te mando mensajitos dorados, como el cabello de los ángeles /// ayer el patio quedó hermoso, y siempre sueño más planes que hacer al departamento como a una caja de cristal hecha de oleajes de vida /// tan precioso y precario, precioso y precario /// nosotros nos quedamos acá, sosteniendo los hilos que derramamos /// cuando pienso lo que hubiera querido viene un rubor a mis ojos /// los oleajes de la vida enturbian, llenan, colman cada esquina del departamento /// en ocasiones me siento tan dichoso que guardo esa sensación, así un pan en rodajas, para después y cuando siento que algo me preocupa, entonces recuerdo "anteayer sabías está todo bien, estará todo para siempre bien" /// la vida me lleva de tan conmovido /// ¿puede observarse lo que está en movimiento? sí, con las esquirlas, los polvos, los pasajes del tiempo que no deja nada en su sitio /// podría pasarme la vida apreciando la vida /// pondré mosaicos con imágenes de la virgen en el pórtico, abriré más patios a mí alrededor, escogeré una biblioteca de madera sobre la cual hacer descansar las literaturas europeas /// tocaré cada continente y cada trozo de la historia desde mi departamento /// la vida brillará no como el reluciente futuro sino como el aroma sólido de las antigüedades cuya supervivencia nos espanta y consuela
domingo, 16 de marzo de 2025
domingo, 7 de julio de 2024
no sé quién soy / cuatro entradas de diario
Ahora me doy cuenta, cuando me siento intranquilo, que me siento desprotegido y mi cuerpo no duerme porque necesita estar atento a las acechanzas del mundo. Siento en la superficie de mi cuerpo, luego de años de pasajes por la ansiedad, los sentimientos envolverme. Veo el proceso hormiguearme las pieles con una claridad que años atrás no tenía, y en esto reside mi aprendizaje.
Bien mirada, la sabiduría que la enfermedad vino a depositar en mí era bastante simple y modesta. Sin embargo, no estaba allí con esa facilidad con que ahora, aunque la sensación persista, puedo verla y tomarla. ¿Tanto puede ser el olvido sobre nuestro cuerpo? ¿Tanto puede ser el olvido sobre el sentido? Pareciera que sí.
La interpretación no alcanza a saltear el síntoma, pero me devuelve humanidad frente a él. Me sigue costando hablar de ansiedad sin que el término se confunda con la generalidad. No, no es una generalidad sino una forma singular de nuestra angustia. Atravesada por la época, claro, como cualquier angustia, como cualquier locura. Que a todos nos pase no le baja el precio.
Prefiero decir "enfermedad" a decir "ansiedad". ¿Cómo le contaría a un niño lo que me pasó? Le diría que me enfermé. Usaría la palabra que aparece en los cuentos, la que me recuerda por qué no salgo de casa esos días, por qué me siento más débil, por qué no puedo. Porque estoy enfermo.
Hablar de enfermedad también permite colocar la cura en el horizonte. Yo sí creo en las enfermedades y en las curas. Creo que vamos a análisis a curarnos, ¿sino para qué? Todo bien con saber que el psicoanálisis cuestiona la idea de cura... pero yo necesito decirle a mi cuerpo aquí estoy, yo te cuido, yo busco curarte.
Entonces espero todo lo que mi cuerpo tarde en llegar a dormirse, y despejo sus alrededores para que descanse. Quiero que descanse, porque recién entonces cuando descansa mí cuerpo me cuida a mí por todo lo que yo lo cuido a él. Solo entonces, nos contamos secretos.
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Creo las personas podemos ser de muchísimas maneras. A veces nos esforzamos por seguir un camino cuando a nuestro alrededor vemos un sinnúmero de ejercicios distintos de la vida. El otro día conocí a alguien que solo come carne, y le cuesta mucho comer verduras. Parecía feliz, tiene pareja, trabajo y una hija. Nos recibió en su casa a comer con muchísima hospitalidad y nos ayudó a hacer el guiso de lentejas. Hace años conocí a alguien que dejó la carne hace bastante y, también, ciertas cocciones del alimento. También parece feliz, tiene sus amores, sus trabajos y su hijo.
