se buscan en sueños, parejas, hijos, horizontes, parlantes. Junto al alivio, la renuncia (“el amor se nos dará cual un regalo / no algo que haya que robar exigir pedir extraer”) está el testimonio de lo que hay nuestro alrededor, lo que sirve y embellece. Junto al testimonio, en puntos suspensivos una indicación acerca de lo que podríamos hacer con eso que está ahí. Junto al cuidado, entonces, el desconcierto. Como en el tiempo, que todo lo confunde, los poemas abren para nosotros cuidado y desconcierto.

Noelia dice, al comienzo del libro y yo suscribo que “la poesía alivia” porque “es la línea que a contraluz nos delimita únicos y preciosos bajo el sol, contra el sol, a salvo del sol”. Como también dice Noe, el poema intenta aquí hacer inventario, cartografiar algunas prácticas de nuestras vidas… ¿que qué serán nuestras vidas? ¿tiempo o espacio? ¿poema o canción? Sirve y embellece se une entonces a una lista de poemarios que en este presente y en esta lengua intentan delimitarnos únicos y preciosos para que tenga algún sentido cuidarnos a nosotros y nuestros entornos. Guardando el equilibrio entre lo que sabemos y lo que no, lo que vuelve y lo que no, lo que dura y lo que no… Ningún amor podrá hacer que sepamos estar aquí, pero sirve y embellece. 


jueves, 10 de agosto de 2023

murmullo de labios entreabiertos

 



sobre Cáscaras de Fernanda Álvarez. Abrazo ediciones. Paraná. 2016.


*

*      *


Cuando vuelvo a leer Cáscaras, confirmo que el descubrimiento y trabajo sobre una voz poética es la mejor, la más importante, parte de nuestro trabajo como escritores. Incluso cuando esa horadación de los significados por medio de la propia voz no viene acompañada de la más apropiada de las puntuaciones o corte de versos. Esos aspectos, que hacen falta en Cáscaras, el primer poemario de Fernanda Álvarez, no impiden encontrar en los textos las preguntas, los giros, las maneras que caracterizarán en el futuro su obra y que la vuelven una de las voces más singulares e importantes de la poesía contemporánea en nuestra ciudad. Una voz poética es un modo específico de preguntarnos por la existencia. Todos podemos encontrarlo, pero a veces no todos nos atrevemos a entregarnos a ese trabajo y sus implicancias. 

Más allá de las explicaciones de su autora en el prólogo, que algunas oigo y otras desoigo, este poemario se llama Cáscaras porque todo tiene un adentro: el mundo no está dado ni a uno ni a otro lado de los bordes. La imagen es recurrente en la obra de Fernanda, no podía ser de otro modo, aquello que recubre al fruto, la piel, la lámina que se arma sobre la herida. Todo eso junto está presente en el bosque, las milhojas, la casa por nombrar algunas de las metáforas más caras a esta poética. También los poemas poseen un interior:


(…) lo profundo ligado a la existencia

a lo inmanente de nuestro ser,

es una piedra, pequeña, opaca, áspera,

como un higo,

así de blando también.


Los movimientos son recurrentes. Primero el objeto se endurece, luego se ablanda. En cada metáfora deben caber, como en el higo, lo blando y lo áspero. Se trata de asistir a esa contradicción sin que haga antítesis…. el oxímoron sería la figura más adecuada. Poder armonizar dos elementos contrapuestos.  Nuestra intimidad sería ambas a la vez, aquello profundo ligado a la existencia y con ello, la posibilidad de que todo no sea sólo más denso en su primer capa, opaca y transparente, sino también tenga profundidad. Así cuando se mira el cielo a través de la ventana al poema siguiente, tenemos en lugar de una tormenta “un hoyo negro”, “círculos concéntricos”. La densidad procede por acumulación: ventana-cielo-hoyo-negro-círculo. Cada término puede hacer caber otro. 

Si hay hoyos, si hay profundidad, entonces en ella podemos caer o en ella estamos: “muerte dispersa”, “noche prematura”, “imperceptible augurio”. Son poemas fechados en el dos mil uno. Estamos lejos de la voz madura que conocemos ahora en los poemas de Fernanda, pero aquí ya están los mismos elementos sobre los que se seguirá deteniendo más tarde. Su poema sobre la tormenta se cierra con preguntas, no puede ser de otro modo, y la pregunta titila. Qué es lo que viene, se pregunta esperando la tormenta, “pervive la urgencia” dice en la página de al lado. La pregunta está encendida, tiene algo de presión sobre nosotras.

“Quizás yo ya esté despierta para ver el espectáculo” señala sobre el día, ubicando el poema en la madrugada pero sin terminar de decirnos si escribe dormida o despierta, si se dormirá luego de escribir y se despertará a tiempo para el amanecer (el “espectáculo”), o si estar escribiendo no cuenta como estar despierta. El poema se llama “parpados”, porque el cuerpo también posee cáscaras:


No hay fondos

hay pozos

y también agua

y estrellas.


