domingo, 7 de julio de 2024

no sé quién soy / cuatro entradas de diario


Ahora me doy cuenta, cuando me siento intranquilo, que me siento desprotegido y mi cuerpo no duerme porque necesita estar atento a las acechanzas del mundo. Siento en la superficie de mi cuerpo, luego de años de pasajes por la ansiedad, los sentimientos envolverme. Veo el proceso hormiguearme las pieles con una claridad que años atrás no tenía, y en esto reside mi aprendizaje.

Bien mirada, la sabiduría que la enfermedad vino a depositar en mí era bastante simple y modesta. Sin embargo, no estaba allí con esa facilidad con que ahora, aunque la sensación persista, puedo verla y tomarla. ¿Tanto puede ser el olvido sobre nuestro cuerpo? ¿Tanto puede ser el olvido sobre el sentido? Pareciera que sí. 

La interpretación no alcanza a saltear el síntoma, pero me devuelve humanidad frente a él. Me sigue costando hablar de ansiedad sin que el término se confunda con la generalidad. No, no es una generalidad sino una forma singular de nuestra angustia. Atravesada por la época, claro, como cualquier angustia, como cualquier locura. Que a todos nos pase no le baja el precio.

Prefiero decir "enfermedad" a decir "ansiedad". ¿Cómo le contaría a un niño lo que me pasó? Le diría que me enfermé. Usaría la palabra que aparece en los cuentos, la que me recuerda por qué no salgo de casa esos días, por qué me siento más débil, por qué no puedo. Porque estoy enfermo.

Hablar de enfermedad también permite colocar la cura en el horizonte. Yo sí creo en las enfermedades y en las curas. Creo que vamos a análisis a curarnos, ¿sino para qué? Todo bien con saber que el psicoanálisis cuestiona la idea de cura... pero yo necesito decirle a mi cuerpo aquí estoy, yo te cuido, yo busco curarte. 

Entonces espero todo lo que mi cuerpo tarde en llegar a dormirse, y despejo sus alrededores para que descanse. Quiero que descanse, porque recién entonces cuando descansa mí cuerpo me cuida a mí por todo lo que yo lo cuido a él. Solo entonces, nos contamos secretos.

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Creo las personas podemos ser de muchísimas maneras. A veces nos esforzamos por seguir un camino cuando a nuestro alrededor vemos un sinnúmero de ejercicios distintos de la vida. El otro día conocí a alguien que solo come carne, y le cuesta mucho comer verduras. Parecía feliz, tiene pareja, trabajo y una hija. Nos recibió en su casa a comer con muchísima hospitalidad y nos ayudó a hacer el guiso de lentejas. Hace años conocí a alguien que dejó la carne hace bastante y, también, ciertas cocciones del alimento. También parece feliz, tiene sus amores, sus trabajos y su hijo. 

Resulta tonto hacer la cuenta, sobre qué tiene cada uno pero a los pensamientos les sirve así. A veces yo me he sentido muy mal por no tener pareja, y un amigo de novio hace años se sentía mal al lado mío por no saber qué hacer de su vida. Yo hace tiempo sabía de la mía. Entonces cada uno un poquito, y el deseo coloreando las faltas. 

Hay días que me he sentido mal por tener panza, y me he acordado de una señora en la esquina de casa gordísima desde que soy pequeño. Ella no se murió por ser gorda, yo no me moriré por tener la panza hinchada de las harinas esta semana. No sé si está bien pensarlo así, quiero escribirlo porque quiero conocerlo. Los pensamientos suceden en borrador, pocas veces tienen formas definidas. 

Cuando tengo un problema a veces parece que abarcará todo alrededor mío, por eso está bueno decir no me voy a morir por. Cuando podemos pensar que las personas vivimos de muchas maneras estamos pudiendo pensar que vivimos con y no morimos por. Porque después nos morimos mágica y raramente, también debemos decir. 

La vida es una narrativa tácita, subterránea a todos los problemas, vicisitudes, logros y aventuras que colocamos en su superficie. La vida estaba abajo de todo eso, continúa alrededor de todo eso. Desde hace unos años me interesa pensar cuán conscientes podemos ser de esa trama sólida que pervive debajo de nuestra fragilidad, nuestro vaivén. Podríamos encontrar muchísimo poder en la observancia de ese desenvolvimiento de la vida porque ahí empieza a ser la vida, no nuestra vida. 