Resulta tonto hacer la cuenta, sobre qué tiene cada uno pero a los pensamientos les sirve así. A veces yo me he sentido muy mal por no tener pareja, y un amigo de novio hace años se sentía mal al lado mío por no saber qué hacer de su vida. Yo hace tiempo sabía de la mía. Entonces cada uno un poquito, y el deseo coloreando las faltas.
Hay días que me he sentido mal por tener panza, y me he acordado de una señora en la esquina de casa gordísima desde que soy pequeño. Ella no se murió por ser gorda, yo no me moriré por tener la panza hinchada de las harinas esta semana. No sé si está bien pensarlo así, quiero escribirlo porque quiero conocerlo. Los pensamientos suceden en borrador, pocas veces tienen formas definidas.
Cuando tengo un problema a veces parece que abarcará todo alrededor mío, por eso está bueno decir no me voy a morir por. Cuando podemos pensar que las personas vivimos de muchas maneras estamos pudiendo pensar que vivimos con y no morimos por. Porque después nos morimos mágica y raramente, también debemos decir.
La vida es una narrativa tácita, subterránea a todos los problemas, vicisitudes, logros y aventuras que colocamos en su superficie. La vida estaba abajo de todo eso, continúa alrededor de todo eso. Desde hace unos años me interesa pensar cuán conscientes podemos ser de esa trama sólida que pervive debajo de nuestra fragilidad, nuestro vaivén. Podríamos encontrar muchísimo poder en la observancia de ese desenvolvimiento de la vida porque ahí empieza a ser la vida, no nuestra vida.
Las poéticas cotidianas, el ejercicio diario que hacemos de la vida, la forma en que ocupamos nuestro tiempo, cómo dormimos y despertamos, allí está el relato. No estaremos muchísimo tiempo aquí, entonces todo puede volverse más pequeño para entrar a nuestro pensamiento. Hay quienes dicen que el inconsciente sabe que moriremos, pero se hace el loco. Otros creen que no, que en verdad no sabe y cree en su propia eternidad. En todo caso nos toca a nosotros, y ese es nuestro gesto más humano, decirle que todo pasará. Adentro nuestro los pensamientos tienen un tiempo, pero alrededor nuestro hay tantísimos otros tiempos. Tal vez tenemos que enseñar a nuestros pensamientos y corazones el tiempo. Esto que aquí pasa, eso que acá sucede, esta sensación es, amor mío, el tiempo. Y estas aquí, son las personas. Mira con tus ojos dorados cómo aparecen, cómo desaparecen, cómo permanecen. Trata de encontrar, corazón mío, vida, mi vida, aprendizaje en cómo gastan sus delicadas monedas de oro.
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Trabajo sobre mi vida, una superficie que no comprendo. Me asusto cuando no sé cómo quisiera sea lo que me rodea. En el fondo permanezco, como en un cofre, entre los alrededores de la realidad. Tanto el vacío como la existencia están en los márgenes de mis oídos y yo no les pertenezco a uno ni a otro signo.
Todas las emociones que me inundan me son desconocidas. Me rehúso a comprenderlas. En ocasiones celebro mis hazañas, y en otras las maldigo. Creo que en medio lo que hay es un común olvido. Como si mi identidad estuviera hecha de olvidos y recordaciones, y no pudiera verme. Claro que tengo miedo, pero incluso el miedo es una emoción que no comprendemos.
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No sé muy bien quién soy. Me gusta pensar que ninguno de nosotros lo podría saber en verdad, y también que forma parte de nuestra incertidumbre humana no saberlo. Pero igual, igual me pasa que no sé quién soy. Todos estos días, un poquito me lo pregunto. Hubo montones de momentos en que podía tomar una senda, y con seguirla un tiempo más, con permanecer en ella, podía llegar al final obteniendo algo, un título, un trabajo, una identidad que dijeran quién soy por mí. Ni siquiera con mí deseo soy claro. Cuando me dicen si quiero me llamen en femenino o masculino les digo que no sé. En verdad no sé. ¿Por qué alguien sabría cuál es su género? Me parece muy lejano estar seguro de cómo quiero que sea. A veces me siento muy bien con ropa femenina, otras con ropa masculina. Cuando sé que a alguien le calienta, aminoro mucho más mi voz y me hago la distraída. Pero después cuando estoy enseñando algo a alguien, me pongo fuerte, no débil.
