martes, 1 de abril de 2025

el andén provinciano

 


Me acomodo a escribir en el calor reciente de la cocina. Los últimos días hago panes por la noche, cuando voy cerrando la jornada y la tibieza se vuelve necesaria y amena. Por estos días leo, con fascinación y hermosura, una novela escrita hará setenta años en la ciudad donde vivo. Por el cuidado con que allí todo está escrito y detallado, por la profundidad de cada uno de los recuerdos congregados, me muevo despacio dentro suyo. "Dentro suyo", como corresponde la expresión, puesto que Historia de una expresión (1947) está hecha con innumerables capas de interioridad. Por un lado la de la provincia, por cuyo motivo la leo en el marco de las conversaciones públicas acerca de la narrativa entrerriana que con Matias e Ivana venimos desarrollando en nuestra querida Biblioteca provincial, con ese adjetivo, provincial, y que Ana María Garasino no olvida en ninguno de los momentos. Como un término que se explica a sí mismo, a veces llega su límite expresivo: contemplando el campo y sus quehaceres, exclama, conmovida: "¡Entre Ríos!". Y dentro suyo, el pueblo que separa en sílabas, el pueblo que califica cada vez como provinciano y que cree, en muchos momentos, capaz de sentir todo él lo que en su casa se siente. Las penas y alegrías solariegas que ella percibe tomadas de todo el pueblo o expandidas a todo el pueblo no solo en un cortejo de rumores y murmullos sino también de sensaciones. La casa, claro, como interior del interior y dentro suyo las huertas, las casas de muñecas, los cuadros, el bordado de los balcones. Capas de interioridad donde se concibe la profusa vida interior de la niña, la protagonista que ahora escribe sus memorias, las memorias de su imaginación.

Como Habitaciones (2002) de Emma Barrandéguy, Historia de una expresión piensa fuertemente la interioridad como motivo de provincias y desde ellas trata de pensar cuál intimidad pudimos conocer. Mujeres deseosas ambas, escritoras las dos, cada una de sus autobiografías contiene los oblicuos recorridos por medio de los cuales se convirtieron en tales.

Pero no es eso, todo aquello que con tiempo y espacio se hará como lectura crítica de este tomo precioso, lo que quería apuntar antes de terminar el pan y cerrar los párpados. Más bien quería volver un tanto sobre lo que estos días siento mientras leo este precioso tesoro olvidado. ¿Cómo medir los olvidos? Ana María no se queja en su texto de las costumbres idas, y es medida tanto en el elogio como en el rechazo hacia los cambios y transformaciones. Parece conservar, merced su vida interior, todo el vínculo continuo que deseaba con lo que deseaba. Por eso no, no es a ese olvido al que me refiero sino a otro, el que hizo que no conociese antes esta novela. ¿Cuánto tiempo se precisa para que una lectura se olvide? Bien recibida por sus contemporáneos, impulsada por algunos que le soñaban futuros promisorios incluso, ¿las operaciones editoriales, las operaciones críticas, las imágenes de autor alcanzan para explicarnos la configuración de un campo? El campo al que me refiero, Ana María, no es al que tú te referías... aunque campos, si decimos campos, tampoco creo conocer el que conociste y que, aunque intento imaginarme, tampoco puedo saber dónde habrá estado ubicado. Tus precisas marcas topográficas, tan elocuentes cuando hablas de Paraná, se pierden un poco en nuestro presente cuando sales a las afueras. Conocí otros campos, pero no tenían los inmigrantes que mencionas, ni llevaron en mí las sensaciones que entonces me dices llevaron en tí.

Lecturas y escrituras suceden en un marco ordenado y puntual que son las 'estructuras de sentimiento', pero ellas son afectadas por el tiempo y resulta difícil recobrarlas. Trato de entender la sentimentalidad que llevó a esta mujer hace tantos años a habitar, el verbo es adecuado, esta ciudad de la forma en que lo hizo. Haciendo esos usos imaginativos de su alrededor que ahora, tantos años después nos cuenta. ¿Cuántas capas de tiempo soporta un libro? Unas décadas después de vivir aquello que ahora recuerda, Ana María escribe y otras décadas luego yo leo aquellos recuerdos que ella tiene a bien acercarme. Roger Chartier decía que leer es oír a los muertos con los ojos.... ¿sin embargo algunas voces se pierden en entre tanto? Siendo ‘tanto’ no solo el tiempo, sino también el espacio y los nombres. ¿Cada cuánto se pierden? ¿Cada cuánto se recobran?

