martes, 30 de julio de 2024

aparentar realidad




Anoche en el grupo de lecturas leímos un ensayo que Roland Barthes publicó en Comunications a fines de los '60 cuando comenzaba a pensar y escribir contracorriente de sus propios planteos durante la aventura semiológica y estructuralista. "El efecto de realidad" es el primer ensayo en que Barthes señala abiertamente una falla en el tratamiento estructuralista de las narraciones, citándose a sí mismo para contradecirse. Pronto se convertiría en una figura difícil de clasificar cuando terminase de desconstruir él mismo el análisis estructural del relato en S/Z. Pero antes, unos años antes de aquello, Barthes lleva ese mismo método a su límite en este ensayo.

"El efecto de realidad" busca dar cabida dentro de la estructura, pensar estructuralmente, la notación insignificante, el detalle inútil, los datos lujosos desde el punto de vista del significado que se alojan en algunas descripciones del discurso histórico decimonónico y el gran realismo francés. Barthes entenderá que esos detalles sin significado -un barómetro sin sentido en la habitación de Felicité en Un corazón simple de Flaubert- son la notación que busca simplemente denotar al pasar, como quien dice despreocudamente, "un barómetro" y sigue paso a describir otros datos que sí hacen a la narración. Sin embargo, por su presencia, aunque no sea frecuente, esos datos sobresalen en la estructura narrativa y, por ese relieve, pasan a connotar. "Nosotros somos lo real", dice Barthes que dicen esos detallitos dispersos por el textos de que se valieron, tanto la historia como el realismo, para constituirse estéticamente.

Barthes piensa esto, dentro de las dubitaciones de su ensayo, como un signo de cambio en la cultura occidental respecto al tratamiento de la representación. En la antigüedad la realidad quedaba del lado de la historia, y la verosimilitud del lado de la literatura. Con la llegada de la modernidad aquello se había invertido, y ahora estos datos inútiles presentados en la descripciones de Flaubert buscaban aparentar realidad.

Preparé el texto para enseñarlo a otros con cuidado durante estos días, y es además un ensayo que conocía bien por cuánto me había hecho pensar su hipótesis -majestuosa- respecto a la ilusión referencial del efecto de realidad, pero no me di cuenta hasta que lo estuve enseñando que ese tema, cómo aparentar realidad, había sido el tema de la semana en una parte, chiquita o grande, de nuestra vida en común. Entonces se volvió, mientras compartíamos el texto, bastante importante ese momento en que Barthes señala las dificultades estéticas para dar cabida dentro de un relato a lo real, dado que, como discurso, siempre se presenta como autosuficiente, sin necesidad de otro significado, diciéndonos "estoy aquí".

Creo que también en nuestro tiempo, con pedacitos modernos y pedacitos posmodernos, se han corrido las demandas de verosimilitud y realidad. Creo que pedimos a las noticias que sean verosímiles, y cuestionamos su veracidad en nombre de algo que puede de repente resultar fantástico o abstracto.... y pedimos a un chat que parezca real o al menos intentamos, como Flaubert, darle ese efecto. Qué interesante ese desajuste, porque a mí lo que me sigue interesando más de este tiempo nuestro es la desconfianza que tenemos de las imágenes. Una desilusión de ellas que viene acompañado de muchísimos intentos por volver a dotarlas de sentido, aunque sea otro. Todas las teorías, edits y recortes que leí y vi en twitter este verano sobre qué pasaba en GH hablaban de eso, de un intento por reescribir las imágenes dadas. Eso quiere decir que las seguimos tomando, entre otras cosas porque son las imágenes de una comunidad, nuestra comunidad.

Entonces cuando termina esta semana de novedades portátiles me quedo pensando, el inteligente Barthes mediante, en la parte estética de este asunto. No creo sea el fin de nada ni el comienzo de nada, al final que este mundo acaba y acabará tantísimas veces. Tampoco creo que las experiencias cambien o se transformen de maneras evolutivas, ni que crea tantísimo en la realidad. Pero sí podría decir que de momento a mí nada me hace sentir más vivo en mi día, incluso en el pasado y en el futuro de mi vida proyectándose en mi imaginario hacia atrás y hacia adelante, que una novela, una buena novela del siglo pasado o el anterior. Madame Bovary está, claro, en esa lista y el realismo forma parte de esa gracia. Quizás se trata de elegir en qué realidad nos quedaremos con nuestros corazones simples.

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