sobre como una luz los patios de Lisandro Gallo.
Buenos Aires. Ediciones Salta el pez, 2021.
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¿Quieres pasar aquí, a la vieja sala
de los cerrojos sonoros
y los abuelos vigilando desde los muros?
Los registros compositivos de este poema
son familiares a la escritura de Emma, quien persiste sobre un tratamiento
específico de los recuerdos que puede reconocerse prontamente. Tenemos por un
lado la permanencia intacta y activa de aquello que se trae del pasado, con
los abuelos todavía vigilando entre los muros, y con la posibilidad de
continuar estrofa a estrofa ofreciendo salas de la casa, la infancia, –las puertas- sobre las que ir de la
mano. Sin embargo, aquellos recuerdos intactos no alcanzarían su fuerza si no
se atravesaran con las preguntas, es decir, con la posibilidad de ser
rechazados que ya desde el condicional del primer verso nos espera. La ausencia
de una voz que pudiera responder esas preguntas, que pudiera aceptar o rechazar
nuestra cita marca en este poema, y en la obra de Emma, una tensión macerada en
varias capas de silencio y pudor entre lo que se dice, lo que se da a entender,
y lo que no. La ilusión es un tono en que los silencios logran enfocarse en
lugar de desdibujarse: la segunda voz no tiene género ni respuesta. ¿Qué hace
imposible nuestro encuentro? ¿Tu rechazo, nuestros silencios o el paso del
tiempo? La tensión del poema resulta de la concordancia de varias líneas de
desilusión sobre la ilusión, sobre la cita que el poema se vuelve escenario
para esbozar, voz autorizada para permitirnos invitar a quien llevaríamos de la
mano, incluso por los patios:
¿O prefieres los patios?
¡Tantos patios!
Tanto amor a las plantas, compartido.
No podría explicarte
el gusto de las frutas
en la siesta,
ni los atardeceres, ni los riegos.
Estas son las dos estrofas sobre las que Lisandro trabaja poema a poema, y las primeras que encontramos al comienzo de como una luz los patios (2021), que es también, como en el caso de Emma, su primer poemario. El tono elegido entonces es viejo, no sólo por la edad que Las puertas ya posee en nuestro idioma, sino por la manera en que ese poemario, y este tipo de operaciones sobre el recuerdo, instauró un trato maduro, de vejez, con los materiales de nuestras biografías no sólo en la obra de Emma Barrandeguy sino también en la de muchos otros escritores y escritoras que encontrarán maneras intersticiales de expresar deseos que pueden haber sido, incluso, desconocidos para ellos mismos: “No podría explicar / el gusto de las frutas / en la siesta”.
Porque a las capas de imposibilidad que
ya antes leíamos, se suma otra, dada por la materialidad que se encuentra en
ese patio y que da paso a lo inefable. ¿Qué habría en las frutas que no podemos
explicar? ¿O sería en las siestas? Es decir, ¿cómo se compone un deseo?
Atravieso todo el poemario de Lisandro tratando de hallar un momento ausente,
la escena de aprendizaje en que el niño de los patios se encuentra con estos
poemas, la lectura que permite saber algo acerca de lo que sucedía afuera de
nuestras casas, en las noches, en las siestas, en las frutas, en los riegos.
Hay una educación sentimental donde libros y patios tienen que haber comerciado
entre sí para componer este tipo de piezas donde nuestros deseos quedan
enredados. La materia sobre la que se trabaja en este libro, los patios y la
luz, está cargada de sentido poético en nuestra lengua y en nuestras
tradiciones poéticas, por eso mismo desde un comienzo de la lectura mis
recuerdos me llevan a la biblioteca, pero también los propios poemas. Cómo
tomar sino la referencia a El jardín (1993)
de Diana Bellessi que ya sospechamos antes de leer:
ahora la noche vuelve
claros los versos
tener
un jardín es dejarse tener
por
él y su eterno movimiento
de
partida
escucho a Diana tomo el vino y no
no está agrio como esperaba
lo siento en la garganta joven
espeso rojo oscuro pienso
en las palabras que siguen sin poder
nombrar eso que hace que uno cambie
Pienso en las palabras que siguen sin
poder nombrar eso que hace que uno cambie. ¿Qué es lo que no está agrio como esperábamos?
¿Qué baja joven por nuestra garganta, el órgano de la voz? ¿El vino o los
versos? Espeso, rojo, oscuro, pienso. La lectura del poema densifica los
pensamientos del yo quien está desde hace dos páginas tratando de contestar a
su abuela los motivos por los cuales ella lo encuentre cambiado, ante lo cual
no puede aquel más que volver a cortar, a escandir, unos versos de la poesía
argentina:
Tener un jardín es dejarse tener por él
y su
eterno movimiento de partida. (…)
Lisandro reacomoda estos versos de
Bellessi para adecuarlos ahora a su voz y tener con qué responder al interior
de su familia: la escena que ese reordenamiento nos devuelve no me parece
menor. Allí donde Bellessi puso un verso
largo, Lisandro recorta de otro modo, intentando pausar aquello que se expande
y encausa en El jardín para que le dé
tiempo a pensar, a tragar el vino espeso, a oír. De manera que necesito
atravesar, yo también, más décadas que las de la vida de Lisandro, para no ir
solo de su infancia a su adultez como su libro propone, sino para volver a
hacer los recorridos que sus citas expanden. Cuando se publicó, El jardín sostuvo dentro suyo una
tensión política. “Golpe de Estado”, “Un día antes de la revolución”, “Estado
de Derecho” fueron algunas de sus secciones, alejando conscientemente el jardín
de la paz interior para volverlo caja de resonancias doméstica de otro tipo de
preocupaciones que van más allá del yo. Pero también, su escritura corresponde
a la primer década del retorno a la democracia y la primer desilusión –vuelve el
tono de las ilusiones- de ese proyecto político de vida en común. ¿Qué se decía
entonces en los patios? ¿Qué se escribía sobre ellos? ¿Qué marcas del
aislamiento social incidieron sobre la escritura del poemario de Lisandro? ¿Qué
registros del presente se hallan en la manera en que nos ilusiones estos años
con nuestros patios?
