jueves, 23 de julio de 2020

fragmentos de "fragmentos de un diario en los Alpes"



La lección de este domingo, de la casa y la lluvia, debería ser: que hay otra clase de libros. (16)






El jardín está lleno de chinos, sabios confucianos de cinco centímetros en las macetas de los bonsais, casi todos estudiando. Uno de ellos, mi favorito, se ha dormido sobre su libro. (20)





Perdidos para la conciencia pero no para mi vida, a la que estas minúsculas gratificaciones subliminales deben de estar ayudando. Si no, no me explico cómo puedo seguir adelante a pesar de todo. Quizás la creación siempre más abundante de signos en una sociedad tiene ese fin oculto. (29)





Entre los muebles del saloncito, hay un escritorio de los de tapa rebatible; sin ninguna intención de ser indiscreto, la abro, con la vaga idea de sentarme a escribir, cosa que nunca he hecho en uno de estos escritorios. Abajo de la tapa encuentro el bric à brac habitual de la casa: muñecos, miniaturas, tinteros antiguos con formas extravagantes, cuadernos, lápices, una tortuga a cuerda...y un mazo de fotos, que hojeo distraído, hasta que encuentro, para mi infinito asombro, una foto de mi hija menor, con una radiante sonrisa, posando en el balcón de mi casa allá en Buenos Aires. Es inevitable que estas acumulaciones promuevan una especie de magia. (42)







Con  los bonsai, ni siquiera lo intento. Supongo que tratándose de algo en que las dimensiones importan, es necesario alguna clase de puesta en escena, que está más allá de mis posibilidades. Es como si las miniaturas rigieran un relato: esto es algo que estoy aprendiendo de la casa y su población: cuando se ha llegado al fondo de la descripción de un objeto, cuando se sale del mundo de las dimensiones normales en las que nos movemos (es decir: cuando no queda nada por decir) nace un relato. Lo que nace, es fatalmente un relato. Quizás ahí está el origen de todo relato. (49)







La ilusión se acentúa si las dos imágenes se complementan y uno está habituado a verlas juntas, o la reunión se explica de un modo u otro, como sucede con el pájaro y la jaula. Hay una especie de pequeño relato, incluidas las bifurcaciones de posibles de todo relato, y la sorpresa del desenlace. El pájaro, flotando solitario en la superficie vacía del disco, es la imagen misma de la libertad, de lo inapresable; del otro lado, fría, cerrada, geométrica, amenazante, la jaula espera; se diría que hay una posibilidad en un millón de que el avecita vaya a parar a su interior; están separados no sólo por lo que simbolizan (la huida, la cárcel) sino por una distancia mucho mayor; el anverso y el reverso de una superficie son dimensiones incompatibles, que no se comunican nunca porque están puestas sobre perspectivas incongruentes. 

En las superficies están las representaciones, no las cosas. El papel es superficie pura, sin volumen; está destinado a la representación. Y es superficie de los dos lados (por eso es superficie pura). El papel es apilable (¿o plegable?) y el libro su formato ideal. (70-72)




Uno era una dama Imperio, con los brazos enigmáticamente tendidos hacia la izquierda, las puntas de los dedos metiéndose en el vacío, una sonrisa soñadora en el rostro; al otro lado, un arpa, que al girar el disco caía justo en su lugar: una dama tocando el arpa. Al hacer esta descripción caigo en la cuenta de que el truco tiene también algo de la formación de una frase; de un lado está el sujeto, del otro el objeto, y el giro constituye el verbo (la acción es la acción, se representa a sí misma).

Otro: un barbero, flaco, chistoso, haciendo un trabajo fino con la navaja, de precisión, sobre el vacío; al otro lado el cliente sentado en el sillón, con el babero y las mejillas enjabonadas. De más está decir que al girar se ajustan perfectamente, con toda la precisión que está poniendo el barbero, donde cada milímetro cuenta, como también cuentan en la ejecución de la arpista. Llenan las condiciones de una fantasía propia de estas actividades; uno puede preguntarse, con cierta angustia, cómo afeitar a alguien, o cómo tocar el arpa, a distancia, por telecomandos; o cómo tocar un arpa invisible, o afeitar al hombre invisible. La contigüidad resuelve el problema, y la contigüidad es lo que se produce mágicamente en este juego. (78-79)








El parpadeo del taumatropo alude a la desaparición y la reconstrucción. Pero no sé si todo un mundo podría reaparecer por acción de estos pequeños discos giratorios. (82-83)



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César Aira. Fragmentos de un diario en los Alpes. Rosario. Beatriz Viterbo editora. 2002.
















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