jueves, 10 de agosto de 2023

murmullo de labios entreabiertos

 



sobre Cáscaras de Fernanda Álvarez. Abrazo ediciones. Paraná. 2016.


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Cuando vuelvo a leer Cáscaras, confirmo que el descubrimiento y trabajo sobre una voz poética es la mejor, la más importante, parte de nuestro trabajo como escritores. Incluso cuando esa horadación de los significados por medio de la propia voz no viene acompañada de la más apropiada de las puntuaciones o corte de versos. Esos aspectos, que hacen falta en Cáscaras, el primer poemario de Fernanda Álvarez, no impiden encontrar en los textos las preguntas, los giros, las maneras que caracterizarán en el futuro su obra y que la vuelven una de las voces más singulares e importantes de la poesía contemporánea en nuestra ciudad. Una voz poética es un modo específico de preguntarnos por la existencia. Todos podemos encontrarlo, pero a veces no todos nos atrevemos a entregarnos a ese trabajo y sus implicancias. 

Más allá de las explicaciones de su autora en el prólogo, que algunas oigo y otras desoigo, este poemario se llama Cáscaras porque todo tiene un adentro: el mundo no está dado ni a uno ni a otro lado de los bordes. La imagen es recurrente en la obra de Fernanda, no podía ser de otro modo, aquello que recubre al fruto, la piel, la lámina que se arma sobre la herida. Todo eso junto está presente en el bosque, las milhojas, la casa por nombrar algunas de las metáforas más caras a esta poética. También los poemas poseen un interior:


(…) lo profundo ligado a la existencia

a lo inmanente de nuestro ser,

es una piedra, pequeña, opaca, áspera,

como un higo,

así de blando también.


Los movimientos son recurrentes. Primero el objeto se endurece, luego se ablanda. En cada metáfora deben caber, como en el higo, lo blando y lo áspero. Se trata de asistir a esa contradicción sin que haga antítesis…. el oxímoron sería la figura más adecuada. Poder armonizar dos elementos contrapuestos.  Nuestra intimidad sería ambas a la vez, aquello profundo ligado a la existencia y con ello, la posibilidad de que todo no sea sólo más denso en su primer capa, opaca y transparente, sino también tenga profundidad. Así cuando se mira el cielo a través de la ventana al poema siguiente, tenemos en lugar de una tormenta “un hoyo negro”, “círculos concéntricos”. La densidad procede por acumulación: ventana-cielo-hoyo-negro-círculo. Cada término puede hacer caber otro. 

Si hay hoyos, si hay profundidad, entonces en ella podemos caer o en ella estamos: “muerte dispersa”, “noche prematura”, “imperceptible augurio”. Son poemas fechados en el dos mil uno. Estamos lejos de la voz madura que conocemos ahora en los poemas de Fernanda, pero aquí ya están los mismos elementos sobre los que se seguirá deteniendo más tarde. Su poema sobre la tormenta se cierra con preguntas, no puede ser de otro modo, y la pregunta titila. Qué es lo que viene, se pregunta esperando la tormenta, “pervive la urgencia” dice en la página de al lado. La pregunta está encendida, tiene algo de presión sobre nosotras.

“Quizás yo ya esté despierta para ver el espectáculo” señala sobre el día, ubicando el poema en la madrugada pero sin terminar de decirnos si escribe dormida o despierta, si se dormirá luego de escribir y se despertará a tiempo para el amanecer (el “espectáculo”), o si estar escribiendo no cuenta como estar despierta. El poema se llama “parpados”, porque el cuerpo también posee cáscaras:


No hay fondos

hay pozos

y también agua

y estrellas.


¿Cómo haremos para estar aquí si no hay fondo, si no tenemos fondo? ¿Estamos siempre cayendo? ¿El ojo no termina de abrirse, el parpado de cerrarse? Agua y estrellas juntan cielo y tierra, arriba y abajo adentro del pozo y el cuerpo vuelve como fruto y herida a cada poema porque hace metonimia constante con el mundo que le rodea. Mi cuerpo está diciendo a cada momento la parte por el todo, y en esa sincronía me doy cuenta que no puedo separar, hacer borde, poner límite. Los momentos que más me interesan de los poemas de Fernanda son aquellos en que esa pregunta permanece, no se responde ni se pacífica. Podría ser una tensión interna a esta obra la necesidad de alisar ese interrogante junto al avasallamiento que el interrogante mismo posee sobre el texto. 

Mientras tanto, la acumulación continua en el mismo sentido. “Blando pliegue de tierra húmeda” llama al horizonte, haciendo otra vez de cielo tierra. La cáscara envuelve y esconde el fruto y el pichón. ¿Y si el horizonte no es el horizonte sino la cáscara del horizonte? ¿Y si nuestro cuerpo no es nuestro cuerpo sino la cáscara de nuestro cuerpo? ¿Y si nuestros ojos no son nuestros ojos sino….?

Ninguno de esos interrogantes viene a desprestigiar ni al mundo ni al cuerpo. En todos los casos se procede con esmero y cuidado, sin quitar prestigio a la materia para privilegiar el espíritu. Se trata de que perviva la tensión, que nos demos cuenta que estamos hechos de ambas: “encontrar tan cerca el abismo, / y tan cerca el nido”. Las últimas estrofas de ese poema dicen así:


murmullo de labios entreabiertos

y una respiración intensa

profunda 

como heridas pasadas

y caminos enteros

que se irán a compartir

y partir

inquietos

serenos

amados


como lo que siento y extiendo

cotidiano


Pasamos del murmullo a la respiración, de la respiración a la herida y de la herida al camino. Por los labios se entra al cuerpo, en el cuerpo está la respiración, y en la respiración está la herida. En la herida están los caminos, y los caminos se irán a compartir, es decir, van a partir. La imagen que se trama en la estrofa es compleja, tendiendo caminos diferentes, etéreos todos, que se van enumerando y cabiendo unos dentro de otros. Sin embargo, el movimiento va todavía un poco más allá al comparar todo aquello, que es murmullo, respiración, herida y camino con lo que se siente y extiende, que es, a la vez, el cotidiano. Aunque cotidiano aquí no es sustantivo sino adjetivo. 

¿Qué sería pues lo que siento y extiendo? Si seguimos el rumbo de las estrofas, los caminos que parten “inquietos / serenos / amados” son aquello que yo siento y extiendo, cotidiano. Pero esos caminos están contenidos en el murmullo de labios entreabiertos, vienen de ahí. Hay un punto en que lo que parte de mí se parece a mí, yo me parezco a lo que sale de mí. Encuentro dentro mío imágenes de mí, pero con sorpresa, inquietud, amor, serenidad. Y eso es lo que comparto, siento y extiendo, al mismo tiempo, cada día. Las estrofas arman una poética, un sentido, para la extensión y la escritura cotidianas, que por un momento se mimetizan.

Esa atención al murmullo de labios entreabiertos del día a día permanece en la poesía de Fernanda hasta ahora. Este poema es del dos mil cinco, pero sus reverberaciones aún se oyen porque el trabajo sobre un verso no acaba hasta que acaba, hasta esa “última gran representación”… ¿aunque será la última? Si todo cabe dentro de todo, si el horizonte es pliegue húmedo, entonces puede que solo sigamos cayendo por el pozo y siga habiendo agua y estrellas porque al final, si sentimos y extendemos esa respiración intensa, entonces aquello que vuelve hacia mí no dejará nunca de ser aquello que parte de mí: “no te preocupes / todo es tan bello”. 




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