Mientras hierve, bajo acariciado por la lluvia y pago con qr dos tarritos chiquitos de salsa de tomate baggio, uno para ahora y otro para más adelante por si me faltan otra vez tomates. Me siento como si mi celular arrojara moneditas, tal cual la lluvia que cae tan apacible alrededor nuestro y puedo saber con certeza cómo es todo esto lo que me alimenta. Vierto la sangre de los tomates sobre las verduras hirvientes. Luego las lentejas que ayer a la mañana (hacia calor y estaba todo iluminado alrededor del departamento por un sol devorador) puse en agua para que hoy, en esta mañana construida por mil previsiones, estuviesen más blandas y suaves, más blandas y suaves las lentejas, las lentejas que también parecen monedas, monedas, moendas. Pero más pequeñas y oscuras, lavadas por la mañana en la lluvia de la canilla mientras me hacia el mate y me iba a otro cuarto y las dejaba un rato a solas con el aire, la brisa que pasa por las ventanas abiertas de esta lluvia también ella remojada, suave, blanda. Corté una verdura de cada una, batata, zanahoria, calabaza y ajo, total cocino para mí solo, y las puse con la confianza de las recetas ya transitadas. Fui valiente y dejé la olla al fuego cuando bajé a comprar los tarritos, cuánta confianza en el mundo, qué pena no tener tomates frescos, pero asistiendo al milagro repentino de que esas conservas de baggio en mis manos, por las escaleras que bajé para comprarlas, por los restos de saldos con que las pagué, por la olla de verduras agroecológicas, de legumbres agroecológicas que traen mis amigas hasta Paraná, por el empeño de mis deseos, no sé, se volvieron ellas también más suaves y dignas como si a mi olla le pusiera pedacitos del bien del mundo, pedacitos del mal del mundo para que me alimenten juntos, como si pudiera comerme las monedas resbaladizas de la lluvia, las lentejas y los saldos. Puedo percibir cómo toda la escena me alimenta, cómo me como cada deseo, todo eso que no cabe en ningún reel ni en los recetarios, todo eso que ahora mismo limpia los pensamientos y me deja a solas con mis hervores para intentar concentrar en él las porciones del mundo con que me alimento.
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