El otro día escuchaba a una chica contarle una anécdota por mail a Martín Cirio, el youtuber que oigo cada día. Desde el principio la chica colocaba nombres a cada experiencia "un vínculo", "una patología del tipo", "comencé un contacto cero que duró", "entonces hubo una secuencia". Me parece muy lejano que cada situación de la vida pueda llamarse de algún modo. Cuando me preguntan qué hago y les digo que soy "escritor" y "educador", me vuelven a preguntar qué hago. Si solo les digo educador, muchas veces quieren traducirlo por maestro, profesor o qué. ¿Por qué no abrirnos a los muchos idiomas que tenemos cada persona? ¿Por qué insistir tercamente en una lengua homogénea? Más todavía con las pruebas constantes que nos ofrece el mundo de su inestabilidad alrededor nuestro. ¿Por qué querríamos ser alguien aquí?
Me pasé varios días volviendo a ver la vida de un extraterrestre este mes, y hace casi un año que por las noche oigo a Monseñor Isidro Puente Ochoa, un sacerdote mexicano enfocado en reconstruir la Iglesia a partir de la restauración de la liturgia y los seminarios menores. Él da misas en latín, haciendo una lectura heterodoxa y original de los documentos del Concilio Vaticano II. Está en Tijuana, México, y cada uno de sus sermones son grabados y subidos. Me encanta oírle hacer distinciones teológicas, contar anécdotas y argumentar en favor del sentido común. Todo lo que dice, todo lo que escucho, está muy distante de quién soy. Pero igual lo escucho, supongo que porque me gusta saber que la vida puede ser de otras maneras. Me es tan lejano el mundo que él relata que termino ensoñado, pensando cómo será la vida allá en el convento, tras las sierras.
Todo sería más fácil si fuese claro, pero mis claridades son pocas y valiosas. Mientras tanto, cada vez que podía tener una identidad, un título, un trabajo que respondiera por mí quién soy, elegí quedarme con la pregunta. Espero valga la pena.
jueves, 14 de mayo de 2020
La gran sacerdotisa
Pronta a ingresar en los aposentos de lo intangible, la vejez la ubica en un costado de magias y enamoramiento. Sus funciones en el relato son el amor y el misterio. Guardiana del inconsciente, mueve hilos en la trama casi sin hacer. Sus movimientos son quedos, derredor el patio, completados por las fatigas del interior donde hace pasteles, espera cartas, cuida una sobrina, usa lociones de París e imagina. Ella es la única en la vecindad en usar su hogar para imaginar.
¿Cómo sabe ella hacernos imaginar?, ¿cómo sabe ella hacernos desear saber? Hay días en que se distiende sobre su ventana y canta, como las viejas en los poemas cuando empiezan a olvidar.
miércoles, 29 de abril de 2020
Olvido, saber y vejez. Los dos tiempos de las imágenes en Antonio Gasalla.
Cuando hacía el personaje de Mamá Cora en El palacio de la risa, Gasalla imprimía al delirio de la vejez un áurea de abrigo y sustento. Desde la puerta de calle, la cámara seguía a la abuela a través de las habitaciones. A su paso iba desordenando la frágil estructura familiar y dando lugar a todos los enredos que proseguirían durante lo que durase el sketch: colgaba el teléfono en que Felipe esperaba la dirección de Emilse, extraviaba a Clotilde, y maltrataba al novio de Amanda en nombre de ella misma, su prometida.
Al llegar a la cocina se ponía a amasar y cebar mate. En la toma de 1994 en que Emilse va al dentista, los personajes dicen que fuera hace mucho frío. Por eso ella le ceba mates a su hijo. El mate parece ser lo único que siempre va a funcionar, y no es menor que sea ella quien lo haga andar.
En una entrevista con Ángel de Brito de comienzos del 2018, Gasalla respondía nuevamente a la recurrente pregunta de si el personaje había nacido con Esperando la carroza. Antonio explica que lo venía haciendo de antes, aunque de un modo más artesanal. En Esperando... se incorporó la máscara facial que llevó durante la filmación. Quitarla demoraba más tiempo entonces que colocarla. Por eso no podía sacársela en el entremedio de las escenas. Mientras el resto del elenco almorzaba, la abuela se sentaba en un cordón. A la gente le daba pena y le alcanzaba comida.