Quiero decir, ¿en qué momento de la transmisión cultural cayeron tantos objetos de nuestro quehacer local en desuso? Trabajamos en este grupo sobre textos que tuvieron relevancia en sus contextos de producción, tanto temporales como espaciales, incluso con algunos que merecieron de sus contemporáneos tanto el aplauso crítico como el respaldo económico y la reedición. Comprendo que nosotros variamos puesto que ya no somos sus contemporáneos, y como tales podemos ya no pensamos como pensaron aquellos. ¿Eso alcanza para entender un olvido? ¿Con cuántos tiempos está hecho un tiempo? Esos textos, esos casos a nuestro alrededor son muchos. ¿Componen una tradición? ¿Un sistema? ¿Una escuela? ¿Compusieron alguna vez una estructura del sentir? ¿Varias de ellas?

Sobre la señal sonora de un tren que parte o llega, la pequeña Ana María Garasino aferrada a su padre nos dice, sobreimpreso a su recuerdo, no saber, no poder acordarse qué hacían allí: "No lo sé. Ni sé, tampoco, si fuimos a alguna parte, o si estábamos aguardando a alguien que no llegó; ahí mismo, donde junto a la caldera infernal o a los rasgos inocentes del musgo, podían reunirse a deliberar los grandes reformadores u ordenadores sociales, desde un descontento tan lejano y tan viejo como el mundo. Aquí también, bajo el techo sombrío e inclinado del humilde andén provinciano, surcado de esperanzadas muchachas, habría lugar (...)". Vuelta del tiempo, la escritora viaja hasta su recuerdo para que allí, en ese sitio donde ella y las esperanzadas muchachas estaban, haya lugar para los autores que ella luego conocería, las discusiones filosóficas de las que, lejitos y en silencio paranaense, participaría. Ahí donde puse el paréntesis suspensivo los cita, y antes también bien venía dando cuenta de ellos. Vuelve hacia atrás para hacerles lugar en un sitio que, por no ser el de la partida ni el del encuentro, se vuelve simplemente el testimonio del pasaje, del tren que parte. ¿Cómo se permanece en un andén? ¿Cómo se permanece en una provincia? La imagen es paradigmática, puesto que en ese sitio de pasaje (¿qué esperanza esperan las muchachas esperanzadas?), se pretende hacer lugar, hacer caber a todo aquello que luego se conocerá y que no parece, de natural, tener sitio allí.

Ahora mismo, cuando a la vuelta del siglo que Ana María está narrando, nuestras condiciones de vida, las formas de la organización social, vuelven a ponerse en debate, antiguas imaginaciones todavía no oídas vuelven a visitarnos. Todo este tiempo que vuelvo sobre trozos de una literatura olvidada o poco atendida, en nuestras charlas, en los encuentros que hemos compartido, en los márgenes de mi lectura, me pregunto si estos textos no habilitan la pregunta acerca de qué es una provincia, cómo se la habita, cómo se la escribe. Las imágenes que los textos me devuelven son elocuentes, y hacen de ese margen, de ese andén en que la escritura y la lectura se recobran y olvidan una provincialidad posible, una delimitación interior para la vida de quienes no partimos.



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Fotografía de Marisa Negri en el jardín de otro escritor, otras provincias, otros olvidos.

domingo, 23 de marzo de 2025

Poder competir con su hermosura. Los primeros poemas de Alfredo Martínez Howard y su lectura del modernismo.

sobre El jardín primigenio & Estudiantina de Alfredo Martínez Howard. Santa Fe. Tapir ediciones. 2024.





La colección “El ciprés y la estrella” de Tapir ediciones (Matías Armándola, Alejandra Dotti, Eliana Mercuri y Paula Favaloro), inaugurada el año pasado, se dedica a rescatar textos inéditos, olvidados o de escasa circulación de autores de la región con los cuales “empezar a discutir el orden actual de la literatura del litoral”. Se trata de una práctica impensada décadas atrás, cuando aún esos órdenes que hoy discutimos eran mucho más precarios, y cuando el trabajo sobre el archivo no convocaba las preocupaciones que hoy reúne. Sin dudas han sido puntos de inflexión, entre fines del siglo pasado y comienzos de este, la compilación, ordenación y circulación de las obras de Juan L. Ortiz, Amaro Villanueva, Mateo Booz, Juan José Manauta, José Pedroni, el archivo Saer o Emma Barrandéguy entre otros. Cada uno de estos nombres de autor conllevó investigaciones, publicaciones y derroteros particulares con mayor o menor impacto sobre el circuito litoral. Sin embargo, no deja de entenderse que a partir de esos establecimientos han sido posibles otras miradas sobre los sistemas literarios, las áreas culturales o las ‘literaturas’ a secas según cómo nos decidamos a llamar este fenómeno. En ese marco, rescates recientes y de menor porte –tanto físico como simbólico- han intentado discutir, ampliar o diversificar esa biblioteca retrospectiva. Pienso en el rescate de las obras de Isidoro Rossi que realiza Guillermo Meresman en Azogue o de la producción dramática de Emma Barrandéguy por parte de Camalote y Agua Viva. También en las reediciones y ediciones que Oye Nden propone desde Gualeguaychú. 

