Sí, es cierto. No estoy pudiendo ser certero en mis propósitos por estos días. Añoro la seguridad de mis brazos, la posibilidad de indicarle al tiempo su destino. El Hijo de Discos dado vuelta me dice que no, no estoy siendo ese en este momento. ¿Será que podría serlo y no lo estoy viendo? ¿Que lo fui ya bastante y ahora toca un descanso? Cuando saco la carta alcanzo a darme cuenta que sí, ya sé, no me está saliendo ser así. Al lado la que saco es la Sacerdotisa de Espadas, bien derecha, enhiesta como su figura dentro de la carta. Las coloco juntas, como ambos son Personajes dentro del mazo, una tocándose a la otra y al ver esos discos tocarse, como engranajes invisibles, me doy cuenta que ellas me dicen no estás siendo así, pero así sí. Una carta derecha y otra dada vuelta, ¿qué somos cuando no somos? Los personajes son cartas difíciles de leer. Se vinculan con quienes nos creemos ser, con ese anclaje interior que tiene el yo para atravesar las situaciones. Dónde hacemos pie, dónde colocamos nuestro rostro. La lectura me invita a ver lo que no me sale, pero también qué sí me sale mientras tanto. Me recuerda que esto también tiene forma. La Sacerdotisa ha tomado distancia, y lejos de lanzar flechas, deja que de sus manos vuele un ave sabia, añeja, para donde le salga. Se ha ido a las montañas, para tener otra visión que la del Hijo de Discos en medio del bosque. Las cartas, de repente, se espejan. El mazo se presenta entonces como un idioma que dice muchísimas frases según como coloque cada una de sus cartas. Como una niña, me siento vinculada a mi baraja como si en ellas estuviesen quietitas unas presencias mudas, traviesas, sonrientes. Son amables conmigo.
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