También le preguntaron por qué vivían en Ramos Mejía cuando eran chicos. Dice que un médico había propuesto curar el asma de su hermano haciéndolos mudar a una localidad por donde pasara el tren. Ahí lo hacía dos veces al día, durante las cuales había que estar con el chico en la Estación cuando pasara para que aspirase el vapor. Casi puedo ver a los hermanos corriendo para evitar perder un tren que no tomarán.
La escena comienza con el plano de ellos dos bajando por un camino de tierra y doblando a la estación. Prosigue con imágenes de sus rostros que demuestran preocupación mientras doblan hacia la Estación. El tren ya se divisa desde lejos, y se oyen los reproches entre ambos que conforman el bullicio de la infancia. Llegan rápido. Averiguamos para qué corrían cuando finalmente el menor es tomado por un humo blanco que lo cubre. Un fotograma de Esperando... o de Dos hermanos.
El otro relato conmovedor de Gasalla en Los ángeles de la mañana tiene que ver con los shows privados en que el personaje de la Abuela es contratado. Para algunos casamientos le piden que asista caracterizado. Si me pagan lo que pido, voy, decía entonces. Conversa con los invitados luego de entrar sin anunciarse, les va preguntando si es rico o no lo que comen y así.
Una vez la novia le pidió que entrase inmediatamente con ella. Fueron al escenario y se sentaron ahí a charlar. Era la segunda vez que se casaba, con el mismo hombre. Al rato vino el marido y pidió permiso para sentarse. Charlaron un largo rato, y hasta los hijos del matrimonio, adolescentes, se colocaron en cuclillas delante de ellos. Armaron un pesebre. Pobre gente, no habrán tenido una abuela y tuvieron que alquilarla.
Algo bonito en cómo la Abuela se confunde al atender el telefonillo de su hogar es la capacidad para creerse visitada por innumerables personajes de la televisión, la fama y el éxito. Cuando preguntan por Elsa y ella piensa es Bielsa, el del fútbol, renueva un gag que, durante los años del envío televisivo, se fue repitiendo como marca. Dulce es pensar una casa como espacio digno de ser visitado. Esta es la equivalencia que ese error supone debajo: si hay una casa, hay posibilidad de ser visitados, ya sea por Adrián Suar, Osvaldo Laport o Monseñor Laguna. La Abuela no se cuestiona la identidad de esa casa, su anclaje social, cultural o económico. En su aparente senilidad, deja pasar la fama por su puerta, como si en la mente de Abuela la palabra casa pudiese equivaler siempre a un punto de referencia intensa, fuerte, capaz de convocar sobre sí estas visitas de lujo que ella enaltece ante sus convivientes pidiendo se comporten mejor "no ves Felipe que está Pappo acá". Esos malentendidos involucran la manera en que Gasalla decidió actuar la vejez, pero también permiten entrar otras creencias, las de una vida digna porque se sabe estable, continua y capaz de todo.
¿Se nos dice entonces que debemos confundir esa estabilidad, ese poderío, con la vejez? Hay, es cierto, una imágen de trascendencia, una licencia, que Gasalla compone sobre la Abuela. Ella puede, ella tiene permiso. Esa es la contracara de la invalidez y fragilidad no solo supuestas, sino también actuadas en esa anciana.
Entonces, la cámara sigue el andar lento de una vieja mientras llega al portero. Es parte del ritmo que el teléfono suene, ella tarde en atender. Hay confusión al atender ese teléfono, sí, pero además también hay lentitud, demora. El error como dispositivo. (¿Cuánto puede la vejez equivocarse?, esto es, ¿cuánto puede cuestionarnos?)
Cojea unos momentos hasta llegar. Una inmemorial operación de la cadera (de la que "yo no quedé bien"), producto de un accidente de colectivo muchas veces relatado, historiza esa falla del cuerpo. La Abuela no posee sobre sí mayores problemas físicos. Su senilidad, su poética del error, se aloja entre los pensamientos y las palabras, en la imaginación. Ella es una mujer que imagina mal, esa es su marca. Su cuerpo mientras tanto posee todos los signos de sobrevivir, a la vida que ella vivió (¿cómo habrá sido? ¿con quiénes? ¿dónde?), sino también a esa imaginación. Un cuerpo que sobrevive bajo la sutura de un punto, de un centro, en esa cadera.