Solo para nombrar algunos casos de novedosos circuitos de operación sobre el archivo en los cuales inscribo a Tapir como proyecto editorial. En ese marco, se publican los primeros poemas de Alfredo Martínez Howard (1910-1968), poeta paranaense que entre 1928 –antes de graduarse- y comienzos de la década del ’60 publicará una medida obra poética con marcas singulares. Lo que este rescate hace es volver a poner en circulación los textos iniciales de esa producción poética, no incluidos en sus libros posteriores y dados a conocer a través de diarios y revistas entre 1927 y 1934. Siendo la mayoría de estas publicaciones realizadas en Paraná, los textos también nos permiten reponer una estructura de sentir de la ciudad a comienzos de siglo. La puesta en valor de este patrimonio se completa con la lectura crítica por parte de Matías Armándola como compilador.


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Se trata de veinte poemas divididos en dos secciones. La primera de ellas, “El jardín primigenio” recibe el nombre de parte del compilador mientras que “Estudiantina” es un título que puede rastrearse en la propia textualidad de Martínez Howard. Aulas y jardines parecerían tener que ver poco entre sí, pero ambas espacialidades cuentan con las mismas preocupaciones y desarrollo por parte del joven autor. 

En principio, el jardín reescribe sobre sí mismo sitios propios del modernismo tanto en Rubén Darío como en Leopoldo Lugones. Sin embargo, esto se hace a destiempo ya que, al momento que Martínez Howard escribe, las discusiones sobre el modernismo comienzan a saldarse en otras regiones de nuestro país. En este sentido, como señala Matías, la actitud de Martínez Howard al recurrir a esas formas recupera la operación contemporánea de un poeta a la sazón más consagrado que él, el Guillermo Saraví de Hierro, seda y cristal (1925). Así, y ésta es la hipótesis de Matias a la que adhiero, podríamos pensar que en la Paraná de esa década no se daba tanto un modernismo tardío y a destiempo como una franca resistencia a la ruptura y renovación. En este sentido, la pregunta crítica sería cuántas modernidades periféricas seríamos capaces de percibir. Si la de Buenos Aires fue en su momento un proceso insular, ¿cómo pensar la de Paraná en su resguardo del modernismo como estética e intento?

La necesidad de superponer la estética modernista al yo y la ciudad pueden leerse en esta primera parte del libro. En principio por la manera en que “La canción del recuerdo” recupera los sitios de la intimidad modernista para ubicarlos como el pasado al que se pertenece, donde se encuentran armónicamente ordenados: el recuerdo es una canción. Allí pululan las fuentes, las casas blancas y los cuentos fantásticos junto a la melancolía, la ilusión y los encantamientos lunares. En ese contexto está la cita a la “rauda caravana” del tiempo que nos trae al Rubén Darío de Cantos de vida y esperanza (1910). “¡La caravana pasa!” dice Darío, mientras Martínez Howard señala “y pasa ante el recuerdo la rauda caravana”. En ambos, caravana y recuerdo se aúnan pero, sin embargo, el Darío el recuerdo se vincula a su anterior actitud como poeta que, ante el paso del tiempo, se ha visto afectada. Martínez Howard en cambio se está allegando al espacio poético y lo que Darío ubica en sus libros anteriores (“el verso azul y la canción profana”), él lo ubica en su infancia a la que, literalmente, inventa como una prosa modernista. 

Si el modernismo como estética finisecular permitió la apertura de una sensibilidad intimista, la infancia se volvería a lo largo del siglo el espacio predilecto de la intimidad como recuperación y pasado. Claro que para quienes como Martínez Howard se encontraba por primera vez con esa posibilidad de intimidad, la infancia debe haber sido una sorpresa, un mudo asombro. Al comienzo de su obra, el autor proyecta la infancia hacia el pleno futuro de la forma estética que acaba de encontrar. Por eso mismo, escribe la adolescencia en la adolescencia como puede verse en su “Estudiantina”. 

