sobre La nieve de Alejandra Correa. Buenos
Aires. La Gran Nilson. 2023.
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La contratapa de Ana
Lafferranderie es particularmente acertada y exquisita. Este es un libro sobre
el duelo, y por serlo lo es sobre la intimidad… y por hablar de la intimidad
habla del silencio…. y porque habla del silencio, habla de la nieve… y por
hablar de la nieve, lo hace con preguntas que caen, copos mudos, gravitación de
la inquietud, quietud de la inquietud. Se trata de acumular capas de sentido,
como las películas nos han enseñado que hace la nieve al caer en las ciudades y
rellena las veredas y las calles. Impide el tránsito y las clases, dificulta
los trabajos. Se trata también de un libro sobre algo que fue sólido y ya no lo
es, algo que estaba destinado, como la nieve, a derretirse. Aunque fue tan
espléndida su hermosura.
“Cambian los nombres de
la nieve mientras nieva”. La nieve es algo más que una metáfora, casi una
alegoría, en este poemario. En ella reside un secreto compositivo, no del poema
sino del amor. Cambian los nombres de la nieve mientras nieva. Una vez suelta
del cielo, una vez desgajada del vientre tierno de las nubes la nieve, el amor,
cambia de identidad, cambia de nombre, cambia de historia, cambia de idioma
antes de caer. No hay garantías entre lo que enviamos y lo que recibimos, no
hay simetría entre el nombre que dimo a esto que amasamos y lo que ahora
encontramos en nuestros corazones. Como se dice más adelante acerca del
funcionamiento de los deshielos:
¿O el extraño fenómeno sucede
cuando cada quien extrae las
semillas que fueron
arrojadas a la tierra desde otro tiempo?
Hay dos tiempo en el
poema, en la nieve, en el amor. En la pieza que citamos, la voz se pregunta “por
dónde se fuga el amor”, y en sus hipótesis llega hasta esta teoría acerca de la
siembra y sus destiempos. ¿Es que la semilla no dio frutos? ¿Por eso cambian
los nombres de la nieve mientras nieva? ¿Era una mala semilla, una semilla
dañada, errónea? Parece que en el amor, como en la nieve, las semillas no están
hechas para florecer sino para permanecer. Una semilla arrojada a la tierra
desde otro tiempo que ahora extraemos de nosotros, dejando un hueco y haciendo
que así, quizás, se fugue el amor. ¿No habremos sido nosotras mismas quienes
arrojamos la semilla? Sobre los huecos también nos habla este libro en otro
momento:
Ahora mismo la nieve
cae al ritmo de las hojas de un ginkgo
al final del verano.
Ahueca el silencio.
Lo hace amable.
Qué pasaría si manos
muy finas (finas, como las palabras del finés
que en este libro se cita asiduamente para abrir y para cerrar la composición),
qué pasaría, digo, si manos muy finas como las que extraen las semillas del
cuerpo tomasen la nieve antes de caer. Mientras cae, la nieve no solo cambia
sus nombres sino que ahueca el silencio. Aquí la imagen funciona por la mezcla
de ojos y oídos: el afuera sigue siendo silencioso, pero el paso del copo de
nieve, de la gota de nieve, la lágrima de nieve, como una evidencia de que hay
algo más, produce huecos en ese silencio… y esos huecos lo hacen amable porque
en este libro, en la nieve, será amable todo aquello que tenga un interior: “Estamos
a salvo del frío, pero no del mundo”.

Estas últimas piezas
que citamos pertenecen a “Los días”, el corazón del poemario, donde un registro
veloz y asiduo narra las intuiciones de la voz acerca de la nieve en forma de
diario desde el once de noviembre al veinte de diciembre. Son cuarenta días,
una cuarentena para duelar que luego se interrumpe y da paso, recién en marzo,
y ahora por apenas veinte días, al deshielo. Me atrae la velocidad de estos
diario, y su coincidencia con la cuarentena como una forma de tiempo en parte
contemporánea, por el aislamiento social, y en parte fabulosa por los relatos
antiguos acerca de las cuarentenas. Esta fábula de duelo, como también podemos
leer La nieve, nos lleva a otras
latitudes, no solo por las citas al finés ya mencionadas sino porque su nieve
no parece patagónica sino más lejana, incluso imaginario, a la manera de las
bolas de cristal:
Hoy cayó la primera
nieve, fina y esponjosa.
Caía desde el fondo de
un mar hacia el fondo de otro mar.
Abismada.
Nuestra casita alpina
de maderas mordidas estaba en el
centro de la esfera de
vidrio.
Mis ojos te veían
partir detrás de una ventana diminuta.
Aquí la geografía se
superpone y vuelve fantástica, claro, porque hay alpes, y mares con otros
mares. Pero ante todo hay, al final, una superposición, a la manera de las
nevadas, de cristales: esfera de vidrio – mis ojos –una ventana diminuta. Están
mis ojos, pero delante está la ventana y delante suyo la esfera de vidrio.
¿Cuán lejos tendrán que verte mis ojos partir?
Además en ese poema hay
una distinción especular, de espejo, entre ojos y ventana que se repite luego
en el libro de otros modos: nieve / hielo, como si hubieras muerto / o la
muerta fuera yo, calla / miente hablando del dolor o “algún niño colgaba de tu
espalda o de la mía”. La situación de los espejos se confirma también en otros
versos antes de este:
Una larga marcha. Vos
con tus armas. Yo con mi rueca.
Un pequeño paso y otro.
Yo con mis armas. Vos
con tu rueca.
Cambian los nombres de
la nieve mientras cae. Cambian nuestras posiciones con los pasos, por más
pequeños que sean. Aquí todo se transforma, de una forma que nos duele, o nos
daña (“¿desde dónde se empieza a reparar el daño?”). Pero como se nos dice al
día siguiente en el diario: “Tengo tus fibras atadas a las mías. / Si las
desato es solo a nivel de la materia. / Nada puedo hacer con lo invisible”, y
es por eso que importan tanto los nombres, porque aunque tu cuerpo sea el mismo
mientras cae, porque aunque la nieve sea la misma mientras cae, su cambio de
nombre ha cambiado su relación entero con el mundo y conmigo.
En el poema de la
extracción de las semillas, Alejandra se preguntaba por las fugas del amor: por
dónde se fuga el amor, por dónde cae la nieve. Allí elaboraba teorías nevadas
acerca de lo que nos ha pasado. Tal vez el amor se desprendería desde los pies,
o desde las horas muertas. Quizás fue el futuro, al no haberlo poblado, al
haberlo desertificado, el que hizo que el amor se fuera. O puede que en la
memoria haya cambiado la historia, y por eso ya no sabemos qué hacer con este
amor: “¿O se desprende del cuerpo como un vapor de agua, deja la / sangre, la
médula ósea, cada nervadura?”. ¿Cómo se va la nieve cuando se va? Importa el
hecho de que estas preguntas van a por todo al final cuando piensan que tal vez
no, tal vez el amor no se termina. Y cuando esa pregunta aparece, “¿se termina
el amor?”, todos nos sentimos tentados a responder, al otro lado del poema, al
otro lado del mundo, al otro lado de la nieve, que no, el amor no se termina,
solo cambia de nombre.
Las ilustraciones de esta entrada son fragmentos de las realizadas por Alejandra para la publicación de este libro. Fueron tomadas de su Instagram @elotrocielocollage