En su vida, Antonio adquirió diferentes problemas de rodilla al crecer que le harían cancelar contratos, suspender funciones y abandonar temporadas. También mientras crecía adquirió la lucidez y poca paciencia de su personaje que, en cuanto es desatendida o desobedecida, no duda en insultar a familiares, vecinos, invitados o comerciantes. Del mismo modo, este verano Antonio se enfrentaba a un notero de Los ángeles a la mañana señalando que preguntaba "cosas que no te importan". "A mí me importa" decía el insoportable sonriendo, disimulando lo evidente. Antonio miraba a la calle, a un costado del notero, a un más allá de la cámara (un más allá que, curiosamente, también la incluía, tal como en la actuación sucede) y respondía con simpleza "No". Ese no, en su desnudez, es el gesto resumido de un rechazo, el signo de una maduración.
Ser viejo puede ser una forma de decir no. Más aún, en la parábola de Antonio, la vejez debe actuarse antes de vivirse. También, la vejez tiene una dimensión representada. O mejor, no se puede crecer si nos muestran cómo.
En este sentido, los que nos interesan son pequeños mundos, cerrados en sí mismos bajo la forma de un hogar. La vecindad, la casa de la Abuela, el departamento de Soledad. La cámara devela esos retablos breves, que se van extendiendo y manteniendo en los años, con sus personajes dentro. Van quedando en el tiempo, como barcos que navegan para ser la intrusión de un tiempo en otro aunque las imágenes siempre sean cercanas, no hay otro modo.
Son vidas pequeñas, en cuya representación se ilumina uno de los aspectos más opacos de nuestro saber sobre el mundo. Hay pocos espacios donde se desarrolle una pedagogía del estar-acá. Las imágenes son uno de ellos, y este es el aspecto que más potencian estas poéticas en particular.
Durante una de sus incursiones como la Empleada Pública en Showmatch, Gasalla propuso a Marcelo Tinelli uno de los juegos en cuyas destrezas ya había utilizado el personaje antes. Con la excusa gubernamental que fuese, la Empleada exigía al ciudadano se quitase la ropa. La pantomima debía continuar hasta el borde del ridículo, cuando la persona, a punto de llegar a la desnudez, se defendía y tapaba, se quejaba y ofuscaba. La Empleada seguiría entonces inconmovible, a veces forzaría, y otras pediría con lascivia. Mucho más seductor que Marcelo, un aquejado ciudadano interpretado por Sebastián Borras era desnudado década atrás junto al personaje.
Sin embargo, ahora, dedicada a desnudar a Marcelo, el pedido se hacía con profesionalismo esta vez. Invocando la pretérita condición de "dueño del show" que solemos asignar a Tinelli, podemos suponer que Antonio informó a Marcelo sobre la representación que comenzarían, por más que se entregasen luego al vivo, las nivelaciones del raiting y, también y no menos importante, los demás miembros de ese retablo. En ese marco, el striptease de Marce es medido, controlado, seguro. Todos son un poco prudentes respecto a ese cuerpo, creo que incluso la propia Flora lo toca con cuidado y respeto. Mientras, Marce se quita las prendas en un baño de humildad, haciendo de tipo común, que tan bien le sale, hermanándose con el público a través de las estratagemas que han ordenado su discurso estos últimos años.
Todo va y viene hasta que, hacia el final, surge un nudo en la historia. El forcejeo era necesario en este sketch, antes y ahora. Recordemos de todos modos que, a diferencia del desnudamiento de Borras propiciado por Flora en compañía de Norma Pons, ahora tenemos a Gasalla solo, sin un actor delante sino apenas un famoso conductor, en el vivo de un programa ingobernable. ¿Cómo terminar entonces? El detector de metales suena sobre el bulto de Marce: preguntarse cómo seguir la fantasía, cómo seguir mintiendo, es preguntarse cómo seguir sin mostrar lo que no puede mostrarse.
Pronto lo sabemos. Conductor y humorista extienden el sketch en directo hasta que un Marcelo en ropa interior comienza a correr. Flora ha pedido ayuda a algún masculino para que revise el miembro de Tinelli. Ella sigue pidiendo en ascéptica autoridad estatal. Flavio Mendonza, que a la saga hizo en esos años de enamorado del empresario televisivo, se ofrece gustoso y da su cuerpo a la escena. Entonces comienza una persecución, una huida de Tinelli, en la que Mendoza y Flora le siguen. Marcelo se oculta momentáneamente en los controles y hasta allí llega la autoridad pública a exigir la revisión. "Que te vea" le pide. "Que muestre", indica Flavio. "Mostrá", insiste Flora. "No voy a mostrasr". Por sobre el forcejeo verbal comienza un forcejeo físico. Están en un pasillo. Es angosto y las cámaras no acostumbran a filmar allí.