Pero antes de ir ahí es bueno observar el tríptico “Los desnudos de Venus”, puesto que allí se encuentra el ejercicio más fuerte del conjunto por hacer de la ciudad el modernismo buscado. Este poema, como bien lee Matias en su texto crítico, se encuentra plagado de referencias librescas que Martínez Howard condensa y reescribe tanto para mirar el cuerpo femenino como el de la ciudad. Porque si bien al comienzo todos esos espacios de “La canción del recuerdo” conciben una Venus, luego será esta Venus la que se suba al “plinto de la Venus manca” para  ponerse junto a una escultura que la voz poética ubica en nuestras barrancas:


Y al poder competir con su hermosura

vibró tu risa, cristalina y franca,

que estremeció dos veces la llanura

al duplicarla el eco en la barranca…


Todo aquí es, en efecto, duplicación. No solo la risa de la mujer vuelta Venus y la figura femenina, una al lado de la otra, subidas al mismo atrio: “¿Cuál de las dos más bella? –me dijiste-”. También es duplicación la reescritura de los tropos modernistas que referíamos, y la ciudad misma en la que el autor ubica una Venus que aún  no está. El ejercicio es singular porque Martínez Howard logra aquí ver en la ciudad algo que todavía no es así, dado que la Venus del Parque Urquiza será donada por Pedro Martínez en años posteriores. Sin embargo, anterior a la escultura fue la mirada. Antes de poder ocupar su sitio nuestra Venus, que no es manca por cierto, lo hace la mirada poética que ha superpuesto sus lecturas a la ciudad que transita y a partir de ello, cuando quería escribir un poema acerca de la belleza y las formas, termina escribiendo un poema acerca de los dobleces. De nuevo la pregunta sería, ¿cómo se hace una ciudad con duplicaciones? ¿Qué nos queda para las ciudades nacidas de la copia? ¿Cuántas reescrituras caben?





Los “Versos para un jardín anochecido” que cierran esta sección nos muestran algo que seguirá presente en la estudiantina. Allí el deseo físico, punzado e insinuado en textos anteriores, se despliega con mayor fuerza. Para ello se vuelve necesaria otra estética, un crepúsculo para el jardín, los pasos previos a su abandono:


En la fronda, manos verdes

jugando a trompos dormidos

(equilibrio de capullos

entre cinco dedos fijos

que estrellan grávidos cálices).

Capullos en equilibrio

-senos de muchachas verdes

rajando verdes corpiños-,

escapados de los cinco

dedos, que se entregarán

a conservar –invertidos-

los retratos de la infancia

de los rebeldes cautivos.


¿Qué infancia, qué cautivos? La inversión de los dedos sobre los cálices muestra el doblez y evidencia la lectura que Martínez Howard hace del modernismo. Allí donde una estética quiso colocar vacío, la sensibilidad y el vacío propiamente provincianos llenan de senos y gravidez las formas. El poeta joven lee la calentura como fondo primigenio del modernismo y va rápidamente de del anochecer del jardín al cuerpo. Jardín, cuerpo y ciudad como espacios contiguos reciben atenciones diferentes a lo largo de las piezas de esta sección. Aquí el cuerpo se vuelve el jardín anochecido, y el deseo se explícita:


Nocturna teta redonda

rompe también su corpiño,

y lo verde, descansando

junto a la carpa de un pino,

consume negros tabacos

bajo humaredas de cirrus

quemando a trechos la sombra

con llamaradas de lirios.


Quemar las sombras, romper las formas, los corpiños, que parecen ya haber sido tomados por lo verde: ¿por qué sino está descansando y fumando? Se trata, claro, de ocupar una forma, de hacer uso de una forma más que de perseguir una forma. El modernismo en esta lectura aparece como un aprendizaje veloz, como un uso, del que podemos desilusionarnos pronto, como sucede en otros poemas de la sección, o del que podemos hacer uso para luego descansar.





La calentura como programa de estas piezas va a poblar toda la Estudiantina. Valgan los “Versos de la clase de Instrucción Cívica” para ejemplificar esta manera de proceder:


Azul en tu mirada. Blanco tu delantal,

y en tu cabeza amaneciendo el sol

(¡ah, qué soberbio el escudo nacional

si en tus manos alzaras el gorro frigio de mi corazón!).


Allí donde la temática parece conducirse a un punto, por el título y por las primeras referencias –azul, blanco y sol-, se vira rápidamente al romance y la mirada amorosa, el deseo amoroso. Si bien este deseo no es explícitamente carnal como en el poema que antes leíamos, la lectura del conjunto en este libro permite quitarnos posibles inocencias en el abordaje de estos textos. Cada una de las clases retratadas será pensada desde el noviazgo, como si el espacio áulico fuese el sitio de un aprendizaje amoroso. Todo esto se colma, como en el poema citado, de ironía. Por un lado por la sátira de los contenidos estudiados y de la maestra incluso. Por otro porque la imagen que se brinda es la de un estudiante perezoso con un único interés amoroso en su presencia escolar, lo cual contrasta con el uso de la rima, la métrica y las referencias librescas –nunca explícitas- de los poemas. Los poemas que el joven Martínez Howard publica en El Diario de Paraná tienen la métrica de una contestación callejera: “Conos, los que tú tienes palpitando en el seno…”.

