viernes, 26 de junio de 2020

Aprender por fin el tiempo / Reseña de ángeles después


por Imanol Hammurabi Rodríguez McLean

El acto del crítico es siempre un acto de amor o de odio. Es una apuesta a que en algún punto, la palabra del crítico sea elevada al lugar de una palabra cuidadosa, en la cual se puede confiar, por respeto o por cariño. No hay forma de poder despertar alguna pasión en el otro, si no es llevando como estandarte algo del orden del deseo, un pathos, que siempre provoca un mínimo de incomodidad, un mínimo de escándalo.

Plasmado lo anterior, ya no puede escribir uno sin compartir las preguntas que un poemario producen: ¿Cómo se escribe sobre un poemario que a mí se me vuelve demasiado íntimo? ¿Cómo se reseña un libro que no se puede reseñar como uno más? Yo que aprendí que el poema es mucho más que el autor y su historia: ¿Cómo escribirle a un poemario donde cada poema es un momento que compartí, acompañé o del que escuché el relato? ¿Es hacer trampa conocer las referencias opacas, estar dentro del poemario? ¿Sobre qué escribo en este momento? ¿Sobre un poemario? ¿Sobre un aprendizaje? ¿Sobre un maestro? ¿Sobre mi amistad con Kevin?  ¿Sobre mi encuentro, no sin transferencia, con lo gay? ¿Sobre la ilustración misma de ese concepto de transferencia?

Aunque ángeles después, el primer poemario de Kevin Jones, editado por La ventana ediciones este año, se me aparezca a mí como un objeto provocador al cual no puedo ser indiferente, desde su mismo nombre esta obra busca anudarse a algún lector. Así, ángeles después, sin mayúsculas ni puntos, es la encarnación de ese poema de Henri Meschonic que dice así: la vida rima/con la vida/somos todos rimas vivientes/ que intentan/terminar su frase (…) el sentido son solamente fragmentos/de sentidos que somos lo que/falta/para hacer la frase es en/el otro el otro el otro.

Si seguimos la estructura del poemario, su epígrafe de Beatriz Vallejos sigue esta misma línea, afirmando, con un sí rabioso, el deseo de una fervorosa comunicación. El poemario se compone de cincuenta y un poemas breves, algunos con nombres y otros, como inscripciones en un cuaderno, carecen de nominación.

Los poemas tienen algo de frágiles, que en su brevedad, se cuidan del vivo peso de las palabras. Los hechizos son palabras justas, mantras sagrados que se repiten por su efectividad donde cada palabra parece estar investida con un poder, que se potencia por los reiterados encabalgamientos.

Esto lleva a que la sintaxis en el libro se nos aparezca extraña, escueta de conectores como si siguiera dos corrientes: por un lado la influencia de Calveyra y su sintaxis infantil, de niño que está aprendiendo a hablar (Cartas para que la alegría); pero también de aquel (y puede que las dos sean una) que acaricia las palabras y entiende, que ciertos misterios, es mejor comunicarlos de forma cuidada. Porque el poemario no gasta pólvora en chimangos, no se anda con chiquitajes.

Las palabras que más se repiten en este poemario son tiempo, vida y mundo. Esta constancia en nombrar los pilares de la existencia nos recuerda esa sentencia de Lacan de que hay cosas que no cesan de no escribirse. Una de esas debe ser la vida, que al momento de tomarla se nos escapa y es ahí donde Kevin encuentra otras formas de ir arrimándose de a poquito, como a un animal arisco: ¿y ahora? ¿la vida donde/está? nos dice en Sakura Card Captor, poema con nombre de anime.

Esas formas de acercarse serán variadas en el poema y muchas estarán anudadas al esoterismo: el reiki, el tarot, las runas, las ceremonias. Pero ese esoterismo no estará compuesto de ceremonias ocultas y secretas, al estilo de los magios de Springfield; todo lo contrario, son momentos de estar con otros cargando de sentido esos encuentros, de estar con el mundo y que esté llenito de significado. Así es que lo misterioso pero también lo milagroso estarán anudado a lo hogareño, a lo cotidiano como en Mate en octubre: Hojas de melisa/de la ternura guardan/debajo el gesto cortado;  o en Salvia: Me levanto/la siesta sin hacer./Pero Dios que es/todopoderoso/-y todo lo ve-/fuera prepara/un viento./Hace de esta/finalmente mi casa.//Salgo a cortar salvia/mis amigos./Comienzo un/padre, nuestro.

Ángeles después es la mirada firme sobre cálido mundo. Es la muestra de que para poder estar en este mundo que a veces aparece como amenazante, estarán siempre las ficciones para ayudarnos, ficciones que van desde Dios hasta Sakura, pasando por los libros, como seres mágicos, que no nos sirven a modo de barrera anti-estímulos, si no como un catalizador de sensibilidad.

Esta sensibilidad que en La luna, Kevin la define como sentirlo todo siempre/como si fuese un montón. Este montón es también la tapa del poemario: un Ángel de Carlos Asiaín, cargado de colores, trazos gruesos y un estilo, digamos esta palabra central, infantil. El poema continúa: ¿Pero no será que sí,/que es un montón?/Como no ser un montón/todo lo que siento si/lo que siento es todo/cuanto siento.

El poema se termina de leer para regresar a una vieja intensidad, a ese montón que siente Kevin por su sensibilidad que, ángeles después, podemos sentirla nosotros como un bálsamo estético y sutil, como quien cura con reiki o como quien nos calma con un poema como Atardece: Para todo habrá/tiempo/en la tarde/del mundo.//Y si no lo hubiere/no preocupes./No eran tiempo/ni mundo.
Este poemario es también un acto sutil y político, de mostrarle al mundo que hay alguien que siente un montón todo el tiempo, porque otros no sienten nada y es nuestra responsabilidad hacernos cargo de ese poco que nos toca sentir. De otro modo, se repite la historia de esos jóvenes militantes exhaustos, que arden en su compromiso porque la sociedad mira hacia otro lado. En ángeles después, la revolución está, pero es la de pulverizarse los ojos mirando una rosa, la de no desviar la mirada ante los milagros de los cotidianos, la de Los amantes: Quererse es un largo aprendizaje/y no es que uno se dé por vencido/sino que anda nomás dormido.

El poemario es un viaje que termina en el regreso, The return, como en esos juegos donde un casillero nos envía al principio del tablero. Regresamos, pero aprendiendo que el tiempo es aquel que completa la caricia empezada, aprendiendo el significado del tiempo, tal vez a través de un poemario que es un instante.

Hay un anime que no vi, que se llama Nadia y el secreto de la piedra azul. Su último capítulo se llama Aquel que hereda las estrellas… y es una buena definición de Kevin, el mago. Tuve la suerte de haber entrado a sus poemas a través de la vida, pero sé que habrá un montón y espero este acto de amor ayude, que entrarán a la vida a través de sus poemas.

El Diario, junio de 2020










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