sábado, 24 de noviembre de 2018

Ángeles de Asiaín

Queridos míos, 

no siempre estoy bien. Mas

cuando lo estoy sé de la sensación

un tanto. El cuerpo una lluvia,

frío de la tarde irremediable me cubre

y lo que no tiene fin se acepta:

una galería los árboles y la tarde

por Tala caminando a habitaciones otras tantas.

No es cuarto que se ordena

sino mundo. No mi casa,

mundo es el que se quebranta

y cuánta debilidad cabe entonces en su intento.



Recién en las hamacas, yo solo

veía mis pies y me asombraba

siempre como que estén.

Pero de los ojos nada hería

y aunque lejos, en la hamaca -la habitación-

de al lado, Ima estaba 

en silencio. Que esté bien esperaba

para de mi oír unas palabras.

Tanta más la ternura provocaba

y agradecía que yo para estar,

personas, mas amables pudiera pedir, no.



Queridos míos, ahora yo

escribo esta tela a un poema parecida

para al Ima decirle que lo quiero

pues si abro la voz -pintura que se raja-

es para abrevar aquí lo que de esta tarde

sacamos en limpio los ángeles.



No es mi vida la que tomo y callado,

al alejarme de la fiesta, barro.

Cuando acaricio la azucena naciente

de Seguí en la plaza

no es mi casa sino ésta habitación toda

-compartimos- la que los postigos

traban. Abrirlos. Abrirlos.



Se siente la luz como un hechizo.

En silencio oro para que a sus cuerpos

devuelvan la existencia.









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