Esto puede leerse también en la historia de uno de los fragmentos del poema “Estudiantina” donde el poeta con el paso de unos años cambia la expresión “rayar” por “penetrar” al momento de escribir, justamente escribir, el nombre de la amada:


por penetrar el banco

con las tres letras de su nombre breve,

y por mirar una curvita leve

que redondeaba su uniforme blanco


Estas son las triquiñuelas del recuerdo también que, al volver hacia el pasado, permite mirar en esa brevedad y levedad mucho más de lo que seguramente entonces se veía. La estrofa es ejemplar: penetrar en el banco, mirar las formas incipientes (curva, nombre). Todo ello es una poética posible. Aunque breve, el nombre está. Aunque leve, la curva está. 

El poema parece ser entonces, hace un siglo atrás, la manera en que algunos deseos pueden enunciarse. Pertenecen a un ámbito de ensoñación, como en el poema “Sueño” donde se sueña con escribir “amorosas preces” como si estos poemas, materiales y existentes, no fueran esas preces soñadas. El deseo, siempre interdicto, puede hacerse público a partir del uso de formas estéticas legitimadas en otro contexto. ¿Cómo habrán sido leídos estos poemas en aquel entonces por otros públicos y generaciones? Si bien hoy nos parecen conservadores y medidos, ¿qué irrupciones o acechanzas habrán provocado estos versos en aquel entonces? ¿Habrán generado algún deseo, alguna calentura? ¿Cuánto de toda esa ensoñación podía entonces cumplirse?






En su rescate crítico, Matías trabaja con dos hipótesis que me parece necesario reseñar. La primera que el contexto de producción de estos poemas, como ya citamos, no es un modernismo tardío sino una resistencia. Y yo agregaría, un uso del modernismo para dar lugar no solo a una voz poética propia sino a nuevos deseos, nuevas sensibilidades en la Escuela Normal de un siglo atrás. La segunda, retomando algunas voces críticas de nuestra provincia que señalaban lo contrario, que los textos iniciales de Martínez Howard no deben ser desatendidos. La lectura de estos poemas, las preguntas que nos generan, las relecturas que suponen es prueba suficiente de ello. 


sábado, 22 de marzo de 2025

tiendo ropa de noche

 


Vuelvo a casa caminando desde el centro. Nuestra avenida de mayo me agobia con la pesadez del día y la mugre de veredas y contenedores. Cuando veo hojitas sueltas, las junto para ponerlas en mi compost doméstico y así participar del otoño en mi localidad. Propiciar un destino amable a ese residuo que aquí, tan lejos de tierritas no podría separarse de las otras basuras. Siempre me cautiva, en nuestros hogares, nuestros cuerpos y nuestros quehaceres, observar qué podemos filtrar de los males más amplios que nos rodean. Cómo podemos empequeñecer lo que sucede tanto como sea suficiente para que quepa en nuestras vidas, encuentre su sitio en nuestras vidas. Más temprano cuando salía del barrio, la mujer de la librería salía fuera a barrer las hojas de la vereda que puntuales habían caído. A través de uno de los relfejos vidriados la veía y su gesto me parecía hogareño y manso, sustraído al ritmo del trabajo o habilitando otros tiempos, más sólidos y acostumbrados, más cercanos a la vida de lo que a veces parece que estamos. ¿Cómo continua la vida en nosotros? ¿Cómo pervive a nuestro alrededor?, sería la pregunta por momentos tonta y en otros tan profunda que me cautiva todo este tiempo, también hoy cuando salía de casa para ir a dar taller. Incluso mientras volvía donde cada tanto, entre medio de casas que no me gustaban o mugres que me molestaban daba con portales bellos, caminitos verdeados, plantas tercas, ventanas pobladas de gatos y gente que me hacian esperar que quizás allí, en el centro, insulares barrios domésticos se mantenían. Quizás no tan amplios y preciosos como el que me rodea, pero igual de auténticos y rabiosos de vida. Me sentí dichoso por volver observándo todo aquello, por hacerlo caminando sin sentir cansancio sino apenas satisfacción de tarea cumplida. Atravieso a pie la ciudad de provincias en que vivo, tiendo la ropa en la noche. Como una reina, catalogo incansablemente mis tesoros, escribo a cada rato en mensajitos, cuadernos, drives y posteos como si mis pertenencias fuesen demasiadas, como si la maravilla que me ha sido otorgada me excediera y tuviese que día a día recorrerla, guardando sus nombres, anotando sus valores en cuanto lo veo. Espero el colectivo cuando la siesta ya se ha ido y la tarde comienza sus amores con el anochecer. Nuestra precariedad es en exceso preciosa.

