lunes, 25 de septiembre de 2023

¿se termina el amor?

 

sobre La nieve de Alejandra Correa. Buenos Aires. La Gran Nilson. 2023.

 

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La contratapa de Ana Lafferranderie es particularmente acertada y exquisita. Este es un libro sobre el duelo, y por serlo lo es sobre la intimidad… y por hablar de la intimidad habla del silencio…. y porque habla del silencio, habla de la nieve… y por hablar de la nieve, lo hace con preguntas que caen, copos mudos, gravitación de la inquietud, quietud de la inquietud. Se trata de acumular capas de sentido, como las películas nos han enseñado que hace la nieve al caer en las ciudades y rellena las veredas y las calles. Impide el tránsito y las clases, dificulta los trabajos. Se trata también de un libro sobre algo que fue sólido y ya no lo es, algo que estaba destinado, como la nieve, a derretirse. Aunque fue tan espléndida su hermosura.

 

“Cambian los nombres de la nieve mientras nieva”. La nieve es algo más que una metáfora, casi una alegoría, en este poemario. En ella reside un secreto compositivo, no del poema sino del amor. Cambian los nombres de la nieve mientras nieva. Una vez suelta del cielo, una vez desgajada del vientre tierno de las nubes la nieve, el amor, cambia de identidad, cambia de nombre, cambia de historia, cambia de idioma antes de caer. No hay garantías entre lo que enviamos y lo que recibimos, no hay simetría entre el nombre que dimo a esto que amasamos y lo que ahora encontramos en nuestros corazones. Como se dice más adelante acerca del funcionamiento de los deshielos:

 

¿O el extraño fenómeno sucede cuando cada quien extrae las

semillas que fueron arrojadas a la tierra desde otro tiempo?

 

Hay dos tiempo en el poema, en la nieve, en el amor. En la pieza que citamos, la voz se pregunta “por dónde se fuga el amor”, y en sus hipótesis llega hasta esta teoría acerca de la siembra y sus destiempos. ¿Es que la semilla no dio frutos? ¿Por eso cambian los nombres de la nieve mientras nieva? ¿Era una mala semilla, una semilla dañada, errónea? Parece que en el amor, como en la nieve, las semillas no están hechas para florecer sino para permanecer. Una semilla arrojada a la tierra desde otro tiempo que ahora extraemos de nosotros, dejando un hueco y haciendo que así, quizás, se fugue el amor. ¿No habremos sido nosotras mismas quienes arrojamos la semilla? Sobre los huecos también nos habla este libro en otro momento:

 

Ahora mismo la nieve cae al ritmo de las hojas de un ginkgo

al final del verano.

 

Ahueca el silencio.

 

Lo hace amable.

 

Qué pasaría si manos muy finas (finas, como las palabras del finés que en este libro se cita asiduamente para abrir y para cerrar la composición), qué pasaría, digo, si manos muy finas como las que extraen las semillas del cuerpo tomasen la nieve antes de caer. Mientras cae, la nieve no solo cambia sus nombres sino que ahueca el silencio. Aquí la imagen funciona por la mezcla de ojos y oídos: el afuera sigue siendo silencioso, pero el paso del copo de nieve, de la gota de nieve, la lágrima de nieve, como una evidencia de que hay algo más, produce huecos en ese silencio… y esos huecos lo hacen amable porque en este libro, en la nieve, será amable todo aquello que tenga un interior: “Estamos a salvo del frío, pero no del mundo”.




Estas últimas piezas que citamos pertenecen a “Los días”, el corazón del poemario, donde un registro veloz y asiduo narra las intuiciones de la voz acerca de la nieve en forma de diario desde el once de noviembre al veinte de diciembre. Son cuarenta días, una cuarentena para duelar que luego se interrumpe y da paso, recién en marzo, y ahora por apenas veinte días, al deshielo. Me atrae la velocidad de estos diario, y su coincidencia con la cuarentena como una forma de tiempo en parte contemporánea, por el aislamiento social, y en parte fabulosa por los relatos antiguos acerca de las cuarentenas. Esta fábula de duelo, como también podemos leer La nieve, nos lleva a otras latitudes, no solo por las citas al finés ya mencionadas sino porque su nieve no parece patagónica sino más lejana, incluso imaginario, a la manera de las bolas de cristal:

 

Hoy cayó la primera nieve, fina y esponjosa.

 

Caía desde el fondo de un mar hacia el fondo de otro mar.

Abismada.

 

Nuestra casita alpina de maderas mordidas estaba en el

centro de la esfera de vidrio.

 

Mis ojos te veían partir detrás de una ventana diminuta.

 

Aquí la geografía se superpone y vuelve fantástica, claro, porque hay alpes, y mares con otros mares. Pero ante todo hay, al final, una superposición, a la manera de las nevadas, de cristales: esfera de vidrio – mis ojos –una ventana diminuta. Están mis ojos, pero delante está la ventana y delante suyo la esfera de vidrio. ¿Cuán lejos tendrán que verte mis ojos partir?

Además en ese poema hay una distinción especular, de espejo, entre ojos y ventana que se repite luego en el libro de otros modos: nieve / hielo, como si hubieras muerto / o la muerta fuera yo, calla / miente hablando del dolor o “algún niño colgaba de tu espalda o de la mía”. La situación de los espejos se confirma también en otros versos antes de este:

 

Una larga marcha. Vos con tus armas. Yo con mi rueca.

 

Un pequeño paso y otro.

 

Yo con mis armas. Vos con tu rueca.

 

Cambian los nombres de la nieve mientras cae. Cambian nuestras posiciones con los pasos, por más pequeños que sean. Aquí todo se transforma, de una forma que nos duele, o nos daña (“¿desde dónde se empieza a reparar el daño?”). Pero como se nos dice al día siguiente en el diario: “Tengo tus fibras atadas a las mías. / Si las desato es solo a nivel de la materia. / Nada puedo hacer con lo invisible”, y es por eso que importan tanto los nombres, porque aunque tu cuerpo sea el mismo mientras cae, porque aunque la nieve sea la misma mientras cae, su cambio de nombre ha cambiado su relación entero con el mundo y conmigo.

En el poema de la extracción de las semillas, Alejandra se preguntaba por las fugas del amor: por dónde se fuga el amor, por dónde cae la nieve. Allí elaboraba teorías nevadas acerca de lo que nos ha pasado. Tal vez el amor se desprendería desde los pies, o desde las horas muertas. Quizás fue el futuro, al no haberlo poblado, al haberlo desertificado, el que hizo que el amor se fuera. O puede que en la memoria haya cambiado la historia, y por eso ya no sabemos qué hacer con este amor: “¿O se desprende del cuerpo como un vapor de agua, deja la / sangre, la médula ósea, cada nervadura?”. ¿Cómo se va la nieve cuando se va? Importa el hecho de que estas preguntas van a por todo al final cuando piensan que tal vez no, tal vez el amor no se termina. Y cuando esa pregunta aparece, “¿se termina el amor?”, todos nos sentimos tentados a responder, al otro lado del poema, al otro lado del mundo, al otro lado de la nieve, que no, el amor no se termina, solo cambia de nombre.





Las ilustraciones de esta entrada son fragmentos de las realizadas por Alejandra para la publicación de este libro. Fueron tomadas de su Instagram @elotrocielocollage

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