domingo, 1 de septiembre de 2024

A veces me hago el mate antes de dormir aunque tome pocos y permanezca casi intacto hasta la mañana siguiente, cuando ya no sirve. A veces me hago el mate antes de dormir para convocar al sueño en cada gesto, atrayéndolo con la costumbres de la vida. Como si quisiera endulzar sus oídos diciéndole la vida sigue cuando estamos a punto de ser hechizados.

En verdad, a veces me hago el mate antes de dormir porque preciso aliviarme sintiéndome libre y para mí, desde hace mucho, la libertad se vincula a una experiencia del tiempo, a su apertura indecidible, a tener tiempo aunque no sepa para qué, aunque sea tanto que me atore. En una entrevista Leila Guerriero decía que para escribir necesitaba tiemplo amplio y despejado, saber que tendría toda la tarde para sí, que no seria interrumpida siquiera por el menor de los mandados. A veces necesito tiempo así, otras encuentro las aberturas del tiempo andando, en camino a una ocupación, en medio de una tarea. No es un animal manso el tiempo, sino ubicuo, contradictorio, ecléctico. No sabemos ni de sus caricias ni de sus dentelladas suficiente para dejarnos llevar por él, no se entrega a nuestras faldas ni cabalgamos confiados sobre su lomo.

Si sé que se adhiere al cuerpo, se siente en él, le brinda pesos o liviandades, ritmos, idiomas, sagacidades. Me hago el mate para saber que el tiempo aún está allí, conmigo, a los alcances de mi mano, listo para ser atravesado como el espacio que también me dice, a medida que entro al tiempo, a medida que la noche se vuelve tiempo, que todavía puedo tocarlo, que aún no sé sobre el territorio, que no he perdido la primicia del mundo.




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