viernes, 21 de marzo de 2025

de mi compost salió un cítrico que mis papás llevaron hasta su patio para transplantar

 


Sobre la marcha de hoy, pero en general sobre este tiempo, suele decirse "a cuidarse" y "cuidemonos" pero sin precisar casi nunca qué sería cuidarse. ¿Qué cuidados preparamos? ¿Qué cuidados concebimos? Interrogo este cuidado político porque es el que me interesa, y sobre el que albergo mis ilusiones. Entonces, ¿cuál cuidado? 

En la última década, conocí muchas prácticas de cuidado en ambientes alejados de la discusión político partidaria actual del país. Esos espacios tienen en común haber sido transversales al último kirchnerismo, el macrismo, el gobierno del Frente de Todos, el aislamiento social y el actual avance totalitario. No fueron respuestas elaboradas para esas coyunturas sino lecturas amplias del avance del capitalismo sobre cuerpos, saludes personales y comunitarias, amores, infancias, tierritas, vejeces, artes, pedagogías y más y más. 

Aunque parezcan ingenuos por sus posicionamientos demasiado amplios, estos espacios me proporcionaron directrices de cuidado personal y comunitario mucho más claras que otras formas de militancia que haya conocido. 

Por eso ahora que hablamos, una vez más, de cuidarnos, me entusiasmo y me pregunto qué cuidado ensayaremos... Sí, iremos a marchar. Sí, trataremos de no caer en provocaciones. Sí, vamos a ir en grupo... ¿Pero podemos ir más profundo? 
Podríamos compostar quienes aún no lo hacen, dejar de tomar gaseosa quienes aún lo hacen. Regular el uso de la pantalla nuestra y de las infancias que acompañamos, movernos más. Podemos gastar nuestra plata en redes comunitarias en vez de transnacionales. Nada muy exquisito ni tiktoker, sino algo apenas más humano. Si tenemos el suficiente acomodamiento socio-economico para hacer paro o para ir a una marcha, también podemos ensayar cambios en nuestra vida. 

Dicho esto porque creo que han sido demasiado menospreciadas las prácticas de cuidado realizadas en esos espacios comunitarios y transversales que mencionaba más arriba: sus mingas, sus huertas, sus rondas, sus barajas. Siento que esos intentos han sido más criticados a veces que los propios bancos o el poder financiero. Durante la campaña pasada, sin ir más lejos, se criticaba a Grabois por derecha y por izquierda porque hablase de agroecologia y buen vivir. Teniendo muchísimos otros aspectos que podrían criticarse, el punto era ese. Yo, en cambio, desde el pie de mi depto barrial sentí lindo de oír esa palabra en una dirigente. La palabra que usa la Fer para su almacén, que usa el Nico para hablar de sus sueños, que usa la Alfon para mencionar sus clases o sus recorridos por el interior del interior.

Hace unos años creímos que la crisis planetaria de los cuidados junto a la proliferación de las enfermedades (respiratorias, cáncer y autoinmunes) podía hacernos de límite y viraje. Sin embargo, en términos políticos así no ha sido. ¿Entonces vamos a seguir ninguneando el cuidado o de verdad le daremos su lugar? En medio de una coyuntura en que lo que se debate es la seguridad previsional de un país, el término no es menor.


domingo, 16 de marzo de 2025

leí esta novela después de rendir




Hace unos días compré esta preciosa novela de Ana María Matute al emprendimiento Pueblos Libros. Fue el libro que elegí para que acompañe mi descanso luego de haber estado leyendo bastante las demás semanas para un quehacer puntual. 

Qué libro elegimos para que comparta con nosotros el pasaje por unos días transparentes y frágiles no es menor. Tenemos que afinar la mirada, abrir la intuición, confiar en lo que sabemos de antemano. Yo escogí éste por varios motivos. Entre ellos porque el usado que conseguí está en la colección rba de narrativa cuyas tapas duras y serias páginas siempre me conectan con una sólidez que no encuentro en otros lados y que de vez en cuando necesito. Me recuerdan todo lo que está enraizado ya en la vida, muchísimo más allá de nosotros. Tengo varios de esa colección que heredé y voy leyendo de a poco a través de los años, como en cuentagotas de esa contundencia que me dan y luego dejo decantar. 

También lo escogí porque había oído de su autora durante el aislamiento social. Vi su discurso al recibir el Cervantes, y también un documental donde hablaba una hermana que vivió con ella los últimos años. Tengo lindos recuerdos de todo aquello. 