¿Cómo haremos para estar aquí si no hay fondo, si no tenemos fondo? ¿Estamos siempre cayendo? ¿El ojo no termina de abrirse, el parpado de cerrarse? Agua y estrellas juntan cielo y tierra, arriba y abajo adentro del pozo y el cuerpo vuelve como fruto y herida a cada poema porque hace metonimia constante con el mundo que le rodea. Mi cuerpo está diciendo a cada momento la parte por el todo, y en esa sincronía me doy cuenta que no puedo separar, hacer borde, poner límite. Los momentos que más me interesan de los poemas de Fernanda son aquellos en que esa pregunta permanece, no se responde ni se pacífica. Podría ser una tensión interna a esta obra la necesidad de alisar ese interrogante junto al avasallamiento que el interrogante mismo posee sobre el texto. 

Mientras tanto, la acumulación continua en el mismo sentido. “Blando pliegue de tierra húmeda” llama al horizonte, haciendo otra vez de cielo tierra. La cáscara envuelve y esconde el fruto y el pichón. ¿Y si el horizonte no es el horizonte sino la cáscara del horizonte? ¿Y si nuestro cuerpo no es nuestro cuerpo sino la cáscara de nuestro cuerpo? ¿Y si nuestros ojos no son nuestros ojos sino….?

Ninguno de esos interrogantes viene a desprestigiar ni al mundo ni al cuerpo. En todos los casos se procede con esmero y cuidado, sin quitar prestigio a la materia para privilegiar el espíritu. Se trata de que perviva la tensión, que nos demos cuenta que estamos hechos de ambas: “encontrar tan cerca el abismo, / y tan cerca el nido”. Las últimas estrofas de ese poema dicen así:


murmullo de labios entreabiertos

y una respiración intensa

profunda 

como heridas pasadas

y caminos enteros

que se irán a compartir

y partir

inquietos

serenos

amados


como lo que siento y extiendo

cotidiano


Pasamos del murmullo a la respiración, de la respiración a la herida y de la herida al camino. Por los labios se entra al cuerpo, en el cuerpo está la respiración, y en la respiración está la herida. En la herida están los caminos, y los caminos se irán a compartir, es decir, van a partir. La imagen que se trama en la estrofa es compleja, tendiendo caminos diferentes, etéreos todos, que se van enumerando y cabiendo unos dentro de otros. Sin embargo, el movimiento va todavía un poco más allá al comparar todo aquello, que es murmullo, respiración, herida y camino con lo que se siente y extiende, que es, a la vez, el cotidiano. Aunque cotidiano aquí no es sustantivo sino adjetivo. 

¿Qué sería pues lo que siento y extiendo? Si seguimos el rumbo de las estrofas, los caminos que parten “inquietos / serenos / amados” son aquello que yo siento y extiendo, cotidiano. Pero esos caminos están contenidos en el murmullo de labios entreabiertos, vienen de ahí. Hay un punto en que lo que parte de mí se parece a mí, yo me parezco a lo que sale de mí. Encuentro dentro mío imágenes de mí, pero con sorpresa, inquietud, amor, serenidad. Y eso es lo que comparto, siento y extiendo, al mismo tiempo, cada día. Las estrofas arman una poética, un sentido, para la extensión y la escritura cotidianas, que por un momento se mimetizan.

Esa atención al murmullo de labios entreabiertos del día a día permanece en la poesía de Fernanda hasta ahora. Este poema es del dos mil cinco, pero sus reverberaciones aún se oyen porque el trabajo sobre un verso no acaba hasta que acaba, hasta esa “última gran representación”… ¿aunque será la última? Si todo cabe dentro de todo, si el horizonte es pliegue húmedo, entonces puede que solo sigamos cayendo por el pozo y siga habiendo agua y estrellas porque al final, si sentimos y extendemos esa respiración intensa, entonces aquello que vuelve hacia mí no dejará nunca de ser aquello que parte de mí: “no te preocupes / todo es tan bello”. 




domingo, 24 de enero de 2021

Barrer el mar. Los cuentos de Fernanda Álvarez

A veces envidiaríamos a los personajes de telenovela. Ellos parecen estar presentes siempre en las acciones que realizan. Pareciera que no tuvieran nada dentro del cuerpo, solo cavidades por las que entra y sale el mundo que atraviesan. Pueden recortarse, ir de un sitio a otro sin arrastrar esa estela de pensamientos, ensoñaciones y sentimientos que las personas portamos mientras nos movemos de un espacio a otro, de un tiempo a otro. No podemos, no sabemos y no nos sale, entrar y salir limpios, libres de toda carga y culpa, sin un gramo más de enamoramiento. No nos sale dejar de transformarnos mientras transitamos un territorio, el vínculo con un objeto u otras personas, el sueño.

