A medida que nos acercábamos, la realidad iba acentuándose y borrando los mirajes del deseo". La expresión, bellísima, es de Fray Mocho cuando está, junto a unos baqueanos, cortando campo durante la excursión. Publicado en el umbral del siglo pasado, "Un viaje al país de los matreros" constituyó un pleno "cinematógrafo criollo" como el periodista quiso llamarlo: tratar de dar cuenta de un viaje, en este caso a los pajonales entrerrianos, especialmente a través de la descripción, las pinceladas que pueden ser del paisaje humano, la flora, la fauna o las costumbres. Fray Mocho intenta describir con la misma premura una tarde de torta fritas, la caza del peludo o la doma del potro que le regalaran.
Formó parte él también a su tiempo de un paisaje de escritura que poco a poco aprendía en el oficio períodistico -una novedad para la época y el lugar- cómo novelar la realidad que le rodeaba. Ejercicios análogos de contrabando entre uno y otro registro pueden leerse en Payró y Gerchunoff por aquel entonces y en las mismas revistas.
¿Qué territorios contar? ¿Cómo hacerlo? ¿Qué metáforas propias y ajenas se cuelan en ese ejercicio? ¿Qué futuros alberga cada letra inescrupulosa? ¿Qué pasados? Podríamos hacernos cientos de mates preciosos con que albergar todavía nosotros el tiempo vacío de la ficción, su materialidad deshecha, su ilusión salvaguardada.
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