En esa época me interesé también por otra autora que comparte con Matute tiempo, espacio e intereses que es Carmen Martín Gaite. De ella conseguí no recuerdo cómo "Ritmo lento", que devoré en esos días. Después leí "Entre visillos" que tiene un imaginario similar a "Primera memoria", este que ahora leí. Ambas escribieron durante el corazón del franquismo, apabulladas por esa quietud en la cual a pesar de todo vivían, amaban, crecían. Sus novelas recuerdan cuán hermoso y terrible puede ser un mundo cerrado. A mí me gusta leerlas por su lejanía con mi vida, y con las literaturas que suelo estudiar con más seriedad y compromiso.

Por mi oficio me volví perspicaz en observar y atender los sinuosos recorridos que traman las lecturas dentro nuestro. Miro sus muchísimos afluentes y derivas en mí mismo, pero también en quienes acompaño en sus procesos de lectura. Allí busco oír ese recorrido, visibilizarlo y ponerlo en valor para alentarlo y acariciarlo.

💫

Tengamos linda semana,

Kevin.

ayer y hoy estuve en la Semillera



te mando mensajitos dorados, como el cabello de los ángeles /// ayer el patio quedó hermoso, y siempre sueño más planes que hacer al departamento como a una caja de cristal hecha de oleajes de vida /// tan precioso y precario, precioso y precario /// nosotros nos quedamos acá, sosteniendo los hilos que derramamos /// cuando pienso lo que hubiera querido viene un rubor a mis ojos /// los oleajes de la vida enturbian, llenan, colman cada esquina del departamento /// en ocasiones me siento tan dichoso que guardo esa sensación, así un pan en rodajas, para después y cuando siento que algo me preocupa, entonces recuerdo "anteayer sabías está todo bien, estará todo para siempre bien" /// la vida me lleva de tan conmovido /// ¿puede observarse lo que está en movimiento? sí, con las esquirlas, los polvos, los pasajes del tiempo que no deja nada en su sitio /// podría pasarme la vida apreciando la vida /// pondré mosaicos con imágenes de la virgen en el pórtico, abriré más patios a mí alrededor, escogeré una biblioteca de madera sobre la cual hacer descansar las literaturas europeas /// tocaré cada continente y cada trozo de la historia desde mi departamento /// la vida brillará no como el reluciente futuro sino como el aroma sólido de las antigüedades cuya supervivencia nos espanta y consuela

viernes, 14 de marzo de 2025

Canciones por wasap. Algunos mensajitos después de escucharlas.

 


En el afiche de la presentación figuran dos cabinas telefónicas sostenidas por un palo que parece de alambrado. Las cabinas tienen capuchas que tapan los rostros de quienes dentro suyo hablan ya sea entre sí o a otras latitudes. Las cabinas recrean una de las formas de la comunidad de décadas atrás. Son teléfonos públicos, como ahora un grupo de verduras agroecológicas, de la organización de una marcha o los chismes de una escuela son formas públicas del wasap. Tan distintas esas cabinas a la telefonía del hogar, tan distinto lo que circula -lo que hacemos circular- en los wasap públicos a los del hogar. 

 Además las cabinas están sobre el cielo, haciendo hincapié en ese cáracter de teletransportación de la voz que posee la telefonía. Ese ámbito etéreo en que intervenimos al hablar a través de esos aparatos, tanto antes en esas cabinas como ahora. 

Este afiche lo crearon Tere González, cantautora chilena que visitó Paraná en estos días, y Fernanda Álvarez, creadora de nuestra ciudad que explora en los últimos años la composición musical. Ambas se hicieron amigas por wasap, y quisieron reponer partes de esa poética en el encuentro. Empezando por esa imagen que compartian. Recurrir a las cabinas, menos abundantes y más precarias que nuestro acceso cotidiano a los mensajitos, no es solo un gesto retrospectivo sino de huamanización de la técnica. Mandamos mensajitos, enviamos canciones por wasap, de la misma forma que en otro rato de nuestras vidas lo hacíamos en los teléfonos públicos. El gesto quiere decir que nosotros somos los mismos o que aún podemos ser los mismos. ¿Qué nos llevaba entonces a querer comunicarnos? ¿Qué nos llevaría ahora?


