Vuelvo a casa caminando desde el centro. Nuestra avenida de mayo me agobia con la pesadez del día y la mugre de veredas y contenedores. Cuando veo hojitas sueltas, las junto para ponerlas en mi compost doméstico y así participar del otoño en mi localidad. Propiciar un destino amable a ese residuo que aquí, tan lejos de tierritas no podría separarse de las otras basuras. Siempre me cautiva, en nuestros hogares, nuestros cuerpos y nuestros quehaceres, observar qué podemos filtrar de los males más amplios que nos rodean. Cómo podemos empequeñecer lo que sucede tanto como sea suficiente para que quepa en nuestras vidas, encuentre su sitio en nuestras vidas. Más temprano cuando salía del barrio, la mujer de la librería salía fuera a barrer las hojas de la vereda que puntuales habían caído. A través de uno de los relfejos vidriados la veía y su gesto me parecía hogareño y manso, sustraído al ritmo del trabajo o habilitando otros tiempos, más sólidos y acostumbrados, más cercanos a la vida de lo que a veces parece que estamos. ¿Cómo continua la vida en nosotros? ¿Cómo pervive a nuestro alrededor?, sería la pregunta por momentos tonta y en otros tan profunda que me cautiva todo este tiempo, también hoy cuando salía de casa para ir a dar taller. Incluso mientras volvía donde cada tanto, entre medio de casas que no me gustaban o mugres que me molestaban daba con portales bellos, caminitos verdeados, plantas tercas, ventanas pobladas de gatos y gente que me hacian esperar que quizás allí, en el centro, insulares barrios domésticos se mantenían. Quizás no tan amplios y preciosos como el que me rodea, pero igual de auténticos y rabiosos de vida. Me sentí dichoso por volver observándo todo aquello, por hacerlo caminando sin sentir cansancio sino apenas satisfacción de tarea cumplida. Atravieso a pie la ciudad de provincias en que vivo, tiendo la ropa en la noche. Como una reina, catalogo incansablemente mis tesoros, escribo a cada rato en mensajitos, cuadernos, drives y posteos como si mis pertenencias fuesen demasiadas, como si la maravilla que me ha sido otorgada me excediera y tuviese que día a día recorrerla, guardando sus nombres, anotando sus valores en cuanto lo veo. Espero el colectivo cuando la siesta ya se ha ido y la tarde comienza sus amores con el anochecer. Nuestra precariedad es en exceso preciosa.
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