La segunda persona está presente en casi
todos los poemas del libro. Si no me equivoco, suele develarse su procedencia
cuando la voz invocada proviene de entre los muertos, como en el padre, la
abuela o el primo de los nísperos; pero no así cuando quien está del otro lado
puede estar vivo todavía y el pudor sofrena las confesiones a media voz:
ayer trajiste frutillas
tenías las manos llenas
de la fragancia lumínica
nacía el rojo perfecto
como si hubiera sido un recuerdo
y fue tan dulce el día
como si hubiera llegado el descanso
(…)
Los frutos, incluso los frutitos, las frutillas, han sido, tal y como los
versos de la poesía argentina, trabajados por la luz. La sinestesia así lo
indica: “tenías las manos llenas / de la fragancia lumínica”. Tacto primero,
olor después, vista el final. Cuerpo, memoria, presencia. Copio casi todo el
poema porque me parece interesante mostrar el alhajado proceso con que el poema
opera sobre el patio y sus frutos, sobre los remedos de patio que pueden ser,
de repente, las manos llenas de frutillas, que son ahora recuerdo y por ser
recuerdo parecen descanso. Como si hubiera sido, como si hubiera llegado. La
repetición del verso, además de mecanismo, vuelve en muchas piezas del libro
como un tartamudeo, una dificultad para decir, un tomar aliento y volver a empezar
a decir. Pero también ahí pasa algo por lo cual el descanso se desplaza al
recuerdo, cabe en él. ¿Qué será, pues, lo que nos cansa? Allí el tono de Emma
vuelve, pretérito imperfecto del verbo nacer
aunque el rojo sea, justamente, perfecto… porque lo que en los patios se
desajusta es la temporalidad, no de lo que está sino de lo trajimos con
nosotros.
Si tratamos de mirar esto mejor nos
damos cuenta que el patio contrae riesgos. Cómo explicarte los riegos, los
atardeceres decía Emma y nosotros leemos riego / riesgo. Por eso aquí vuelve toda
la tensión cuando las visitas alaban el patio, pero no se quedan en él:
(…) pasó la algarabía
vino el frío se hizo noche, el tiempo
perdido nos tomó el cuerpo
íbamos a entrar a la casa
cuando en la soga vimos
cientos de cáscaras de naranjas
puestas a secar al sol y del sol olvidadas.
¿Por qué no quieren los demás quedarse con
nosotros en el patio? Son nuestras temporalidades, nuestros pechos, los que
patio revuelve, recorta, preserva o transforma, tal el cuerpo, las cáscaras de
las naranjas, que se espejan así con las frutillas que nacen. ¿Nosotros hemos
sido olvidados del sol? ¿Cómo pudimos haber sido hechos por tanta luz y ser
olvidados por la luz? La temporalidad que el patio revuelve es la de nuestra
propia hechura, por ello la preserva o transforma en sus desajustes:
iba al patio el hombre de la pieza
cerrada
el de la humedad en las manos
atrás en llamas la familia
y en el patio de noche vos
caminabas descalzo
tus dedos fríos largos entre las ramas
elegías el mejor
yo amaba esa claridad en tus manos
su luz en la humareda, yo
(…)
En los poemas el niño tendrá que
aprender qué era aquel jazmín, pero por la mano que lo lleve dentro ante sus
ojos podrá saber qué es un poema Un aprendizaje condiciona al otro, la belleza
trabaja con exactitud y paciencia… En una de las imágenes más preciosas del
poemario, durante esta estrofa el padre está a punto de cortar un jazmín y
llevarlo dentro ante la noche abierta. Los ojos del yo, los ojos de la voz, no
pueden creer aquello que ahora nos cuentan y que reúne, realidad y deseo, al
poner sobre sus manos el jazmín.
Cortar jazmines, cortar versos. Cortar
versos, cortar jazmines propios y ajenos, recortar figuras de la familia, sus
términos incluso. Son operaciones aprendidas por igual en el patio y en el
poema. Ambos se necesitan para que sea posible ver, y yo que debería haber
estado durmiendo, al padre entre las persianas traer un... ¿Qué ilusión es esa? ¿Qué
cita nos espera allí? ¿A qué mujer corteja esa flor o es a nosotros que el
hombre dulce, la noche abierta -yo que debería estar durmiendo, por qué no me
duermo-, el deseo nos señala? ¿Qué tipo de ir con nosotros de la mano es aquel
que el padre propone al tocar la suavidad de ese jazmín, al saber elegir el
mejor como si al otro lado de la existencia también él hubiera podido elegirnos
a nosotros por ser mejores, por suaves, por otros, por magníficos?
Las fotos de esta entrada fueron tomadas por Marisa Negri en el patio de la infancia de Denise León. Tal vez haya nomás, muchos patios por cada voz.
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