Así como las cabinas telefónicas reponían una forma pública de la comunicación a distancia, el grupo de wasap con que contó la presentación de Fernanda Álvarez y Tere González junto a Nicolás Montaña, Zotake y Luciana Insfrán fue una de esas maneras públicas de la app. Proyectado sobre el escenario mientras se esperaba, en uno de los intervalos y al final tuvo su momento de esplendor cuando comenzamos a mandarnos stickers que, sí los teníamos guardados, es porque en algún momento nos parecieron bellos, graciosos o picantes. Para mí ahí huo un momento precioso y encatador de la música. Compartirnos esos stickers entre personas medianamente conocidas fue una picardía en la cual abríamos, desde la risa, pedacitos de nuestro intimidad. Quiero decir, fue una forma de compartirnos intimidades que no sé si nos habríamos compartido de otro modo. 

En esos stickers había referencias a dibujitos animados que alguna vez vimos o que miramos de reojo pero con agrado y por eso los guardamos en nuestras pantallas. Los ositos cariñositos, Bob Esponja y Patricio Estrella, el protagonista de La historia sin fin montado a su dragón. Pero no eran las únicas referencias a la infancia porque también abundaron los niños bailando, sonriendo o subiendo y bajando anteojos. Y tampoco fueron las únicas referencias a la televisión, puesto que Mirtha, La Niñera y Moria también aparecían. Alguin compartió uno de Cristina con uns congas en la mano, y otros algunos más abstractos con gatitos, chistes, Luis Miguel, el Chapulin o perritos saltando. Compartir un sticker, como una canción, supone subvertir los registros y mostrar algo que nuestra intimidad decodificó de manera particular y ahora nos da transformado. Pensaba qué tipo de organización tan diferente nos proponía esa travesura frente a otras que podíamos tener. Por estos días que tanto pensamos que debiéramos organizarnos para ir contra a, nuestra presencia ahí algo aletargada del día y sus pesadumbres, proponía que hay restos de fuerza, alegría o deseo que pueden todavía crear mundillos.


Tanto Fernanda como Tere se refirieron a esto al comenzar leyendo textos escritos por otras personas que aludian directamente a los conflictos políticos y ambientales en que ahora vivimos. Al hacerlo, Fer se corrigió dos veces mientras decía "estamos como tristes" para decir más bien "estamos tristes" y creemos que estos espacios "como que nos sirven" para decir "nos sirven". Esa corrección fue uno de los gestos políticos más altos de la noche porque se atrevía a decir que algo nos pasa y vence y que algo hacemos con eso aunque no sea en línea directa. Ambas realidades, la tristeza y nuestros mundos, la injusticia y nuestras canciones pasan, a la vez, como por líneas inalámbricas que asemejan las cabinas telefónicas. 

En este momento alguien en el público dijo que Bullrich, la ministra de seguridad de nuestro país, responsable política de la represión policial de anteayer, renuncie a su cargo. Si bien el pedido estuvo, no fue secundado porque hace tiempo fuimos sacando las consignas de muchos, muchísimos, espacios comunitarios que habitamos. En algunos todavía perviven -como en el ciclo "El teatro argentino celebra su público" donde al final de las funciones se pide que en Instituto Nacional del Teatro no sea cerrado-, pero en tantos otros el idioma para referirnos a lo que sucede se vuelve más abstracto. Hemos tenido nuestros argumentos para hacerlo así, pero se extrañan las consignas, la claridad de poder decir con esto, acá sí, aquello de más allá no me parece. ¿Qué quisiéramos pedir? ¿Qué consigna enviaríamos por télefono? ¿Qué mensajito hariamos circular? ¿Qué consigna proyectaríamos sobre la pared? ¿Cuál cantaríamos? No tiene que ver con la presentación de nuestras artistas, sino con lo que como comunidad estamos pudiendo.

En el público había músicos, editores, cineastas, profes. Adolescentes, jóvenes, viejas. Más o menos nos conocemos, y también tenemos la confianza suficiente para compartirnos stickers y criticar lo que está pasando asumiendo todos que está pasando. También coincidimos en ir a buscar ese encuentro que sucedió, oír eso que pasó. Son plataformas comunes desde las que algo se sostiene.



Después están las canciones que, claro, anidadas por estas levedades se asemejan y emparentan en sus búsquedas. Sobre los padres, las sensaciones personales, los territorios habitados. Con muchísima dulzura y ganas de llenar de "magia el templo que habita mi mente". Las canciones de ambas, pero también las melodías que Nico, Zotake y Luciana hacian para acompañarles, se enuncian como pensamientos dulces. No dicen que estará todo bien, pero casi. En ese sentido son un mensaje, como un envío teledirigido que salta por sobre las precariedades afectivas y políticas de este presente para pulsar en un más allá inalámbrico donde no estamos, pero con el que nos comunicamos. 



el andén provinciano

  Me acomodo a escribir en el calor reciente de la cocina. Los últimos días hago panes por la noche, cuando voy cerrando la jornada y la tib...