domingo, 1 de septiembre de 2024

dragones bebé




Estoy criando dragones bebé en mi corazón. Todavía no saben hablar ningún idioma. A veces su fuego sale azul, amarillo, violeta, anaranjado. Sus labios son rugosos, como lastimados, así que no me gusta me besen. Sus lenguas hierven todavía, desde siempre, así que tampoco quiero me lamban. Pero por las noches emigran de mi corazón al acolchado y se ponen a mis pies como los gatos. Entonces los dejo, y me olvido que son dragones, y jamás creería me van a lastimar. No tienen alas porque no hace falta, porque mi corazón no queda lejos, porque no se salta de tan alto, porque no se conoce ninguna seña precisa, porque las alas cubren con su manto las cáscaras de mi caparazón.



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Por esta noche no seré Rapunzel contemplando el paso de la tarde desde los albores de su mirada. No dejaré crecer mi cabello hasta el horizonte ni tendré la paciencia del gorrión que recorre migaja por migaja los tumultos de la gran muralla china. Por esta vez me volveré uno de los segadores del campo que el Gato con botas engañaba para hacerlos pasar de manos del ogro a las del Marqués de Carabás; un súbdito del emperador desnudo, uno que ni siquiera se haya asomado a observar las invisibilidades de la tela y sus pruebas. Seré uno de los príncipes, el más grisáceo, que se haya tentado con la bella durmiente del bosque y no haya sobrevivido al abrazo de las rosas que por un siglo consumaron en su sueño prisión y tormento. Seré una de aquellas rosas, tendré pétalos trabajosos, ingratos, frágiles. Tendré por diario una libreta de almacén, dejaré de ser los niños perdidos que recorren el bosque para empezar a ser el murmullo, la sombra, el iridiscente trabajo de ese bosque.


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Podría mudarme a algunas voces que oigo en cápsulas de café, en cintas magnéticas invisibles que se arrastran hasta mí. Podría bordar sirenas en las fotos de los muchachos, los hombres que se capturan solos y replican, como campanadas, su figura a través de las páginas. Podría ponerle renglones, sellar rendijas a cal y canto, a todas las fotografías para sentir la textura de la ropa, el pulso de lo que aprieta quién sabe hace cuánto. Podría colocarme encajes en cada imágen de mí mismo, incluso las más antiguas para, no sé para qué. ¿Se puede pedir crecer? ¿Se puede pedir volver? Podría entibiar acolchados, volver profunda la película de nuestros ojos, recalentar cada contacto como una comida que no tiene por qué desperdiciarse.






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