Me
acomodo a escribir en el calor reciente de la cocina. Los últimos días hago
panes por la noche, cuando voy cerrando la jornada y la tibieza se vuelve
necesaria y amena. Por estos días leo, con fascinación y hermosura, una novela
escrita hará setenta años en la ciudad donde vivo. Por el cuidado con que allí
todo está escrito y detallado, por la profundidad de cada uno de los recuerdos
congregados, me muevo despacio dentro suyo. "Dentro suyo", como
corresponde la expresión, puesto que Historia
de una expresión (1947) está hecha con innumerables capas de interioridad.
Por un lado la de la provincia, por cuyo motivo la leo en el marco de las
conversaciones públicas acerca de la narrativa entrerriana que con Matias e
Ivana venimos desarrollando en nuestra querida Biblioteca provincial, con ese
adjetivo, provincial, y que Ana María Garasino no olvida en ninguno de los
momentos. Como un término que se explica a sí mismo, a veces llega su límite
expresivo: contemplando el campo y sus quehaceres, exclama, conmovida:
"¡Entre Ríos!". Y dentro suyo, el pueblo que separa en sílabas, el
pueblo que califica cada vez como provinciano y que cree, en muchos momentos,
capaz de sentir todo él lo que en su casa se siente. Las penas y alegrías
solariegas que ella percibe tomadas de todo el pueblo o expandidas a todo el
pueblo no solo en un cortejo de rumores y murmullos sino también de
sensaciones. La casa, claro, como interior del interior y dentro suyo las
huertas, las casas de muñecas, los cuadros, el bordado de los balcones. Capas
de interioridad donde se concibe la profusa vida interior de la niña, la
protagonista que ahora escribe sus memorias, las memorias de su imaginación.
Como Habitaciones (2002) de Emma
Barrandéguy, Historia de una expresión
piensa fuertemente la interioridad como motivo de provincias y desde ellas trata
de pensar cuál intimidad pudimos conocer. Mujeres deseosas ambas, escritoras
las dos, cada una de sus autobiografías contiene los oblicuos recorridos por
medio de los cuales se convirtieron en tales.
Pero no es eso, todo aquello que con tiempo y espacio se hará como lectura
crítica de este tomo precioso, lo que quería apuntar antes de terminar el pan y
cerrar los párpados. Más bien quería volver un tanto sobre lo que estos días
siento mientras leo este precioso tesoro olvidado. ¿Cómo medir los olvidos? Ana
María no se queja en su texto de las costumbres idas, y es medida tanto en el
elogio como en el rechazo hacia los cambios y transformaciones. Parece
conservar, merced su vida interior, todo el vínculo continuo que deseaba con lo
que deseaba. Por eso no, no es a ese olvido al que me refiero sino a otro, el
que hizo que no conociese antes esta novela. ¿Cuánto tiempo se precisa para que
una lectura se olvide? Bien recibida por sus contemporáneos, impulsada por
algunos que le soñaban futuros promisorios incluso, ¿las operaciones
editoriales, las operaciones críticas, las imágenes de autor alcanzan para
explicarnos la configuración de un campo? El campo al que me refiero, Ana
María, no es al que tú te referías... aunque campos, si decimos campos, tampoco
creo conocer el que conociste y que, aunque intento imaginarme, tampoco puedo
saber dónde habrá estado ubicado. Tus precisas marcas topográficas, tan
elocuentes cuando hablas de Paraná, se pierden un poco en nuestro presente
cuando sales a las afueras. Conocí otros campos, pero no tenían los inmigrantes
que mencionas, ni llevaron en mí las sensaciones que entonces me dices llevaron
en tí.