Por eso el suceso ocurre de espaldas a nosotros, de una forma opaca, que no terminamos de ver. Es un segundo, luego del cual los tres niños involucrados cambian sus tonos de voz, los modos de sus cuerpos, incluso sus miradas. Algo en sus actuaciones se trastoca. Sus personajes son conmovidos por un fulgor que proviene de otro sitio.
"No, no, ya está, porque ya mostré y de verdad", anuncia Marcelo de una forma que escapa por un ratito de la risa y la parodia, para ubicarse en otro registro. Hay sonrisas de Flora, alabanzas de Flavio y una posterior confesión de parte del coreografo entonces jurado: "Hacé conmigo lo que quieras, te trabajo gratis toda la vida ahora".
Parece ser que sí, que efectivamente, uno ha visto y otro ha mostrado. La representación termina allí porque han tocado un límite. Qué hacemos con ese límite, es decir, ¿qué entendemos que pasó? ¿Flavio forzó demás el boxer de Marcelo? ¿Flora se lo bajó como hacía con sus actores? ¿Marcelo quiso, en generosidad u orgullo, mostrar?
Esta escena, ex-céntrica al mundo que Gasalla supo cuidar y sostener, toca la posición de los cuerpos como verdad en el teatro, pero también a la imaginación como vía de llegada a la realidad. Jugando a imaginar, los niños se topan con lo real. La investigación sexual, decía Freud, es la sana pulsión de saber que caracteriza a los niños, quienes por lo demás, se la pasan jugando como hacen nuestros tres personajes en esta media hora de sus trabajos. Curiosos e investigadores, no duda en llamarlos el autor alemán, porque el saber que buscan nunca es un saber transtivo: la búsqueda pulsional es tal y tan fundamental que saber aquí es ya intransitivo.
La aporía de la actuación es la unidad del cuerpo. Al menos su pretendida unidad. La actuación se carga en el cuerpo, al modo en que Norma Pons siempre hizo, una y otra vez, de Norma Pons en esas imágenes. Al modo en que Gasalla hace, necesariamente, de Gasalla a pesar suyo. En una entrevista de Infama o Confrontados, Antonio dijo con mucha lucidez que si a él le piden hacer de él mismo, no sabe qué hacer. Es cierto, pero tanto como que Gasalla es el resto nominal de todos esos personajes. Al punto que su poética puede arrastrase, con sus cuotas de vida, a estos sitios inhóspitos. Entonces por momentos pensamos que el cuerpo tiene que ser el que es para hacer lo que hace. Pero de nuevo, ¿cómo es un cuerpo el que es? Del lado de Marcelo, el cuerpo también debe portar lo que porte entre sus piernas para ocultar/mostrar lo que oculta/muestra.
El asunto con nuestra anécdota es que los tres parecen sorprenderse ante aquello que encuentran. La sorpresa no pasa tanto porque haya mostrado / hayan visto como porque eso esté ahí. Entonces el acontecimiento radica en un saber del cuerpo, un encuentro con algo real que también sucede en televisión, entre cámaras, mientras se actúa.
En los noventa, hubo un sketch de la Empleada donde China Zorrilla hacia de una actriz uruguaya muy querida por el público que pretendía saludar al presidente. Gasalla y Norma Pons hacían de funcionarias que retrasaban ese ingreso. Todas lucen hermosas en sus papeles. En un momento, la fascinación del pequeño Antonio (¿o es Flora?) se asoma al preguntarle a China si no es cansador ir cada noche al teatro. Ella niega, en absoluto, alegando que actuar es entrar en un recreo: "Cansador es todo lo otro".
Las poéticas de la vida cotidiana, los mundos pequeños de casa de la Abuela. Ante estas historias la pregunta metodológica más importante que podríamos hacernos es, ¿desde dónde se sostiene la vida cuando se sostiene? Esto también es preguntarse, ¿qué condiciones necesita la vida para ser tal?
