domingo, 26 de mayo de 2019

Breves poéticas visuales y domésticas / 1



Realizo un trayecto que va desde la terraza del edificio a la cocina de casa. En el vídeo, me interesa la cotidianidad de los sonidos (al grabarlos, adquieren una naturalidad y potencia impresionantes). Hacen serie el ruido de los autos, los pasos, las puertas que abro y cierro y las hojas que se arrancan.

En la cocina encuentro el gesto que la falta de luz de la terraza no me permitía. Sobre una hoja está trazado mi nombre en imprenta mayúscula. La quemo. Mientras eso sucede, repito el trazo en otra hoja. Hago el mismo movimiento tres veces, dando lugar a que la velocidad del fuego aumente. En una cuarta hoja, y sin que el primer fuego se haya consumido aún, comienzo a escribir mi nombre varias veces en cursiva en tanto la hoja arde. En un último gesto de apuro, firmo.

La escritura apremiada por el tiempo se divide entonces entre la imprenta mayúscula cuando tenemos tiempo (antes del fuego), la cursiva cuando tenemos menos tiempo (durante el fuego) y la firma cuando nos quedamos sin tiempo ni lugar: el fuego ya está aquí.

Comienzo a entregar el resto de hojas al fuego. Allí se encuentran los poemas de Úrsula K. Le Guin que tradujo este verano Ezequiel Zaidenwerg. Los leo, siguiendo como antes, el tiempo del fuego. La disolución de las hojas me obliga a formar un texto nuevo en la lectura, hecho de restos. La lectura vertiginosa incluye cambios en algunas palabras, a modo de una leve traducción.

"Así que ahora voy a darme vuelta / voy a  desahogar una conciencia amargada / a la que la alegraría alegrarse / de la segunda Revolución rusa / pero no puede, porque está vieja / y sabia y mezquina y femenina / y dice: Así que los hombres, / después de pasar setenta años en el nombre de algo, / Setenta años para nada. / Y el sueño que vino antes de la traición, / Alguna vez canté libertad, / La razón por la cual estoy aprendiendo castellano / leyendo Neruda palabra por palabra /  leyendo a Dickisnon / y sin que me guste demasiado, y la razón / y la razón por la cual estoy sentada / acá escribiendo esto, es que estoy tratando / de hacer algo. / Me da vergüenza ponerle nombre. / A mi papá me gustaba usar palabras / Se afeitaba con la navaja de Occam. / ¿Por qué inventarse cosas / si ya hay suficientes? / Ésa es la versión más elevada / de esta cosa que hago: / bondad y valentía, crepúsculo y mar. / Es seda pura. / La mía es solamente de rayón. / Esta historia me la contaron. / Se quedaron todo el día / Se dieron vuelta entonces. / Se dieron vuelta a contemplar la chatura del lado de silencio. / Cuando veía murciélagos volar / por el crepúsculo de California / en el sueño / ¡Pero es una palabra suave, Judith! / "Exilio" también es una palabra suave".

Al llegar a la última hoja y último verso, repito esa oración como golpe de sentido. Encuentro entonces un título para la obra.

Exilio también es una palabra suave.




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