Lecturas y escrituras suceden en un marco ordenado y puntual que son las
'estructuras de sentimiento', pero ellas son afectadas por el tiempo y resulta difícil
recobrarlas. Trato de entender la sentimentalidad que llevó a esta mujer hace
tantos años a habitar, el verbo es adecuado, esta ciudad de la forma en que lo
hizo. Haciendo esos usos imaginativos de su alrededor que ahora, tantos años
después nos cuenta. ¿Cuántas capas de tiempo soporta un libro? Unas décadas
después de vivir aquello que ahora recuerda, Ana María escribe y otras décadas
luego yo leo aquellos recuerdos que ella tiene a bien acercarme. Roger Chartier
decía que leer es oír a los muertos con los ojos.... ¿sin embargo algunas voces
se pierden en entre tanto? Siendo ‘tanto’ no solo el tiempo, sino también el
espacio y los nombres. ¿Cada cuánto se pierden? ¿Cada cuánto se recobran?
Quiero decir, ¿en qué momento de la transmisión cultural cayeron tantos objetos
de nuestro quehacer local en desuso? Trabajamos en este grupo sobre textos que
tuvieron relevancia en sus contextos de producción, tanto temporales como
espaciales, incluso con algunos que merecieron de sus contemporáneos tanto el
aplauso crítico como el respaldo económico y la reedición. Comprendo que
nosotros variamos puesto que ya no somos sus contemporáneos, y como tales
podemos ya no pensamos como pensaron aquellos. ¿Eso alcanza para entender un
olvido? ¿Con cuántos tiempos está hecho un tiempo? Esos textos, esos casos a
nuestro alrededor son muchos. ¿Componen una tradición? ¿Un sistema? ¿Una
escuela? ¿Compusieron alguna vez una estructura del sentir? ¿Varias de ellas?
Sobre la señal sonora de un tren que parte o llega, la pequeña Ana María
Garasino aferrada a su padre nos dice, sobreimpreso a su recuerdo, no saber, no
poder acordarse qué hacían allí: "No lo sé. Ni sé, tampoco, si fuimos a
alguna parte, o si estábamos aguardando a alguien que no llegó; ahí mismo,
donde junto a la caldera infernal o a los rasgos inocentes del musgo, podían
reunirse a deliberar los grandes reformadores u ordenadores sociales, desde un
descontento tan lejano y tan viejo como el mundo. Aquí también, bajo el techo
sombrío e inclinado del humilde andén provinciano, surcado de esperanzadas
muchachas, habría lugar (...)". Vuelta del tiempo, la escritora viaja
hasta su recuerdo para que allí, en ese sitio donde ella y las esperanzadas
muchachas estaban, haya lugar para los autores que ella luego conocería, las
discusiones filosóficas de las que, lejitos y en silencio paranaense,
participaría. Ahí donde puse el paréntesis suspensivo los cita, y antes también
bien venía dando cuenta de ellos. Vuelve hacia atrás para hacerles lugar en un
sitio que, por no ser el de la partida ni el del encuentro, se vuelve
simplemente el testimonio del pasaje, del tren que parte. ¿Cómo se permanece en
un andén? ¿Cómo se permanece en una provincia? La imagen es paradigmática,
puesto que en ese sitio de pasaje (¿qué esperanza esperan las muchachas esperanzadas?),
se pretende hacer lugar, hacer caber a todo aquello que luego se conocerá y que
no parece, de natural, tener sitio allí.
Ahora mismo, cuando a la vuelta del siglo que Ana María está narrando, nuestras
condiciones de vida, las formas de la organización social, vuelven a ponerse en
debate, antiguas imaginaciones todavía no oídas vuelven a visitarnos. Todo este
tiempo que vuelvo sobre trozos de una literatura olvidada o poco atendida, en
nuestras charlas, en los encuentros que hemos compartido, en los márgenes de mi
lectura, me pregunto si estos textos no habilitan la pregunta acerca de qué es
una provincia, cómo se la habita, cómo se la escribe. Las imágenes que los
textos me devuelven son elocuentes, y hacen de ese margen, de ese andén en que la
escritura y la lectura se recobran y olvidan una provincialidad posible, una
delimitación interior para la vida de quienes no partimos.
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Fotografía de Marisa Negri en el jardín de otro escritor, otras provincias, otros olvidos.