Se trata de volver una pregunta (¿hay vida sin cotidianeidad?) en un interrogante por la forma de la narración. Ante un relato podríamos pensar si el cotidiano es mostrado o escondido. ¿Se escinde ese cotidiano? ¿En pos de qué se lo escinde? ¿Pueden los relatos hacerle ole a la domesticidad de la vida? ¿Puede haber vidas no-domésticas? De nuevo, ¿es qué puede haber vida sin domesticidad? Las narraciones de la vida que ocultan ese aspecto, ¿qué nos contarían?
La forma en que se sostiene el relato de un día debajo de los sucesos maravillosos que cada sketch está destinado a contar. La búsqueda de un efecto de realidad que no está aquí asociado al espacio y su descripción como nos enseñó Barthes, sino a un tiempo y su transcurso. Los sucesos se mueven como si fuesen la descripción de un tiempo.
Los vídeos nos muestran representaciones sobre cuyos bordes rebalsa el tiempo, generosamente ofrecido para que pueda tener lugar la repetición (el argumento) en cada nueva filmación. La gracia que Gasalla trajo del teatro a la televisión fue la capacidad de presentar esos fragmentos filmados como tales, como imágenes desprendidas de una continuidad, como si la cámara fuese ahora un escenario en lugar de un mecanismo de filmación. Sin muchos cortes, algún plano secuencia enterito o casi. La mirada no es omnipresente sino doméstica, situada en el margen de aquello que permanece ante la mutabilidad. Esa familiaridad transmiten aún las imágenes, y en ello hayamos fuente de tranquilidad y regocijo puesto el idilio no es tanto con una vida que pueda cambiar, sino con una que pueda permanecer.
El encanto de estar vivos no radica en el acontecimiento, sino en su permanencia, en sus remansos de estabilidad, en el tiempo exacto, enorme, dichoso en que la madre de Soledad se sienta a tomar mate. Nunca tiene que ir a ningún lado, siempre está ahí en esa mesa, tomando mate. Sin ella no habría trama, no tanto en el sentido argumental de los sketchs de Soledad en aquella época como en tanto que tejido, amarre, anclaje, solidez.
Las estéticas de la vida cotidiana comprenden el día como medida justa de las transformaciones. En él siempre habrá peligros y posibles maravillas, más todo podrá volver a su cobijo seguro. La casa de Clotilde, el departamento de Sole y su mamá, donde siempre seguirá habiendo tiempo porque en estas representaciones el tiempo no se gasta. Esa es la maravilla. Acá el tiempo no se gasta. Los personajes están sumergidos en la vida sin gastar el tiempo, sino usándolo, es decir, haciendo uso de él sin que pierda brillo, sin gastar, sin desgastar.
Entonces el plano se abre en medio de esa tranquilidad. La vida no hace ruido para estar. Al contrario, sostiene su feroz pulsión en otro estado, el de quien llegó para quedarse.
A partir de allí, lo que existe una forma particular de nostalgia ejercida por la vida en la propia vida. No es el producto de un abandono tanto como de un olvido.
Se trata de un poder alojado en las imágenes. Tiene la forma de una mirada. En ella hayamos la profundidad propia de la potencia que se aloja en «vida».
La mirada nos permite recordar cómo una vida es tal en la medida en que se desconocen los alcances de su potencia. Su presencia en el relato libera una posibilidad imaginativa no limitada, imposible de determinar con antelación. La nostalgia restituye esa potencia. Se trata de un señalamiento, al modo de un giro de cabeza que permite observar ese hecho por vez renovada.
Poner en abismo significa hacer centro, dar centro, pero también elaborar un vacío, un abismo, por el cual lo representado adquiere profundidad. Aquello que se desplegaba horizontalmente frente nuestros ojos, adquiere entonces hondura. Desde ese espacio nos interroga.
Una puesta en abismo acostumbra a sostener una enunciación interrogativa: ¿y esto qué es?. La nostalgia, en cambio, trabaja suavizando esa pregunta porque el sujeto ya sabe el qué aunque se sienta momentáneamente alejado. Las imágenes alejan y devuelven al sujeto, en un movimiento pendular que es propio de su forma de vincular temporalidades. Las imágenes siempre tienen, al menos, dos tiempos.
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