Las poéticas cotidianas, el ejercicio diario que hacemos de la vida, la forma en que ocupamos nuestro tiempo, cómo dormimos y despertamos, allí está el relato. No estaremos muchísimo tiempo aquí, entonces todo puede volverse más pequeño para entrar a nuestro pensamiento. Hay quienes dicen que el inconsciente sabe que moriremos, pero se hace el loco. Otros creen que no, que en verdad no sabe y cree en su propia eternidad. En todo caso nos toca a nosotros, y ese es nuestro gesto más humano, decirle que todo pasará. Adentro nuestro los pensamientos tienen un tiempo, pero alrededor nuestro hay tantísimos otros tiempos. Tal vez tenemos que enseñar a nuestros pensamientos y corazones el tiempo. Esto que aquí pasa, eso que acá sucede, esta sensación es, amor mío, el tiempo. Y estas aquí, son las personas. Mira con tus ojos dorados cómo aparecen, cómo desaparecen, cómo permanecen. Trata de encontrar, corazón mío, vida, mi vida, aprendizaje en cómo gastan sus delicadas monedas de oro.

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Trabajo sobre mi vida, una superficie que no comprendo. Me asusto cuando no sé cómo quisiera sea lo que me rodea. En el fondo permanezco, como en un cofre, entre los alrededores de la realidad. Tanto el vacío como la existencia están en los márgenes de mis oídos y yo no les pertenezco a uno ni a otro signo.

Todas las emociones que me inundan me son desconocidas. Me rehúso a comprenderlas. En ocasiones celebro mis hazañas, y en otras las maldigo. Creo que en medio lo que hay es un común olvido. Como si mi identidad estuviera hecha de olvidos y recordaciones, y no pudiera verme. Claro que tengo miedo, pero incluso el miedo es una emoción que no comprendemos.

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No sé muy bien quién soy. Me gusta pensar que ninguno de nosotros lo podría saber en verdad, y también que forma parte de nuestra incertidumbre humana no saberlo. Pero igual, igual me pasa que no sé quién soy. Todos estos días, un poquito me lo pregunto. Hubo montones de momentos en que podía tomar una senda, y con seguirla un tiempo más, con permanecer en ella, podía llegar al final obteniendo algo, un título, un trabajo, una identidad que dijeran quién soy por mí. Ni siquiera con mí deseo soy claro. Cuando me dicen si quiero me llamen en femenino o masculino les digo que no sé. En verdad no sé. ¿Por qué alguien sabría cuál es su género? Me parece muy lejano estar seguro de cómo quiero que sea. A veces me siento muy bien con ropa femenina, otras con ropa masculina. Cuando sé que a alguien le calienta, aminoro mucho más mi voz y me hago la distraída. Pero después cuando estoy enseñando algo a alguien, me pongo fuerte, no débil. 

El otro día escuchaba a una chica contarle una anécdota por mail a Martín Cirio, el youtuber que oigo cada día. Desde el principio la chica colocaba nombres a cada experiencia "un vínculo", "una patología del tipo", "comencé un contacto cero que duró", "entonces hubo una secuencia". Me parece muy lejano que cada situación de la vida pueda llamarse de algún modo. Cuando me preguntan qué hago y les digo que soy "escritor" y "educador", me vuelven a preguntar qué hago. Si solo les digo educador, muchas veces quieren traducirlo por maestro, profesor o qué. ¿Por qué no abrirnos a los muchos idiomas que tenemos cada persona? ¿Por qué insistir tercamente en una lengua homogénea? Más todavía con las pruebas constantes que nos ofrece el mundo de su inestabilidad alrededor nuestro. ¿Por qué querríamos ser alguien aquí?

Me pasé varios días volviendo a ver la vida de un extraterrestre este mes, y hace casi un año que por las noche oigo a Monseñor Isidro Puente Ochoa, un sacerdote mexicano enfocado en reconstruir la Iglesia a partir de la restauración de la liturgia y los seminarios menores. Él da misas en latín, haciendo una lectura heterodoxa y original de los documentos del Concilio Vaticano II. Está en Tijuana, México, y cada uno de sus sermones son grabados y subidos. Me encanta oírle hacer distinciones teológicas, contar anécdotas y argumentar en favor del sentido común. Todo lo que dice, todo lo que escucho, está muy distante de quién soy. Pero igual lo escucho, supongo que porque me gusta saber que la vida puede ser de otras maneras. Me es tan lejano el mundo que él relata que termino ensoñado, pensando cómo será la vida allá en el convento, tras las sierras.

Todo sería más fácil si fuese claro, pero mis claridades son pocas y valiosas. Mientras tanto, cada vez que podía tener una identidad, un título, un trabajo que respondiera por mí quién soy, elegí quedarme con la pregunta. Espero valga la pena.

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