¿A dónde va a parar toda esa constelación de desvíos con que nuestro interior se hace? ¿Qué tipo de lugar tiene en el presente que experimentamos? ¿A dónde se dirigen nuestros ojos, nuestras manos, cuando escapamos de lo que fuimos llamados a hacer? En esa desobediencia del yo, esa fuga que se abre, ¿qué sucede? ¿Qué temporalidades, qué territorios y qué cuerpos, si es que cuerpos, nos esperan al otro lado? 


*

"Ya es inútil hacerme la que me concentro". Con esa frase definitoria comienza El amor es un bosque, un libro de aprendizajes y distracciones. Ambos, aprendizaje y distracción, que caen juntos en este momento de la escritura de Fernanda porque se comparten y solidarizan:

"Intento estudiar lingüística en voz alta y los pájaros me callan. Miro para arriba y no los veo, pero el guarán lanza sus hélices amarillas que caen como flechas sobre la gramilla y la huerta."

Si la mirada se distrae del apunte hacia el guarán no será por las punzadas que el texto leído provoca, sino por las de otra redacción, la del árbol que los pájaros leen, ellos también, en voz alta. Entonces la escena clásica del levantamiento de la cabeza se modifica y encuentra otras posibilidades de futuro. 

*

El estudio, en tanto búsqueda de un aprendizaje por medio de la palabra escrita, vuelve a aparecer en Barrenar. Sobre el comienzo la mujer repite el abecedario y lee las definiciones de una palabra que se acerca, fonéticamente, a la acción de barrer. Definición y acción se solapan puesto que, escoba en mano, esa es la tarea que se encuentra a punto de realizar o que, más tarde, ya estará realizando. Sin embargo, cuerpo y letra no logran acoplarse plenamente, dejando desunidos abecedario, definiciones y acciones. Pero a la vez que se distancia, en cambio, se las acerca de un modo sospechoso. De la misma manera como en El amor es un bosque las estructuras lingüísticas funcionan como texto tácito que murmura debajo de otro ruido. La obra sucede en la tensión de esos sonidos, ambos en movimiento y puja.

 

*

El hijo, esa enorme distracción, ese claro desvío del yo, irrumpe alrededor del texto. Si de la mujer de Barrenar no sabemos si es madre (apenas podemos sospechar tenga una casa donde barrer), de ésta otra en El amor... no dejaremos de encontrarla así enunciada por una voz que la hace "mamá". A diferencia de los pájaros, esta voz no callará la lingüística, la ciencia de la lengua y el habla, sino que la hará hablar, le propondrá preguntas en las que las respuestas del hijo se quedarán solas, tendrán la última palabra y dejarán a la mujer que barre apenas con algunas frases que le permitan agrupar el polvo reunido: "¿Cómo sería eso?", "¿Y qué es eso?". 

*

Ni parábolas, ni danzas, ni sueños. Cuentitos. Hilos finos de sentido que se desea transmitir. 

Narraciones en que se deja ver una poética. Una poética que se afana por dar un nombre a esos territorios encantados en que nos perdemos por obra de los pensamientos (y los sueños y acciones cotidianas, esas otras formas del inconsciente: rayé, rehogué, metí, hice...). Ambas, barrenar y bosque, ubican en otro sitio lo que antes fue excluido, ya sea por desvío o distracción. De esta forma protegen esos territorios de otras nominaciones y peligros: "¡Cuidado con el guardabosque!". 

La protección de esos espacios se vuelve imprescindible en tanto la narración difusa coloque allí al amor. Por ese desplazamiento, donde había pensamiento, hay amor... y donde el inconsciente puso repetición, hay loop. Por eso lo que afuera parece un relato, por dentro es algo más parecido a la vida: con claros de luz enmarañados, animales salvajes y aljibes.

*

Intento barrer y no puedo. Los cuentos de Fernanda se multiplican en el vídeo, la performance, el apunte y el sueño. Encuentran a su paso distintos tipos de géneros, todos propios al interior de una voz que se busca dubitativamente. "Tenía que llegar muy lejos" dice esa voz, ya en pasado porque es inútil nos hagamos las que nos concentramos. 

¿Cuál es el destino de quienes no llegamos lejos y seguimos, sin embargo, galopando? En lugar de la pose de concentración, en lugar del estudio y la limpieza, lo que estos cuentos parecen indicarnos es la visión de lo que la distracción trajo, de lo aprendido, sino a destiempo, fuera de tiempo. Para una comunidad ocupada en tareas que no puede terminar, estos cuentos nos hablan de la interrupción, le hacen lugar y la ponen a circular. 

Tal vez algo de nuestras pérdidas y nuestras faltas se suture allí, hasta darnos cuenta finalmente que, barriendo el mar, solo hay más mar. 


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El amor es un bosque es un fanzine editado  a mediados de 2019 por Camalote ediciones.

Barrenar es un vídeo-danza subido a youtube el pasado Noviembre de 2020. La pieza nace de una acción de danza-teatro realizada en la Casa de la Cultura de Paraná en Febrero de 2019. 


me llené de mocos

Me llené de mocos. No deben haber aparecido mágicamente, pero los noté con claridad el viernes a la tarde, en el exacto compás en que acabab...